ChubutLine.com "Periodismo Independiente" - Noticias, política y un análisis de la realidad diferente - directora@chubutline.com - redaccion@chubutline.com



29 diciembre, 2023

Novelas ligeras y verdades existenciales: «Haruhi Suzumiya», soy dios o sólo creo serlo

El anime «la melancolía de Haruhi» permite una lectura interesante y sumamente sugerente sobre la naturaleza de la realidad y la percepción que nos hacemos de ella

 

Suzumiya Haruhi no Yūutsu empezó allá por el lejano 2003 como una serie de novelas ligeras escritas por Nagaru Tanigawa e ilustradas por Noizi Ito. Con un peculiar humor absurdo sobre los excesos de la cotidianidad de los estudiantes de preparatoria japoneses, sus tramas alcanzan la deformidad con la irrupción de acontecimientos sobrenaturales, iluminadas por reflejos de problemas existenciales sutiles.

Por Alejandro Massa Varela*

 

Para ti, Michelle. Comparto tus dudas existenciales.

La melancolía de Haruhi, lanzamiento editorial de Kadokawa Shoten, se convirtió en un inesperado éxito de ventas que se tradujo en dos adaptaciones a manga y una serie anime realizada por Kyoto Animation. Una obra “seinen”, o destinada a jóvenes adultos, que en su segunda temporada televisiva se arriesgó a perder hasta a sus más fieles fanáticos proponiendo un episodio tras otro hasta cierto punto repetidos y abordar esas raras experiencias que denominamos “déjà vu”, que se sienten como si ya hubieran sido vividas.

“Hare Hare Yukai”, el tema de cierre de este anime, puso a bailar coreográficamente a miles de personas, quizá no a la gran mayoría de mi generación que entró a la adolescencia con el cambio de milenio, pero sí a aquellos que fuimos otakus cuando esto todavía era ser parte de una subcultura, una tribu urbana con gustos por series “underground” fuera de Japón. Esta rola y las bobadas de Haruhi jamás esconden, sino que dramatizan todo aquello de la experiencia humana que nos frustra por su incomprensión pero que pasamos por alto para conseguir funcionar:

 

Si encontráramos la respuesta de los misterios del mundo, podríamos ir donde quisiéramos.

¿Qué tanto sobre nosotros es una creencia en nosotros mismos y qué tanto somos sólo autómatas? ¿Cómo podemos estar seguros si nos ha ocurrido lo que nos ha ocurrido o cómo distinguir lo que pasa de lo que así parece? ¿Podemos experimentar las experiencias de otras personas? Si un sueño es coherente con su lógica interna, ¿cómo asegurar que no es real? Pero quizá el gran tema de Haruhi es el del solipsismo, “solus ipse”, una perspectiva metafísica que recibió este nombre en la Grecia presocrática, pero que cualquier consciencia en las entrañas disfrazadas del tiempo podría asumir en cualquier momento de su vida. Una creencia infalseable, bastante fácil de explicar, pero nunca representable apropiadamente: lo que existe o lo que queremos decir con que haya existencia es solamente uno, la experiencia de nosotras o nosotros mismos. También podríamos recurrir a otra definición un tanto más reducida de algunos filósofos que han analizado el problema mente/cuerpo: llegar a la conclusión de que lo único de lo que estoy convencido es que mi mente existe, y la realidad que aparentemente me rodea se trataría entonces solo de estadios o estados mentales. Aunque un convencimiento así hace aún más difícil, incluso imposible, saber qué quiero decir por “mente”, y qué creo estar viendo cuando creo verme.

La trama de este anime es muy singular. Haruhi es una colegiala de primero de preparatoria con una excentricidad y energía mucho más intensas de lo que sus compañeros están acostumbrados a tolerar o imitar. Es fácil odiarla o amarla por todas las locuras que propone, pero parten de algo bien sencillo: Haruhi necesita convencerse de que al menos una persona en el mundo debería demostrarle que también puede pensar fuera de la caja y ser verdaderamente interesante. Por eso tiene la esperanza infantil de que existan extraterrestres, viajeros en el tiempo y “espers” o seres con habilidades paranormales. Y por eso acepta hacer travesuras y retos que impliquen subir las apuestas contra lo aburrido, batear un home run, cantar en una banda de rock pop, y haber fundado y encargarse de reclutar miembros para la Brigada SOS, un club de instituto, como hay muchos en las escuelas japonesas, dedicado a todo tipo de actividades extravagantes y quizá inútiles. En resumen, a veces Haruhi sólo desea amar e interpretar otro mundo y borrar el que ya conoce:

Cepillar los dientes e ir a dormir por la noche. Despertar y desayunar por la mañana. Cuando me di cuenta de que todos hacen estas cosas a diario, todo comenzó a sentirse tan aburrido.

Pero lo interesante del anime es que Haruhi no tiene consciencia de que es mucho más que una colegiala. Me explico con spoilers: ella puede reescribir, destruir o crear realidad en base a sus deseos y emociones. No lo sabe, pero ella es una acepción de lo que entenderíamos como “Dios”, aunque nació como todos los demás. Se trata del primer producto de la evolución biológica capaz de generar información inédita y cambiar todas las limitaciones, una grieta en el continuo espacio-tiempo. Pero a pesar de tener estos poderes, Haruhi es completamente ajena a ellos. Aunque el mundo que ve Haruhi es Haruhi, Haruhi cree que ella es sólo Haruhi. Si se diera cuenta de la primera verdad, es posible que se asustara de que todo desde siempre haya dependido de ella. Pero si sigue ignorando este hecho, contentándose con conocer solo la segunda verdad, también es probable que ella borre sin querer este mundo actual por no soportar más lo aburrido que le resulta. Sus amigos que saben la verdad completa tratan de mantenerla distraída.

El físico Paul Tipler asegura que la capacidad computacional del universo puede incrementarse a una tasa que acelera exponencialmente más rápido que el correr del tiempo. Toda simulación ejecutada en ese computador universal o lo que sería el alma de Haruhi, incluyendo la simulación de lo que creer ser ella misma, debería tener continuidad sólo a partir de lo que serían sus propios términos, incluso si el tiempo no tuviera ninguna manera de continuar más, si el tiempo tuviera límites. Es decir, Haruhi nunca se vería limitada más que por su creatividad o desidia.

¿Las y los amigos de Dios existen si son algo que depende de que Dios crea en ellas y ellos? ¿El yo podría ser real en un sentido distinto y desconocido respecto de lo que el yo, desde que es yo, ha pensado ilusoriamente que es la verdad? Existe un experimento filosófico relacionado con lo que podría implicar el solipsismo, “El cerebro en una cubeta” de Jonathan Dancy:

Usted no sabe que no es un cerebro suspendido en una cubeta llena de líquido en un laboratorio y conectada a un computador que lo alimenta con sus experiencias actuales, bajo el control de algún ingenioso científico técnico, benévolo o maligno. Puesto que, si usted fuera un cerebro así, asumiendo que el científico es exitoso: nada dentro de sus experiencias podría revelar que usted lo es; ya que sus experiencias son, según la hipótesis, idénticas con las de algo que no es un cerebro en la cubeta. Como usted sólo tiene sus propias experiencias para saberlo, y esas experiencias son las mismas en cualquier situación, nada podría mostrarle cuál de las dos situaciones es la real.

Dios podría ser su propio científico accidentalmente, creando su ilusión sin ninguna ciencia, sólo usándose a sí mismo. Pero hay algo curioso al hablar del Dios solipsista que Haruhi desconoce ser: que Dios pudiera, tanto ignorar, como darse cuenta de un hecho. Porque se supone que todo es solamente él o ella, es el único interior, y todo está en él o ella, es el único exterior al cual salir. Pero a veces nos referimos a Dios como si le pasaran cosas al igual que a cualquiera de nosotros, aunque hablemos de ciertas cosas excepcionales. Que se le haya ocurrido algo tan fuera de serie como un “rinoceronte”, por ejemplo. Nos referimos a Dios como si fuera parte de la realidad, lo que ya sería admitir que lo real lo trasciende. Yo cuando era más chico, pensaba que era afortunado este ser creador porque le tocó ser él. A veces jugaba a ser Dios, y no lo hacía sólo porque hubiera sido asombroso tener poderes como leer mentes, estar en dos lugares a la vez o inventar de vez en cuando un animal nuevo. Asumir algo así hubiera dado respuesta a muchas cosas. Me permitiría ver el mundo tal cual es, un mundo que está en todas las mentes, que no solo está en el lugar que veo y, sobre todo, que nunca es lo mismo y empieza una y otra vez. Todos jugamos a ser Dios porque tratamos de averiguar: por qué sentimos que nos tocó, entre todas las vidas posibles, ser la única vida en primera persona, ser la fuente de lo real.

Pensando en el experimento de Dancy, aunque yo no fuera solipsista, debería poner atención a la siguiente pregunta: ¿alguna vez he visto mi mente como eso, sólo como mi mente? ¿Cómo sería una mente de cualquier manera? Cuando pienso en mí, de hecho: pienso en el mundo.

A veces separo mi vida de la vida y a veces no las distingo. Thomas Reid aseguraba que la identidad, cuando es aplicada a las personas, no tiene ambigüedad y no admite grados, un más o un menos. En cambio, Dereck Parfit pensaba un poco lo contrario ya que, aunque las personas existen, podríamos dar una descripción completa de la realidad sin afirmar que existen personas, que existo yo. Por eso puede ser muy confuso asegurar cuando siento algo que siento que soy el mundo o que siento al mundo. En todo caso, no necesariamente las posturas de Reid y Parfit son paralelas. Si tratara de descubrir si yo soy yo o si sólo creo serlo, si soy una ilusión del mundo o una ilusión propia, tendría en ambos casos que dejar de creer. Por mucho que uno cambie, uno sigue siendo el mismo. Por mucho que otro se parezca a mí, siempre será otro. Pero cuando digo que estos ojos son mis ojos, no me refiero sólo a esta retina. Más bien, me parece que yo estoy viendo, lo que me parece igual a creer a veces: o que soy el mundo, o que el mundo existe.

Es raro: cuando digo que el mundo camina junto a mí, camina junto a mí lo que veo. No me sigue mi casa, la casa de mi abuela, mi escuela o una playa que descendí cuando me dirijo a otra parte. Pero siento que me sigue el mundo porque no dejo de verlo. Y cuando parece que dejo de ver, por ejemplo, en un sueño profundo como en un peligroso coma, no diría que sé que no se ve nada. Para mí los demás están afuera y también encerrados en el lugar que me parece que es que yo lo vea. Es de verdad muy raro suponer que estoy en los zapatos de Haruhi. ¿Pero por qué es raro si no conozco nada distinto de esta sensación? Nunca pedí sostener el mundo para existir, me parece muy incómodo. Y sería horrible que esto siguiera o que se acabe para siempre.

A lo mejor La melancolía de Haruhi sirve para procesar este tipo de dilemas mucho mejor. ¿Qué sería lo peor que podría pasar si el solipsismo radical fuera lo cierto detrás de todos los hechos, hechos que me parece que conozco y que no conozco también? Nada malo jamás la puede pasar a Dios si es que trasciende la realidad, incluso si cree de vez en cuando que es sólo un hecho más que ha pasado en su infinito. El solipsismo puede ser, de hecho, muy liberador. Como propuso el filósofo mexicano alemán Horst Matthai Quelle, cómo no desconocer las fuerzas que intentan convencerme de que soy sólo una parte de lo universal, y no todo el universo. Para religiones como el budismo y el taoísmo, dibujar la diferencia entre yo y un universo es arbitrario o, como mucho, un ejercicio de lenguaje, nunca la realidad inherente. Para Hegel, la idea de Dios como la del yo absoluto es el principal descubrimiento de una filosofía esotérica rigurosa. Ese absoluto no es sino el individuo universal o espíritu, y para Matthai, sólo falta mostrar que soy a la vez la casa que habito, o que la identidad del individuo universal es la del individuo singular:

Leibnitz dijo que Dios creó el mejor mundo posible. Nosotros, quienes sabemos que este pensador, como tantos otros a través de la historia, tuvo que rendir tributo a los poderes de su época, Estado, Iglesia, ocultando sus verdaderos pensamientos, pondremos la palabra individuo en lugar de la de Dios. Decimos, por ende: es verdad, sin embargo, que él mismo es a la vez el creador de dicha posibilidad, pudiendo modificarla en la medida en que él sea el verdadero autor.

Esta metafísica solipsista es, de hecho, de un planteamiento anarquista. Recordando las teorías sobre el contrato social de los filósofos de la Ilustración, Matthai prefería apelar a Rousseau: este contrato fue instaurado desde la conciencia de vida, para asegurar la supervivencia del individuo. Sin embargo, una vez que esto se ha vuelto el sentido de todo, lo societal pone constantemente en peligro la supervivencia del individuo, lo convence de que es algo sujeto y no Dios. Para no dejar de crear, al menos debería asumir que yo soy yo, que he sentido lo que he sentido y que esto es toda posibilidad para sentir, no importa si es cierto.

Haruhi es similar al Mahādevaḥ Visnú, Dios para las sectas vaishnavas del hinduismo: en su cosmología hay un Karanodakasai Visnú, el Señor a la deriva en el océano de todas las causas, flotando en su Vaikunthá, la última realidad, la realidad toda, su propio mundo espiritual. El primer y último Visnú sueña billones de universos, y en el fondo de cada uno hay un Visnú que cree ser el Visnú, un Garbhodakasai acostado en una serpiente Shesha que nada sobre los oleajes de la concepción de incontables planetas que también cuentan con su propio Visnú, un Ksirodakasai también sobre su propia serpiente Shesha, atravesando un océano de leche que, en nuestro mundo, sería uno de los siete océanos concéntricos que rodean la India, la versión visible del reino de todas las posibilidades. Cada Visnú sería el Paramatma, la expansión que cree ser lo que cree ser cada sí mismo. Así, Haruhi también sueña despierta o cree que no está soñando. Como dice en la canción “God Knows”, no hay diferencia entre ser Dios y Haruhi:

 

Donde sé que no se destruirá mi alma, yo me encontraré contigo. Que Dios nos bendiga…

Richard Hartshorne proponía para la filosofía: la búsqueda de verdades que no sólo son verdaderas, sino que no podrían haber sido falsas. Puede no ser verdadero que todo lo que he sentido sea todo lo que se ha sentido. Lo que no puede ser falso es que, de hecho, siento que es así. Puede no ser verdad que todo lo que ha sentido también sienta tal y como yo, no obstante, ¿qué nunca podría ser falso en este asunto? El problema del solipsismo, quizá el único, es que aquello que nunca podría negar que siempre he sentido que es cierto: soy el mundo, debido a no tengo manera de que así no me lo parezca, tiene como única prueba irrefutable aquello que no puede ser una manera de parecerse a algo, y que, paradójicamente y por definición, no puede ser solipsismo: que sólo creo en mí porque creo en el mundo. Nada se parece a mí, pero todo es que crea ver solo lo que soy. Y también me hace ver cosas que quiero ser, tal y como Haruhi no quiere ser sólo Haruhi y su melancolía o un Dios que sea todas las mentes y ninguna: quiere ser Kyon, el único amigo que la chica suprema acepta que hace que el mundo no sea tan aburrido.

¿Cómo hace Kyon un mundo menos tedioso, menos repetitivo, nuevo? Kyon no es Dios para Dios, es sólo algo que imaginó, ni tampoco para Haruhi, porque no puede o no cree que puede imaginar cómo él responderá a sus locuras, ¿enojado, entusiasta, enamorado? Kyon, si fuera Dios, no lo sabría, y aunque tampoco sabe cómo es que crea un mundo divertido, lo hace sin saber, sin importarle de dónde viene y hasta dónde va esa magia que son Haruhi y Kyon.

Me doy cuenta de que para mí esto no es distinto de ver el mundo. También que sólo yo sé qué es ser como yo. Pero como dijo Andy Kaufman: quiero probar de una vez por todas que yo no estoy loco. ¿Dónde está el mundo fuera de mí y de cualquiera? Sé perfectamente dar conmigo mismo, aunque no es porque sepa en qué lugar del continente estoy, en qué área de mi casa y a qué hora del día, sino porque creo que podría encontrarme en cualquier lugar. Desde un punto de vista psicológico, no puedo imaginar cómo sería ser nadie y, por tanto, cómo sería si no hubiera nadie más de verdad. Si fuera sólo el mundo o sólo yo mismo, en cualquier de estos dos casos, morir implicaría desaparecer. Aunque por suerte, a lo mejor, ambos casos son la verdad.

Dibujar aquella diferencia entre yo y el universo, cantando, con una lluvia de momentos en la preparatoria o en silencio y con la magia de lo no visto, nunca dejará de ser arbitrario, los límites de la realidad inherente. Y qué bueno que así sea; ese ejercicio continuo se intentaría institucionalizar o encontraría la extinción, dejaría de ser lo que es y no es, dejaría de negar y afirmar a Dios con esa misma fuerza con la que insistimos en amar tontamente a los otros. Diría por eso que jugar a ser Dios es importante, y quizá justamente eso es lo que a veces hacemos los adultos: cuando jugamos a ser nosotros mismos, y esto no estaría mal si empezáramos a ser conscientes de que estamos jugando. Es interesante una vida que sentimos que trasciende la realidad. Pero si no aceptamos que la realidad no está sólo dentro de las mentes, nunca veremos la libertad, la realidad trascendente. Según yo, eso quiso decirnos el poeta David Meza:

 

El tiempo es un teatro que tras sus cortinas alberga al mundo, y uno nunca sabe de qué lado del telón está. El tiempo, en fin, es un gramófono que flota a la mitad del mar.

Yo me contento con ver un anime como Suzumiya Haruhi no Yūutsu, quizá porque a veces me hace dudar sobre quién crea mi contento, si al ver cada uno de los episodios he olvidado que yo los inventé. O a lo mejor no puedo reconocer que ellos también me inventan o cuál es ese lugar donde puedo encontrarme de vez en vez con Kyon y Haruhi, con una versión del misterio.

Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.

*ARS/PS