1 abril, 2023
La decisión de Macri desnudó el gran drama del peronismo: la carencia de un candidato competitivo; los planes para reflotar a Massa y el acuerdo que hace falta para bajar a Fernández
Por Martín Rodríguez Yebra*
El peronismo sigue extraviado entre dos entretenimientos inconducentes: la candidatura a la reelección de Alberto Fernández con el único respaldo de su propia tozudez y el clamor melancólico por Cristina Kirchner, que ella manda alimentar con actos y fondos públicos mientras les jura a quienes la consultan que de ninguna manera revisará la decisión de no pelear por la presidencia este año.
Alberto y Cristina no se hablan, pero juegan el mismo juego, que consiste en disfrazar de una tensión competitiva la pavorosa carencia que hoy desvela al peronismo. Después de tres años largos en el poder, con una economía que cruje y evidentes problemas de liderazgo político, ni el Presidente ni la vice tienen a mano un proyecto sólido con el que disputar el poder.
Ella opera de manera desesperada en busca de la jugada mágica que pueda ordenar el tablero del peronismo, como hizo en 2019 cuando madrugó en un tuit a todo el país con el anuncio de la fórmula impensable que encabezaba Fernández. Se autoexcluyó en un rapto de ira el día en que la condenaron por corrupción, pero ya sabía que los números -tal como le pasaba hace cuatro años- le impiden ilusionarse en serio con un regreso a la Casa Rosada. El descalabro económico devaluó la mejor carta que creía tener en la mano: el ministro de Economía, Sergio Massa. Al otro eventual candidato con algo de tirón electoral, que es Axel Kicillof, quiere mantenerlo a toda costa en la fortaleza kirchnerista de la provincia de Buenos Aires.
Como ve la encerrona de “la Jefa”, Fernández mantiene el coqueteo de su postulación y alienta con fe y esperanza el revival de Daniel Scioli. Insiste en que el oficialismo tiene que organizar una PASO y evita mientras tanto la prematura disolución de lo que le queda de autoridad. Pero incluso entre quienes lo quieren bien advierten que está apretando el acelerador en un callejón sin salida. “Alberto es un profesional de la política. Sabe que no puede plantearse ir a unas primarias contra el kirchnerismo y sin apoyos”, sostiene un ministro nacional que observa el escenario a la espera de la señal de orden que, a su juicio, “solo puede surgir de un acuerdo” entre el Presidente y la vice.
Acota un gobernador peronista del Norte: “Todos tenemos claro que no va a ser Cristina. Y que Alberto se va a bajar de acá a un mes, mes y medio. Ella tiene clarísimo que no puede plantearse una interna contra el presidente del gobierno que creó e integró todos estos años. Él necesita una narrativa que justifique su renuncia a la reelección y eso requiere un candidato que pueda representar al conjunto y defender de alguna manera esta gestión”.
Parece un perfil complicado, como si se propusieran encontrar un unicornio. En distintas orillas del peronismo unido sugieren que rescatar a Massa del huracán económico en el que se metió con su plan de ordenamiento financiero se ha convertido en una prioridad del kirchnerismo.
El índice de inflación de febrero más la emergencia de reservas que se agrava por los estragos de la sequía golpearon en la línea de flotación del ministro. El “plomero del Titanic”, como él mismo describió su trabajo, sigue buscando herramientas en la caja, con iceberg encima.
Las negociaciones en Estados Unidos en busca de otro guiño del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del gobierno de Joe Biden son episodios clave de la travesía electoral del Frente de Todos. Las medidas vinculadas a la ensalada de tipos de cambio tendrán más peso en la campaña que cualquier acto desangelado de los candidatos que Alberto y Cristina mandan a recorrer fábricas y comedores escolares.
“Sergio todavía puede ser. No va a bajar la inflación al 3% como prometía, pero si lograra al menos transmitir que pasó el riesgo de una corrida y puede decir que aterrizó el avión después de la turbulencia, tiene una oportunidad. Le queda un mes, no mucho más”, traduce un dirigente de La Cámpora que admite la directiva “de arriba” de no incluir nunca al ministro en las críticas públicas a la deriva del Gobierno.
La opción Massa, a juicio de dirigentes de distintos sectores del peronismo, le daría a Fernández un relato para desistir de su reelección. Forma parte de su gestión y, más allá de algunos picantes roces recientes entre ellos, no integra el amplio bando de quienes lo bombardearon desde adentro. Cristina debería tragarse el orgullo de entronizar a alguien que en otra vida llegó a amenazarla con la cárcel, pero podría arrogarse el derecho a ponerle un vice “del palo”. Al fin y al cabo, está casi resignada a que no se puede ganar: la premura pasar por conseguir una oferta que evite la “catástrofe electoral” (son palabras que suele usar) y le permita rescatar algo más que migajas del poder que viene.
Todas esas especulaciones se derrumban si los precios siguen creciendo sin control, la actividad se estanca y el ruido cambiario se hace ensordecedor como fue en las últimas semanas. Una de las necesidades acuciantes del Frente de Todos consiste en diseñar un discurso de campaña que no aluda a la inflación, el dólar y la pobreza. Hoy no hay GPT que los salve.
“La situación es de una fragilidad terrible”, se sincera un funcionario del Palacio de Hacienda. El secretario de Industria, José Ignacio de Mendiguren, rompió el pacto de susurros y lanzó una frase lapidaria: “Peleamos minuto a minuto para evitar una devaluación brusca”. Hay palabras que con solo nombrarlas describen la gravedad de un asunto. El cristinista Oscar Parrilli se aferró a la metáfora naútica: “Tenemos que evitar que se hunda el Titanic”.
Si Massa descubre que su sendero del laberinto, al igual que el de Cristina y el de Alberto, no conduce a la salida, ¿entonces qué? Es la pregunta que une a este peronismo fragmentado, lleno de espectadores interesados en una solución acordada. Gobernadores, intendentes y sindicalistas empiezan a impacientarse: piden “orden”, un bien escaso de esta última encarnación del kirchnerismo.
La hipótesis de unas PASO entre dos challengers de semifondo, como serían de acuerdo con los números actuales de las encuestas un duelo Scioli vs. Wado de Pedro, no entusiasma a los jugadores que defienden porciones de poder real. Arrastrar a la competencia presidencial a Kicillof, idea que hasta hace unos días mascullaba Máximo Kirchner, pierde fuerza. Cristina le dice a quienes consiguen hablar con ella que lo quiere sí o sí en la provincia, coinciden fuentes de origen variado. Pero, ¿está descartado definitivamente? “El límite es el miedo a la derrota”, sugiere un intérprete de la vicepresidenta. “Si se cae Massa y todas las alternativas son débiles, no va a ser tan tozuda de entregarlo a una derrota en Buenos Aires. Se sabe que Axel es quien mejor retiene el voto duro del kirchnerismo. Es la movida de última instancia. Eso sí, si el elegido es él, será sin PASO, como candidato de unidad”.
Las primarias aparecen como el escenario por evitar a ojos de Cristina Kirchner. Sobre todo, porque ella considera que no hay dos candidatos con suficiente fuerza como para movilizar al peronismo nacional y desatar un proceso político virtuoso. Siempre prefirió el decreto desde la cúpula. Lo que los maliciosos llaman “dedazo”. Esta vez lo tiene más difícil. La resistencia de Fernández, la depreciación de su aliado Massa y la incapacidad de La Cámpora para gestar un líder atractivo para los votantes la empuja a la situación de buscar un acuerdo con su criatura descarriada.
Mauricio Macri aceleró el vértigo del otro lado de la grieta al anunciar mucho antes de lo previsto que no será candidato este año. Les quitó una referencia a los kirchneristas, que en términos futbolísticos siempre vieron al expresidente como a un 9 de área al que habían aprendido a marcar. No tienen claro cómo ajustar la defensa a jugadores inciertos como Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich. Agradecen al cielo la presencia de Javier Milei, que pone un techo a Juntos por el Cambio. Florecen los peronistas amables que ya ofrecen armados distritales alternativos al líder de los libertarios. Es temporada de “casta” en oferta.
A Cristina le urge alinear el frente donde todavía tiene la primacía. Atrapada por la crisis económica, golpeada por su calvario judicial y limitada en su liderazgo, quedó presa de variables que no controla.
Está en juego su supervivencia política y la de su movimiento. Necesita elegir a otro que pelee en su nombre. No es, precisamente, la especialidad de la casa.