11 octubre, 2021
Cuando a Maryanne Wolf, una neurocientífica de la Universidad de Los Ángeles, le dio por releer una de sus novelas favoritas se dio cuenta de que ya no era capaz de leerlo. Le aburría por completo «El Juego de los Abalorios», un libro de Herman Hesse que solía fascinarle. El juego intelectual que plantea la novela de pronto le resultaba a Wolf demasiado complejo.
Por Marta García Aller*
Si a usted también le cuesta últimamente centrarse en la lectura de una novela sin echar continuamente mano al móvil para leer el último whatsapp o revisar los likes en Instagram seguramente se identifique con Wolf. Preocupada por lo mucho que le costaba concentrarse en la lectura, esta neurocientífica cognitiva, amante de los libros y experta en la relación del cerebro con el lenguaje, se propuso investigar si realmente estaba perdiendo la habilidad de leer en profundidad. El resultado, un libro: Reader, come home [Lector, vuelve a casa] que lleva un elocuente subtítulo: El cerebro lector en el mundo digital.
Wolf culpa a internet de habernos hecho perder a los lectores «la paciencia cognitiva» que antes nos permitía leer novelas más largas y complejas «y comprender niveles más profundos». ¿Está de verdad internet haciéndonos más estúpidos? No exactamente. Pero sí que está cambiando el modo que procesamos información. Y cómo leemos tiene una importancia capital en la plasticidad de nuestro cerebro.
Wolf culpa a internet de habernos hecho perder «la paciencia cognitiva» que antes nos permitía leer novelas más largas «y comprender niveles más profundos»
Recibir mensajes continuamente en el móvil, ojear redes sociales y leer a trozos noticias en internet está favoreciendo que procesemos más información más rápidamente. Es una competencia útil para surfear un mundo digital. Sin embargo, las interrupciones constantes de las tentaciones que llegan del mundo digital están diezmando nuestra concentración y cada vez dedicamos menos tiempo a esa lectura reposada que supone un mayor reto intelectual. Según las investigaciones de Wolf, corremos el riesgo de atrofiar la parte del cerebro que nos permite hacer los procesos de comprensión más analíticos y complejos.
Incluso los «buenos» lectores, aquellos con un dilatado currículum de lecturas en su haber, dice que también experimentan en los últimos años cada vez menos «paciencia cognitiva» para leer textos complejos. De tanto leer en diagonal en las pantallas cuesta cada vez más enfrentarse a una lectura reposada. Wolf reconoce que las investigaciones en este campo están empezando y es pronto para llegar a resultados concluyentes, pero su libro pone el foco en lo importante que es no subestimar nuestra creciente tendencia a la distracción.
La teoría no es nueva. También advertía Nicholas Carr en Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? que la lectura profunda que solía venir de forma natural se le había convertido en una lucha contra sí mismo. Y eso que cuando Carr escribió su ensayo era 2010 (el año que Apple lanzó el iPad) y todavía las pantallas táctiles y las redes sociales aún no se habían hecho aún omnipresentes en la vida cotidiana. Según Wolf, la creciente dispersión de nuestro cerebro lector no ha hecho más que empezar y eso debería preocuparnos.
No todos los expertos, sin embargo, son tan pesimistas. «Siempre ha habido muchos niveles de lectura», opina Amparo Lasén, profesora de Sociología de la Complutense e investigadora de la era digital. «No es lo mismo leer un texto que requiere mucha concentración, que un periódico mientras charlas en el bar que una novela. Antes de lo digital también había diferentes niveles de atención y no conviene mitificar al lector del pasado. No olvidemos que la lectura en nuestro país no ha sido tan extendida como en otros países del entorno. Y nunca ha sido una aptitud masiva ser capaz de leer textos complejos».
«Uno de los efectos de lo digital es que leemos más», añade Lasén. “Con los móviles leemos continuamente comentarios de otra gente de forma fragmentada y apresurada». Sin embargo, apunta esta socióloga que esta lectura en redes sociales no es justo compararla con la lectura que antes de internet se hacía de un libro. Las redes sociales y las secciones de comentarios de los diarios son más comparables con la oralidad que con libros o periodismo impreso.
Los Whatsapp que mandas están sustituyendo a conversaciones orales más que a otros ratos de lectura. «Hay que tener cuidado con qué actividades estamos comparando», afirma Lasén. «No tiene nada que ver leer una novela en tu cuarto con levantarte por la mañana y entrar en Facebook. Con internet ha surgido un nuevo tipo de lectura, la que hacemos al comentar los periódicos online, que es una mezcla de oralidad de comentarios que antes hacíamos en alto».
El estadounidense promedio lee el equivalente a 34 gigabytes juntando todos los dispositivos que mira, es decir, unas 100.000 palabras por día
Que en la era digital leemos más de lo que nunca, pero de forma distinta, Wolf lo reconoce en su libro y cita un importante estudio reciente según el cual el estadounidense promedio lee el equivalente a 34 gigabytes juntando todos los dispositivos que ojea, es decir, unas 100.000 palabras por día. “Desafortunadamente, esta forma de lectura rara vez es continua, sostenida o concentrada; más bien, el promedio de 34 gigabytes equivale a una explosión espasmódica», escribe Wolf.
No todos los expertos están de acuerdo con esta visión catastrofista. «Muchos de los estudios que se están haciendo están bastante sesgados», advierte Salvador Martínez, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Miguel Hernández y el CSIC. «Antes un niño que no leía, no leía nada de nada. Ahora los niños que no leen también están leyendo continuamente sus Whatsapp, sus redes sociales y webs. Eso sí, se acostumbran a lenguaje sencillo y breve. Y cuesta más llevarlos a textos largos. Pero eso no sé si es bueno o malo. Dejarnos de circunloquios puede ser bueno. Lo malo no es la brevedad, sino no tener mucho vocabulario porque esa carencia sí que limitará el pensamiento».
Según Martínez, «tener un lenguaje rico es fundamental porque es la guía del pensamiento. Si tienes un lenguaje pobre, tu pensamiento es pobre», advierte. «También es importante el pensamiento matemático y el visual. Y lo bueno del mundo digital es que cada vez utiliza más elementos dinámicos que exploran lo visual. No es malo mejorar nuestro pensamiento visual, lo que no tenemos que perder es la capacidad de concentración». Algo que, reconoce, nos está pasando.
“La comunicación se está haciendo muy visual, pero el texto no está desapareciendo”, coincide Lasén, que prefiere el optimismo. “Incluso Instagram tiene una parte importante de texto para dar contexto. Estamos cultivando nuevas formas de escritura más breves y más orales. Un tipo de escritura diferente, a veces más concisa y más audaz. No creo que necesariamente peor”.
De lo que no hay duda es de que estamos en un momento de transición. Aunque no esté claro hacia dónde. “Como artefacto para leer tanto las tablet y los smartphones tienen apenas una década”, afirma Enrique Villalba, profesor de Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid y director del seminario de cultura escrita Literae. “Estamos viviendo años decisivos que nos están cambiando los hábitos de lectura, pero también nos cambió en el siglo XIX con la novela por entregas. Ahora no solo cambia por estar delante de una pantalla. El mundo digital ha cambiado la forma de leer. Muchos estudiantes de Periodismo me dicen que nunca han leído un libro electrónico, pero están todo el día leyendo delante de una pantalla. Tanto el lector como el escritor están desorientados porque estamos en transición. Hay ansias por saber qué es lo que viene después, pero no lo sabemos. Nuestros textos digitales son los incunables de la era digital. Y van a pasar muchas cosas que cambiarán la forma de leer”.
Los neurólogos coinciden en que leer tiene una influencia directa en nuestro cerebro: «Favorece la capacidad de pensar, de reflexionar e imaginar», explica Guillermo García Ribas, neurólogo y portavoz de la Sociedad Española de Neurología. Y, según este doctor que ha estudiado la importancia de la lectura en procesos de deterioro cognitivo como el alzheimer, no todas las lecturas son iguales. «Las personas que leen novelas de ficción tienen menos tendencia al deterioro cognitivo», añade.
La lectura de ficción, según varios estudios científicos, tiene también beneficios psicológicos como fomentar la empatía y la socialización. «Ese beneficio que no se obtiene de la lectura superficial de noticias o redes sociales», explica García Ribas. «La lectura de ficción que nos mete en una historia y nos hace partícipes de ella activando diferentes áreas del cerebro. Leer textos informativos o ver una película es diferente a una novela, solo la lectura de esta última potencia más la imaginación porque activa zonas del cerebro que no tienen que ver con el lenguaje ni la interpretación de un escrito. Leer ficción en profundidad activa también la parte anterior del cerebro, que es la que se dedica a planificación, las emociones y a focalizar la atención», añade el neurólogo.
«Los neurocientíficos también coinciden en que el cerebro humano es muy adaptable y trabaja muy bien bajo diferentes impulsos. Tenemos la capacidad para procesar estímulos muy diferentes y muy rápido, por eso nos hemos adaptado rápidamente a la particularidad del mundo digital cuando apenas hace una década no existían ni los smartphones. Sin embargo, eso no quita que estemos subestimando alguno de los riesgos de convivir en un mundo permanentemente conectado.
Si cada vez que recibimos un Whatsapp no somos capaces de priorizar lo que estamos haciendo, estamos dando la respuesta más cercana al reino animal»
«El cerebro humano tiene capacidad de focalizar atención en una sola actividad, es una de las ventajas evolutivas de nuestra especie», explica García Ribas para advertir del riesgo de las interrupciones constantes. «Los animales no son capaces de concentrarse en una sola cosa, en cuanto hay un estímulo externo ese les distrae de lo anterior porque su supervivencia puede depender de ello. Los humanos tenemos la ventaja de que nuestro cerebro es capaz de trabajar con múltiples estímulos a la vez y podemos focalizar la atención y priorizarla». Y advierte: «Con las interrupciones constantes de mensajes y notificaciones estamos poniendo a prueba esa capacidad de focalizar nuestra atención y, si cada vez que hay un Whatsapp no somos capaces de priorizar lo que estamos haciendo, estamos dando la respuesta más cercana al reino animal. Lo más humano sería ser capaces de priorizar y esperar al momento oportuno».
Es decir, lo que está poniéndonos a prueba nuestra capacidad de concentración no es la lectura digital, sino la recepción constante de interrupciones que no somos capaces de posponer. «El cerebro humano es capaz de gestionar múltiples estímulos», afirma García Ribas. «Tenemos la capacidad de analizar el entorno, reflexionar y posponer una respuesta. Es connatural a la especie humana».
La llamada no puede ser más inoportuna. Cuando Amparo Lasén descuelga el teléfono para la entrevista concertada con El Independiente, está en casa en medio de una bronca con su […]
Si dejamos de pensar lo que hacemos y echamos instintivamente mano al móvil cada vez que se ilumina estamos siendo un poco más animales. «Yo no detecto que mis estudiantes tengan problemas de atención, sino que la interrupción gana a la concentración», afirma Celia Andreu-Sánchez, investigadora en neurociencia Neuro-Com Research Group de Universitat Autònoma de Barcelona. «Si eliminas la interrupción, es decir, si quitas el móvil de encima de la mesa, por mucho contenido en pantallas que estén viendo, cuando se pongan a estudiar se concentrarán sin problemas».
Andreu-Sánchez no cree que pasar mucho tiempo delante de una pantalla disminuya nuestra capacidad de concentración. Todo lo contrario. Según una de sus últimas investigaciones, que mide el parpadeo como termómetro de la atención, prestamos más atención al ver algo en una pantalla que a ver lo mismo en la realidad. Claro, que el experimento medía la atención a una historia de tres minutos. Los estímulos en una pantalla nos atrapan más pero durante un breve espacio de tiempo.
“Solo tener el teléfono visible en la mesa donde estamos trabajando o leyendo baja la productividad entre un 17% y 30%”, explica Lluis Martínez Rives, profesor de Neuromárketing de Esade. “Si, además del libro, en el campo visual tienes el móvil, aunque no esté recibiendo notificaciones en ese momento, está demostrado que baja tu productividad. Da igual que esté en silencio, simplemente la noción de que algo puede llegar de un momento a otro ya está mermando la concentración. Y cuando suena o se ilumina eso arruina la concentración y hay que volver a empezar. Lo que intentas conseguir, ese estado de flujo en el que cuando lees te olvidas del mundo y no te cuesta esfuerzo hacerlo porque estás concentrado, es muy difícil en un entorno de estímulos externos constantes”.
¿Cómo luchar contra la creciente dispersión que nos dificulta la capacidad de concentrarnos? «La pérdida de concentración no se debe a que estés menos preparados o que hayamos consumido mucho Youtube, la falta de concentración está más asociada a factores externos que nos están tentando todo el rato», afirma la doctora Andreu-Sánchez. «Lo que hay es que eliminar esas tentaciones durante el rato que queremos dedicar a a algo. La concentración se entrena y lo mismo que se pierde se puede recuperar».
Lo primero, según Wolf, es prestar más atención a lo que leen los pequeños. A los niños, insiste esta neurocientífica en la importancia de enseñarles a leer de manera profunda y concentrada. Por eso sostiene que es mejor leerles libros en vez de enchufarlos a un iPad para entretenerlos mientras el adulto puede estar mirando su propio móvil. Doble error. Lo primero porque frente a una pantalla táctil el niño rebosa alternativas a un clic que torpedean su capacidad de aprender a concentrarse en una sola cosa y, segundo, por el ejemplo que le está dando el adulto. No se trata tanto de prohibir pantallas como de asegurarse de que existe un rato concentrado exclusivamente en la lectura.
Sin embargo, las ganas de leer, reconozcámoslo, se encuentran con otro escollo que no tenía en épocas anteriores: la sensación de nunca tener tiempo para nada. «Habría que guardarse unas horas para uno mismo, para cerrar las fuentes de estímulos y dejar los dispositivos en otra información», recomienda Martínez Rives. «Hay que hacer una autocontención de estímulos externos. Cuanto más informado quiero estar menos profundizamos y peor es el resultado. Cada vez más gente dice que le falta tiempo, porque el número de cosas deseables para leer o para ver es tan alto que la lista de deseos es inabarcable. Esto genera una frustración».
Hay técnicas para que las tecnologías que nos facilitan la vida no se acaben volviendo contra nosotros. «Cada vez que bajas una app por defecto tienes que decir que no aceptas notificaciones», recomienda Martínez Rives. «Dejar de estar sometido a interrupciones constantes hará que te cueste menos lo que tienes que hacer, ya sea leer una novela o cocinar unos macarrones. ¿Por qué voy a tener que recibir los mensajes cuando quiere el que lo envía? ¿No tendrá más sentido recibirlos cuando yo quiero? Podemos bajar mucho el ruido que nos distrae».
Antes leer era una fuente de entretenimiento primordial para el que quería adentrarse en una obra de ficción y cada vez es mayor la competencia. «Hay que pensar en qué alternativas de ocio tenemos para pasar el rato», dice Lasén. «Incluso para aprender algo antes pasaba necesariamente por leerlo en un libro, aunque fuera de recetas, ahora puedes aprenderlo en tutoriales en Youtube. El incentivo a leer es menor».
También corremos el riesgo de proyectar en las nuevas generaciones los problemas que estamos teniendo con internet los que crecimos en un mundo sin conectar. «Los adultos nos dispersamos más», afirma Martínez desde el Instituto de Neurociencias de Alicante. Y cita un experimento en el que han medido la capacidad de comprensión de niños y adultos: «Dándole a leer el mismo texto en una tablet y un libro impreso a niños y adultos se comprueba que los adultos se dispersan más en la tablet, pero los niños se concentran mejor con la pantalla. Además les deja más huella cuando han visto algo en un iPad, porque el que sea interactivo y dinámico a ellos se lo hace más atractivo».
El neurólogo añade: «Estamos proyectando nuestros conflictos con las pantallas sobre los niños, pero hay que esperar más tiempo para tener resultados concluyentes sobre cómo afecta el mundo digital al cerebro». Y pese a ser más optimista en el largo plazo este científico hay algo que tiene claro: «De lo que no hay duda es de que los adultos estamos cada vez más dispersos y nos aburrimos más fácilmente sin profundizar en casi nada», concluye.
No solo es culpa de lo digital que estemos perdiendo pensamiento crítico. «Haber quitado durante un tiempo la Filosofía del Bachillerato no va a ayudar a las nuevas generaciones a familiarizarse con textos complejos», afirma Lasén. «No le podemos echar la culpa al móvil de que disminuyan las clases de Humanidades, lógicamente si estas no se toman en serio va a disminuir el interés que la sociedad tiene en ellas».
Los buenos lectores no solo son los que saben leer, también tiene mucho que ver con el hábito de lectura. Para explicarlo Enrique Villalba recuerda lo que decía Pedro Salinas en El defensor cuando el poeta distinguía entre lectores y leedores: «El lector es el que es capaz de poner interpretación, contexto y crear un mundo propio», recuerda Villalba. «Para eso hay que tener tiempo y reflexión, para interpretar. Y no es fácil en un mundo que vive tan deprisa y sobreestimulado. El leedor es el que es capaz de leer, recupera el texto de forma pragmática pero ahí no hay una interpretación ni una apropiación imaginativa”.
Faltan nuevos formatos por llegar que seduzcan más al lector. Esto no ha hecho más que empezar», afirma Enrique Villalba
Para no perder al lector que llevamos dentro, en el sentido que Salinas daba a la palabra lector, necesitamos desarrollar lo que Wolf llama el cerebro «biliterario», es decir, compaginar diferentes niveles de lectura. El estilo «saltamontes» que va de un sitio a otro digiriendo rápidamente una lectura en diagonal de aquí y allá tan habitual (y necesaria) en el mundo digital no debería ser incompatible con la lectura reflexiva y profunda.
Si las novelas del siglo XIX se construían con la magnificencia y estructura de una catedral, la lectura online tiene más que ver con el caos de un mercadillo en el que se va picoteando de aquí y allá. La lectura tradicional se está remplazando por algo más volátil y dinámico. Más flexible. Y seguramente esta sea una habilidad necesaria para moverse con rapidez en la red. Y bienvenida sea.
«El papel de la lectura cambiará en este mundo digital», afirma Villalba. «Los audiolibros por ejemplo están teniendo un auge inesperado. Es parte de la vuelta a la oralidad que estamos viviendo. El lector necesita facilidad de lectura y todavía no la tiene. Faltan nuevos formatos por llegar que seduzcan más al lector. Esto no ha hecho más que empezar».
Lo que no deberíamos perder de tanto pasear por el mercadillo es el placer de entrar de vez en cuando en la catedral. El problema no es que nos aburra o no Herman Hesse, sino que seamos cada vez menos capaces de un pensamiento crítico y, por tanto, advierte Wolf, más vulnerables a la demagogia.
Aunque si usted ha llegado al final de este artículo de 3.211 palabras, quién sabe, puede que el libro de Wolf se equivoque. Tal vez los buenos lectores no hayáis cambiado tanto.