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13 octubre, 2024

Nos gobiernan dos hermanos, con ayuda de dos primos, contra una madre y su hijo

Vivimos como nunca el karma de un país fragmentado y sin instituciones, sometido a voluntades que van y vienen, fundadas solo en lazos de familia, porque los demás son poco o nada confiables. ¿La alternativa del acuerdo y la normalidad está más lejos que nunca o podría ser el resultado inesperado de la debilidad de todas las partes en pugna?

Por Marcos Novaro/ TN

El Presidente Javier Milei organiza su partido, suponemos, para “institucionalizar su proyecto”. Pero lo hace poniéndolo bajo la égida de su hermana, que ya controla, además, medio gobierno. Como dijo la propia Karina en Parque Lezama, podemos igual dormir tranquilos, porque “los hermanos Milei no defraudan”. Nos pide que confiemos en ellos, porque da a entender que ellos mismos solo se confían uno al otro.

De todos modos, y como se vio en los recientes duelos parlamentarios, lo cierto es que la gestión que los hermanos Milei lideran depende cada vez más para sobrevivir de un precario acuerdo con lo que queda del PRO. Que a su vez se refugia en la posibilidad de conservar al menos su último bien familiar, el control de la ciudad de Buenos Aires.

Lo que busca a través del juego de pinzas que en la negociación con el gobierno practican Jorge y Mauricio, los dos primos sobrevivientes del colapso de lo que fue, hasta hace poco, la coalición más institucionalizada, programática y supuestamente previsible que supimos conseguir. Y que, pese a todo eso, se evaporó en un santiamén.

Enfrente, mientras tanto, Cristina Kirchner se prepara para tomar oficialmente el mando del PJ, que siempre ejerció por interpósitas personas, ahora que ya no puede delegar nada. Lo que revela que, más que muestra de fortaleza e institucionalización, la interna peronista es manifestación de una involución también familiar: si el plan de Cristina da resultado tendremos a la madre en la conducción nacional y al hijo en su expresión bonaerense.

Todo dependerá del apellido Kirchner, porque no habrá quedado nada más, ni alianzas, ni oficialismo y oposición, ni herederos o aspirantes a la sucesión, ni planes de ningún tipo. Será el poder del otrora imbatible movimiento reducido a su mínima expresión, que sobrevivirá solo si logra esterilizar todo a su alrededor y porque hay y seguirá habiendo suficiente gente, en el llano y en las elites, asustada con que algo cambie en el país.

¿Es esa esterilización del entorno un anticipo de lo que podría resultar del mileismo si tuviera éxito? ¿Ese eventual éxito irá acompañado de una creciente arbitrariedad y personalización? ¿Por tanto, hay que elegir entre el fracaso de la gestión o un nuevo ciclo de poder concentrado, abusivo y dañino para la república?

Puede que no; que las cosas, sorprendentemente, no vayan por ahora, ni tengan por qué terminar saliendo, tan mal. Por la simple razón de que ninguna de estas familias en pugna tiene muchas chances de lograr ahora lo que lograron los Kirchner en los últimos veinte años: anular a los demás. Y en consecuencia podría haber más juego pluralista y acuerdos institucionales de lo que ha sido habitual entre nosotros, y mucho más de lo que todas las partes involucradas siquiera buscan o lograrían imaginar.

Hay ya unos cuantos ejemplos de que este puede ser el resultado, azaroso pero no del todo casual, de una configuración no solo familiar del poder político, sino bastante caótica ella misma y protagonizada por actores ellos mismos bastante deficientes. Los proyectos de reforma política que inicialmente lanzó el oficialismo eran una locura: refundacionales, inconsistentes, improvisados; pero lo que hasta ahora terminó resultando de todo eso, la boleta única, es mejor de lo esperado.

La reforma del impuesto a las Ganancias es otro caso elocuente: el tributo fue canibalizado por el kirchnerismo y Milei durante la campaña, y objeto de todo tipo de manipulaciones en los meses iniciales de la gestión, pero por las necesidades cruzadas de todas las partes, finalmente, terminó saliendo una ley que lo mejora sustancialmente, incluso por encima de las expectativas de la mayoría de los tributaristas.

Existe el temor de que, a medida que el gobierno avance con su programa económico, y más todavía si el año próximo logra, gracias a ese impulso, imponerse de nuevo en las urnas, querrá salirse con la suya sin negociar nada. Pero aun cuando suceda algo de esto es muy difícil, sino imposible que los parámetros de la situación actual se alteren demasiado.

Primero, porque aun incrementando sus bancadas legislativas, el oficialismo va a seguir necesitando la colaboración del centro político para aprobar cualquier proyecto. Y también para sostener decretos y vetos. Ese centro seguirá seguramente disperso y sin duda tendrá una menos nutrida representación en el Congreso desde fines de 2025, pero si no se equivoca demasiado, y sigue jugando el juego del “sí, pero” frente al gobierno y la opinión pública, puede que sobreviva.

Además, en caso de tener éxito con la estabilización y la reactivación, el oficialismo deberá hacer frente a cada vez más demandas, no menos. En verdad, ya desde ahora ellas se están reactivando, como muestran las encuestas: bastó que la inflación disminuyera para que floreciera un arco de expectativas de reparación, que el gobierno no está ni muy inclinado ni bien preparado para atender.

Por lo que, podría decirse, él ya está siendo víctima de su propio éxito: como alejó la amenaza de la emergencia, resurgen reclamos que durante lo peor de la crisis estuvieron desactivados u opacados, y ahora reaparecen porque cada vez más sectores quieren recuperar lo que en el ínterin perdieron. Quieren además que les cumplan la promesa de que, haciendo sacrificios, todos íbamos a estar mejor.

Ambos elementos, la fuerte fragmentación del poder político e institucional, y una reactivación de demandas hasta hace poco relegadas, van a seguir alimentando el juego pluralista. Que también depende, claro, de que el gobierno no logre salirse con la suya en sus apuestas más unilaterales y abusivas, y también de que encuentre actores dispuestos a colaborar, a cambio de concesiones que no le sean intolerables.

Es lo que hasta aquí ha venido sucediendo. Y habla de que nuestro sistema político, contra todo lo que se dice en su contra, funciona bastante mejor de lo esperado cuando se quiso pronosticar su final. Milei, además, no debería quejarse tanto si todo esto resulta así. Entre la dialoguista y la dura, y contabilizando a toda la tropa que pasa de una a otra condición según gustos y necesidades de cada momento, tiene la oposición más conveniente con que pudo soñar cualquier presidente argentino, al menos desde Néstor Kirchner a esta parte.

 

*TN/ NA