13 enero, 2025
Por Sergio Marcelo Mammarelli*
Hace pocas semanas, el Presidente Lula realizó algunos anuncios que los mercados consideraron peligrosos. Uno de ellos fue una especie de “plan platita”, aunque es cierto que el gobierno de Lula, encabezado en esta materia por su Ministro de Hacienda, Fernando Haddad, propuso un plan fiscal con un comportamiento riguroso en esta materia. Lo cierto es que al mismo tiempo del plan fiscal Lula anunció la eliminación de impuestos para todos los salarios inferiores a 5000 reales, afectando a 26 millones de trabajadores. Esto fue percibido como un recorte en los ingresos del Estado con impacto inflacionario y llevó al Banco Central brasileño a incrementar la tasa de interés por temor a la inflación.
Las nuevas medidas llevaron a una devaluación del real en contraposición al dólar, que se transforma en un hecho crucial para la Argentina como ya ocurrió en el pasado.
El 90% de la deuda brasileña está denominada en reales, y una gran parte de esa deuda está ligada a la tasa de interés Selic, que es la que fija el Central. Al elevar la tasa, el ajuste por intereses incrementa la deuda, lo que eleva el gasto público en lugar de reducirlo. Esto está provocando una corrida contra el real. De hecho, el dólar está hoy a 6,19 reales, lo que implica una devaluación del 25% en todo el 2024.
¿Por qué este hecho es crucial para la Argentina? Simplemente, porque el 30% del comercio exterior argentino está ligado a Brasil, proporción que en el caso de los bienes industriales alcanza el 60%. Como conclusión, hoy tenemos en la Argentina, un tipo de cambio que ya encarece a la Argentina en dólares y ahora se suma un Brasil más barato.
El economista Alberto Cavallo, hijo de Domingo Cavallo y profesor en Harvard, realizó una comparación entre canastas de bienes brasileñas y argentinas, encontrando que la Argentina es un 19% más cara que Brasil. El resultado está a la vista: avalancha de turismo argentino hacia Brasil y una invasión de productos brasileños a la Argentina.
Todos sabemos que, durante el 2025, estará signado por el atraso cambiario y el control del dólar que, en su conjunto, son señales políticas importantes para contener la inflación. Sin embargo, en este contexto, ese control podría llevar a cierta destrucción de empleo. Así los ven los propios argentinos: un 42% asegura que su empleo empeoró respecto al año pasado.
En los últimos doce meses, según los registros del Observatorio IPA se perdieron más de 217.000 empleos registrados, con un impacto especialmente significativo en sectores como la construcción y la industria manufacturera. Así fue expuesta esa conclusión por el presidente de Industriales Pymes Argentinos (IPA), Daniel Rosato, que además aseguró que “las mejores condiciones para la importación sólo generarán mayor desempleo, porque, en el mejor de los casos, las fábricas se achicarán y se convertirán en vendedoras de productos extranjeros y dejarán de producir en el país”.
La desaparición de 9.900 empresas en el último año refleja las dificultades existentes y parece confirmar el diagnóstico.
Este recurrente tema del tipo de cambio en Argentina nos regresa a uno de los problemas más recurrentes de nuestra economía: El problema de la competitividad, que se constituye en una cuestión compleja y multifacética que afecta al desarrollo económico sostenible del país. Intentemos entender qué significa todo esto.
En primer término, hablar de competitividad de la economía argentina, nos obliga a un análisis desde diversas perspectivas: estructurales, macroeconómicas, institucionales y sociales.
1. Alta carga impositiva y complejidad fiscal
Argentina tiene un sistema tributario complejo y una alta carga impositiva para empresas y ciudadanos. Esto desincentiva la inversión, fomenta la informalidad y reduce la productividad empresarial. A ella se le suman las múltiples regulaciones y la burocracia que complican aún más el entorno de negocios.
Si bien el Gobierno se ha propuesto una cruzada contra estos males, su solución será extremadamente lenta, para el contexto de competencia actual. Ello nos lleva a un descalce entre la solución y la imposibilidad de competir que se traduce en desaparición de empresas y destrucción de puestos de trabajo.
2. Volatilidad macroeconómica
La inflación persistente, los ciclos de devaluación y las recurrentes crisis de deuda afectan la previsibilidad económica, un factor clave para atraer inversión extranjera y fomentar el crecimiento interno. Esta inestabilidad genera incertidumbre y costos financieros elevados.
Nuevamente aquí, el Gobierno obtuvo un éxito rotundo en la baja de la inflación, pero con índices extremadamente altos comparados con el resto del mundo. La Argentina todavía tiene índices de inflación mensual que se comparan con los índices anuales de nuestros competidores.
3. Tipo de cambio y costos laborales
En Argentina el tipo de cambio real suele estar continuamente desalineado, oscilando entre períodos de apreciación que perjudican las exportaciones y devaluaciones abruptas que generan inflación. Al igual que el péndulo de la historia política, los tipos de cambio provocan ricos y pobres de la noche a la mañana sin ningún remedio, como está sucediendo precisamente ahora.
Estos desequilibrios abruptos y pendulares se extienden a los costos laborales no salariales, como las cargas sociales, que reducen la competitividad frente a otros países.
En definitiva, la Argentina es un continuo devenir entre aquellos sectores que presionan por un tipo de cambio alto (exportadores) y el resto de la ciudadanía que se favorece con ciclos contrarios (beneficiándose de las importaciones baratas).
4. Infraestructura insuficiente
La infraestructura logística y de transporte en Argentina es absolutamente deficiente en comparación con países vecinos. Un flete interno en nuestro país supera holgadamente el precio de un flete desde China a Buenos Aires. Esto encarece los costos de producción y exportación, particularmente para sectores como la agroindustria, que dependen de una logística eficiente para competir en mercados internacionales.
5. Falta de innovación y tecnología
Nuestro país, salvo en sectores muy puntuales, carece de inversión en investigación, desarrollo e innovación. Producimos bienes y servicios como hace 100 años.
6. Instituciones débiles y alta corrupción
Nuestra inestabilidad institucional, nuestra corrupción y la falta de un marco normativo claro y estable, continuamente están minando negativamente la confianza de los inversores, sean locales o extranjeros.
7. Problemas estructurales de la matriz productiva
La síntesis sería campo vs industria, que se ha transformado ya en un clásico del debate productivo argentino. Lo cierto es que 200 años después, la economía argentina depende en gran medida de sectores primarios, como la agroindustria, con una limitada diversificación productiva. Este patrón limita el valor agregado y hace a la economía vulnerable a los vaivenes de los precios internacionales de las materias primas.
8. Barreras al comercio
Las políticas proteccionistas y los controles de importación/exportación dificultan el acceso a insumos clave para la industria local y complican la inserción en cadenas globales de valor.
En conclusión, mejorar la competitividad de la economía argentina implica necesariamente implementar reformas estructurales que aborden todos estos problemas que incluyen como vimos:
1. Simplificar el sistema tributario y reducir la carga fiscal.
2. Promover la estabilidad macroeconómica a través de políticas consistentes.
3. Invertir en infraestructura y facilitar la logística.
4. Incentivar la innovación y la adopción de tecnología en sectores productivos.
5. Fortalecer las instituciones y combatir la corrupción.
6. Diversificar la matriz productiva y agregar valor a las exportaciones.
7. Abrir la economía con acuerdos comerciales que permitan una mejor inserción global.
Nada de todo esto se soluciona ni en un día ni por un solo gobierno y, sobre todo, estas reformas requieren consenso político, planificación a largo plazo y compromiso institucional.
No dudo que Milei comenzó con una catarata de reformas económicas que apuntan a solucionar una primera parte de los problemas: la macroeconomía y, sobre finales del 2024, también comenzaron algunas reformas en la microeconomía. Sin embargo, ese comienzo está plagado de incertidumbres. La más importante de ellas: las dudas de la perdurabilidad. Dado que no tengo manera de adivinar, solo apelo a la historia de las dos experiencias capitalistas de las últimas décadas. Me refiero al Menemismo y al Macrismo. Ambas terminaron en crisis política y económica. Es decir, ninguna funcionó. Si quiero profundizar más en nuestra historia, tal vez me tope con Frondizi que tuvo incluso peor final.
Como vemos, la macroeconomía es solo un pequeñísimo factor de distorsión de la competitividad de nuestra economía, donde los problemas más importantes, si o si, requieren un consenso que convenza a todos los sectores, productivos, sindicales, políticos y sociales, de que los cambios tengan perdurabilidad.
La respuesta de todos esos sectores mencionados, en la Argentina, siempre fue la misma: resistir los cambios en vez de acompañarlos. La razón también es siempre la misma: Es más fácil resistir y esperar que todo vuelva a la normalidad. ¿Así lo demostró siempre la historia política argentina y porqué esta vez será distinto? Todos acompañan hasta la “puerta del cementerio” pero luego nadie ingresa en él.
El Gobierno, hoy por hoy, se mantiene firme en sus postulados: “el que no se adapta puede desaparecer. Hoy hay que competir y no se puede buscar refugio en la falsa competitividad producto de una devaluación”. Para el Gobierno, aquellos sectores que no son competitivos serán absorbidos por otros que generarán nuevos puestos de trabajo y no lo desvela si a futuro la Argentina es una economía de servicios, de energía, de litio, de inteligencia artificial, solo por citar algunos de los sectores que ganan protagonismo.
A este particular pensamiento se le agrega otra postura del Presidente: “no se trata de un gobierno de políticas sectoriales ni de equilibrios parciales. A él lo que le preocupa es el crecimiento y no la distribución. La izquierda no puede correrlo con el discurso de la desigualdad”.
Hoy, como ya ocurrió en tiempos de Menem, la devaluación de Brasil desestabiliza nuestra competitividad, que depende exclusivamente del tipo de cambio. Le sucedió a Cavallo y ahora lo está sufriendo Milei. La respuesta es simple: el tipo de cambio es la variable más rápida para esconder todo el resto de nuestros problemas para otro momento histórico bajo la alfombra. Es más, esta solución rápida caracterizó a todas las políticas económicas en nuestro país desde Roca hasta nuestros días.
La pregunta, entonces, sigue vigente: Por qué con Milei sería distinto, salvo que el nuevo consenso consista precisamente en romper todos los consensos conocidos en la Argentina hasta ahora. Interesante observación que será objeto de otra editorial. Tal vez por ese lado, encontremos la esperanza que se resista al fatalista péndulo de la historia de nuestro país.
*IS