Con una obra que se inició con «Veinte poemas de amor para ser leídos en el tranvía» Oliverio Girondo, nacido hace 130 años, articuló una voz singular que influida por las corrientes vanguardistas europeas renovó temas, estilos y lenguajes para inscribirse en una geenealogía que junto a Jorge Luis Borges y Raúl González Tuñón revolucionó la poética argentina.
Ese libro de Girondo, publicado en Francia en 1922, en solo mil ejemplares y con ilustraciones del autor, le dio un nuevo sentido a la poesía no solo por la autonomía plena del lenguaje en su capacidad para transgredir los límites de las palabras, sino también por la disposición gráfica de los vocablos.
Rupturista y desafiante de las convenciones del lenguaje, el poeta alimentó con su obra la vanguardia latinoamericana, que encarnaría también el peruano César Vallejo, autor de «Los heraldos negros».
Nacido en una familia adinerada, Girondo tuvo la oportunidad de viajar a Europa con la promesa de estudiar Derecho, pero lejos de ese objetivo se puso en contacto con las nuevas corrientes estéticas y literarias, pasando previamente por el colegio inglés Epsom en Londres y el Arcueil, de Francia, de donde lo expulsaron por arrojarle un tintero a un profesor de geografía que habló de «los antropófagos» que vivían en Buenos Aires, a la que mencionó como «capital de Brasil».
Gestos transgresores que caracterizaron su vida y su manera de ejercer el arte incorporando a su existencia actitudes y consignas de los dadaístas y surrealistas. En el plano de los lingüístico, abogó por las rupturas, los caligramas, y dio cuenta del inconsciente recurriendo a lo onírico, llegando a la escritura automática.
Con ese nuevo lenguaje describió la vida de una ciudad veloz y de gran movimiento, en la que no faltaban la presencia de la naturaleza y los escarceos amorosos, así como los viajes que caracterizaron su vida.
En 1925 publicó «Calcomanías» y en 1932, «Espantapájaros» libro que publicitó con un desfile en una carroza destinada a cortejos fúnebres y seis caballos y alquiló un local en la calle Florida, atendido por chicas jóvenes que vendían el libro, y en un mes se agotó la edición.
Colaboró en distintas revistas, y además funda la revista: «Comoedia», junto al poeta argentino René Zapata Quesada, y la editorial Proa, con Ricardo Güiraldes y Evar Méndez.
Bajo el nombre de Proa llegaría la revista que representaría a los escritores del grupo martinfierrista de Florida opuesto a los escritores de Boedo, para la que Girondo en 1924 escribió el «Manifiesto de Martín Fierro», en el que dice que «frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que momifica cuanto toca (…) Martín Fierro sabe ‘que todo es nuevo bajo el sol'(…).
Publicó otros libros como «Interlunio», «Persuasión de los días», «Campo nuestro» y el culminante «En la masmédula», en 1956, tal vez la más audaz de todas por el caos verbal y alucinatorio que propone. En 1961 fue atropellado por un automóvil que lo dejó inválido hasta su muerte en 1967.