Sergio Massa salió del despacho de Cristina en el Senado -todavía lleno de vidrios por los piedrazos contra los ventanales- y no dudó en whatsappearle al Presidente: “llámala” escribió mientras caminaba hacia el recinto de Diputados. No iba solo. Su circunstancial compañía miró de reojo la respuesta: “Es que me va a putear…”. Eran las cuatro de la tarde del jueves 10 de marzo. La lista de oradores para opinar sobre el acuerdo con el FMI recién comenzaba en la Cámara baja.
Massa insistió dos veces más.
Casi a las seis, cuando finalmente llegó el mensaje presidencial, primero a Mariano Cabral, secretario privado de CFK, y después a ella misma, el despacho de la vicepresidenta no tenía sólo los vidrios rotos.
Estaba incendiado. Es cierto. Ella nunca contestó.
Alberto Fernández, en sus 27 meses de mandato, debe estar acostumbrado a que le claven el visto. El silencio y la distancia fue la manera que, al parecer, eligió Cristina para demostrar, según los momentos, su disconformidad, su tristeza, su decepción o su ira. Pero, por decisión del Presidente, esta es la primera vez que se comunica oficialmente y con detalle la incomunicación entre el binomio electo en diciembre de 2019.
Gabriela Cerrutti, la portavoz del Gobierno, lo hizo público primero en su conferencia semanal y después ante Ernesto Tenembaum en radio: “Lo que sucede ahora es que no se hablan, el día en que sucedió le envió un mensaje para ver como estaba y no le respondió”.
Hasta ahí los hechos. Que ya son de detallado conocimiento público como los dimes y diretes de los famosos en los programas chimenteros de la tele. Paro Cerrutti, esta falta de comunicación no se inscribe en la esfera política sino de “relaciones personales”.
Craso error. Alberto y Cristina tuvieron diferencias estilísticas desde siempre. Pero hoy el mutuo hartazgo personal está sostenido por dos miradas casi antagónicas de lo que es el presente pero, sobre todo, lo que será el futuro del país a mediano plazo. Para el Presidente el acuerdo con el FMI que mañana debatirá el board en Washington no implica un ajuste. Es más, entiende que es el inicio de una etapa de mayor tranquilidad en los mercados y la confirmación de que Argentina deja atrás la pandemia para confirmar el camino de la recuperación que se inició el año pasado con el crecimiento del 10%.
Tan entusiasmado está Alberto con el porvenir que en un exabrupto cuasi suicida en términos comunicacionales, preanunció la guerra contra la inflación con cuatro días de anticipación. El término no solo quedó grandilocuente ante la suavidad de las medidas del discurso de ayer, sino que encima disparó aumentos de precios “por las dudas”, en las principales alimenticias del país.
Mala praxis que se sumará seguramente en el índice de marzo que ya viene disparado por el aumento de los combustibles, la suba del valor internacional de los comodities por la guerra y el arrastre del 4,7 de febrero.
Los vidrios rotos del despacho de Cristina Kirchner en el Senado (Nicolás Stulberg)
“Si al menos hubiera usado filminas para explicar tranquilo que está pasando con los precios internacionales como hacía en la pandemia, una parte de la gente al menos entendería. Pero no puede ni con eso”, se lamentaban, lapidarios, alrededor de la vicepresidenta.
Igual está claro que la crítica de Cristina a la gestión no es sólo en términos comunicacionales. Desde los funcionarios que no funcionan hasta el acuerdo con el FMI, la vicepresidenta está convencida hoy que el Gobierno -mas allá de la pandemia- no está cumpliendo con las expectativas que generó cuando le ganó al macrismo. Está convencida que el acuerdo es ajuste, que elevar las tasas de interés generará freno al crecimiento, que atar el dólar a la inflación es comerse la cola y generará una espiral especulativa e inflacionaria y que la recuperación del salario real en este contexto y con esta dirección es casi imposible.
El gran problema es que hoy de todo esto y a puertas cerradas no se habla en la coalición gobernante. Porque no solo no se habla del atentado al despacho de la vicepresidenta. No se habla de nada. Y ahí el problema deja de ser personal para pasar a ser fundacional en lo político.
Está claro que Alberto no hubiera llegado nunca a Presidente si no lo hubiera elegido Cristina. Ahora qué pacto inicial hubo y claramente se rompió es aún una incógnita. En el Instituto Patria dicen que “Alberto se apunó”, dando a entender que cuando tuvo el poder de la lapicera se mareó.
El Presidente tiene otra versión: “Me dijo que conmigo podíamos acercar a Massa y a los gobernadores. Si querían un chirolita lo hubieran puesto a (Oscar) Parrilli”, se sinceró esta semana ante un amigo que no es de los cortesanos habituales y que está, como muchos, preocupado por el futuro de la coalición. O, mejor dicho, por el futuro de los dos años que quedan de gobierno.
Está claro que semejante transparencia en los encontronazos de Alberto y Cristina hace que el kirchnerismo y el “albertismo” esté hoy más en ebullición que nunca. Cualquier excusa es buena para desatar tempestades. Los K le siguen contando las costillas a Martín Guzmán y los amigos del Presidente no pierden oportunidad para convencerlo que se saque de encima a todos los funcionarios que responden a Máximo.
El que se va a encontrar en una encrucijada esta semana que empieza hoy es el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla Corti. La Cámpora anunció ayer que el próximo 24 de marzo volverá a hacer la tradicional caminata de 13 kilómetros desde la ex ESMA hasta Plaza de Mayo, como hicieron en el 2017, 2018 y 2019, y que se cortó por la pandemia. La consigna es bien peronista “Primero la Patria”.
En el Gobierno lo toman como toda una afrenta. Por eso se preguntan cuál es el acto oficial o institucional que está organizando para el Presidente el camporista secretario de DDHH. “La consigna no es real. Para ellos no es primero la Patria es Primero La Cámpora”, maúllan con bronca.
Así las cosas ya quedan pocos interlocutores que sean válidos tanto para Alberto como para Cristina. A pesar de los gestos el kirchnerismo sigue sosteniendo que de la coalición no se van. Y que todo este revuelo va a terminar encontrando su cauce.
Massa sigue esperando que alguien recoja su idea de retomar la mesa política de dialogo. Casi al estilo de la que tiene la oposición.
El gran tema es Alberto. Solo él como Presidente tiene hoy la potestad de convocar nuevamente a todos. ¿Podrá manejar su nivel de encono?