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27 julio, 2025

Navegando mundos: el viaje histórico de un puñado de aventureros de Gales a Chubut

Poco de romantica y mucho de increíble. Una travesía increíble en un barco que no era tal, con deserciones y conspiraciones por doquier. A mano de un capitán inexperto por un océano indomable para la época. Un viaje plagado de muerte y vida, de sueños y realidades, de galeses llegando y originarios y criollos habitando. Un reinicio de época en Chubut

Por Marisa Rauta

Al cumplirse 160 años de aquella emocionante y fundacional historia en los orígenes de la provincia del Chubut, vale reeditar la mirada sobre algunos de los principales relatos bibliográficos en tono coloquial de aquella verdadera aventura, en honor a la memoria, que es siempre vivificante y buena.

La dimensión de la gesta está en el tesón que supero cualquier tipo de contrariedades. Porque la realidad de los colonos que llegaron a Patagonia, fue menos romántica y mucho más dura e improvisada de lo que a veces cuentan algunas crónicas.

El Halton Castle, el barco contratado por los galeses para establecer una colonia en la Patagonia donde poder mantener su idioma, su religión y su cultura amenazada por los ingleses, por el que se había pagado en efectivo, nunca llegó. Los estafaron.

Habían juntado dinero y armado una larga campaña de adhesión de viajeros que terminó diezmada por las conspiraciones políticas de quienes pretendían otros asentamientos en América del Norte, y además, por las tremenda demora y grandes inconvenientes para materializar la expedición, con causa impensadas, como fue precisamente esa estafa con el transporte.

Pero no se dieron por vencidos y merced a enormes esfuerzos, se consiguió otro barco para la fecha estipulada: el “Mimosa”. Esta embarcación en la que cruzarían el mundo, no daba tanta confianza.

Tenía doce años y su madera crujía cada vez que la mecían las olas. Por no tener velocidad ni capacidad de carga había perdido su condición de “ship” y por entonces era catalogado solo como un “barque”, uno de los pocos a flote, porque los demás de su tanda utilizados a nivel mundial, ya se habían hundido. Un destino que también le alcanzaría con los años al “Mimosa”.

Quienes alimentaban ese ensueño llamado “Patagonia” dudaban -y no poco- en subirse a tremenda aventura. Llegarían en invierno, tiempo poco propicio para explorar cualquier mundo nuevo y adaptarse a él. No sabían el tiempo que demorarían, y nadie podía asegurar si alguna vez podrían volver a Gales, aunque sea, para relatar la aventura.

No hacía mucho, un contingente extranjero había sido diesmado en Tierra del Fuego, y entre los ‘terrores’ que circulaban en escritos anónimos, les predecían tribus salvajes que practicaban la antropofagia. Un panorama nada alentador el terminar en una olla a fuego lento…

Jugados por jugados, estafados ante la primera contratación, Michael Jones echo mano a lo único que le quedaba y pagó las dos mil quinientas libras con la herencia de su esposa a la empresa Vining & Killey, y supo luego que otra vez su fuerte no eran los negocios y que le mantenían el valor sólo por el casco pelado. Otra vez los habían estafado.

Por eso tuvieron que adaptar todo tipo de estructuras en madera (camas, mesas, bancos) que luego serían útiles para instalar directamente en sus casas en la colonia, pero que en ese momento significó un enorme trabajo y un esfuerzo extra para lograr adaptar un casco pelado en un barco de pasajeros, con poco tiempo y prácticamente sin dinero.

Anecdotario de las peripecias

El capitán Pepperell, que no era el capitán original que los conduciría a cargo de tamaña aventura (porque el contratado había renunciado), fruncía el seño, y se daba corte de viejo lobo de mar, pero en realidad no conocía el océano Atlántico, ni las corrientes marinas, ni los vientos que debió enfrentar en los 13 mil kilómetros que navegó para llegar a la Patagonia.

Apenas tenía 25 años y su segundo al mando, era bastante mayor que él con 39 años, por lo que además de su falta de experiencia, se le acumulaban como sombra los reproches técnicos y las desautorizaciones propias por cuestiones de edad, en una época donde las canas eran verdaderamente valiosas. Y por si faltaba conflicto, además ganaban lo mismo.

Para completar el cuadro de endebleces, el titular de abordo había renunciado días antes de la partida, reemplazándolo el auxiliar “aprendiz”, Robert Tagle, otro ‘nuevo’.

El notario, Richard Berwyn, registró desde el principio y por años, más pérdidas que ganancias, y no disimulaba sus dudas sobre el éxito posible de aquella intentona.

Tomas Green era el único médico novato que se animó a la aventura, y para colmo era irlandés, lo que indicaba que poco se quedaría en la colonia galesa, además de tener que someterse a la permanente duda sobre sus prácticas por portación de origen, un estigma entre comunidades de la Gran Isla que siguen destilando nacionalismos extremos.

Allá vamos!

Estaban todos arriba, habían agitado los pañuelos, llorado y reído, cantado y enarbolado las banderas. Sin embargo, la marea era tan baja que ese día el barco no pudo zarpar, como si se negara al lance. Tuvieron que pasar la noche en la costa y embarcados a la espera de que las fuerzas de Llŷr los impulsara. Como Llŷr no activaba, al día siguiente, casi de prepo, el Mimosa fue remolcado y lanzado al océano inmenso.

El primer día de navegación les deparó una tormenta sin igual que casi devora a los aventureros, al punto que un bote salvavidas intentó rescatarlos insistiéndoles que bajaran, pero ante la negativa de los tozudos inexpertos galeses, los rescatistas los dejaron a su destino. Así continuaron la navegación casi resistida por todos los oráculos.

A los cinco días, las aguas se calmaron y aprovecharon para casarse Williams Huges y Anne Lewis. Además de florecer el amor entre tanto encierro, los galeses aprovecharon a cultivar ese bien preciado que es el ceremonial y la profusa vida social que los caracteriza.

A los diez días comenzarían los velorios: murió Jane Thomas (2 años) y un día después James Jenkins (2 años).

Para contrarrestrar, un día más y nacía el hijo de Mary Morgan Jones, con todo lo que significaba atender un parto en alta mar y en condiciones impensadas. Unas semanas más y nacía Rachel Jenquins.

Así iba fluyendo de costa a costa, la vida y la muerte y la vida y la esperanza en un viaje tan increíble que supera cualquier ficción.

Los últimos en ir a parar “al armario de Davy Jones” (como referían los viajeros al fondo del mar) lamentablemente fueron los más vulnerables, los niños. También partieron sin llegar a tierra los pequeños John Davies (2 años), Mary Jones (3 años) y Elizbeth Salomón (2 años). Enfermedades y carencias a bordo dejaban una dura enseñanza en ese pequeño mundo de madera a la deriva del tiempo.

Mientras, los futuros colonos que iban quedando seguían perseguiendo en sueños su nuevo mundo, llorando sus angustias, meditando sobre la loca expedición, pagando con pérdidas y tránsito interminable tanto desafío, mientras con cada salida del sol, reorganizaban sus rutinas y convivencias lo mejor posible.

La vida a bordo

De los dos meses y medio que compartieron los viajeros, desde la salida hasta la puesta del sol, los ocupaba la intensidad de las prácticas para la supervivencia de los cuerpos, pero sobre todo de las almas y de los espíritus.

Por ejemplo oraban en dos confesiones diferentes en distintas horas del día. El Dios era el mismo, pero los cultos diferentes. Por eso se turnában sus reverendos y pastores para no espantar ni arrear la grey ajena, y después cantaban todos juntos, para pedirle al cielo un destino definitivo y comunitario, haciendo vibrar el sonido de vida en esa inmensidad devoradora.

Pasó de todo. Hubo encarcelados a bordo por resistirse a cortar el cabellos de las damas que habían contraído plaga de piojos, y hubo primer avistaje de ballenas al rodear la hoy conocida Península Valdés, todo esto según las crónicas autorizadas del viaje.

Pasaron como dos meses, y el mar se fue poniendo frío y eterno. Las necesidades eran muchas, el agotamiento inmenso, las provisiones pocas, las raciones cada vez más pequeñas, el agua escasa.

Un día, cuando las miradas perdidas sobre el azul grisáceo se abstraían en el hipnotismo entristecido de la incertidumbre extrema, los vapores y resoplidos de las ballenas recuperaron la atención de todos en el horizonte, al igual que las aves costeras que surcaban el cielo.

Sabían que era la bienvenida definitiva, sabían que ellas estaban allí desde siempre y para siempre con ellos estarían. No estaban solos, ni tan lejos, ni tan tristes, ni tan arrepentidos.

El temible exceso de entusiasmo

En el viaje habían muertos varios, sobre todos niños, el futuro, la razón de cualquier familia. Eran imágenes duras e imborrables en la vida familiar.

Cuando Michael Jones festejó en el muelle del Victoria Dock que la colonización estaba a flote y se disponía a elevar anclas, también meditaba profundamente sobre sus desvelos: cómo seguirían. Entre el grupo embarcado solo quedaban dos agricultores, el resto eran mujeres y niños y aventureros. Sin embargo, el entusiasmo fue una receta más secreta aún que la de la torta negra.

Mentiras piadosas

A los inmigrantes les habían contado que el Valle del Chubut se extendía unos 450 kilómetros y en realidad no eran más que 90. Que el río era navegable decenas de kilómetros y en realidad eran sólo 2. Que había árboles llenos de manzanas, grosellas y uvas en abundancia a tal punto que cuando maduraban, caían al río y agitaban su superficie, pero pocos frutos había comestibles por estas latitudes.

También decían que había innumerables rebaños de vacas a la espera de quienes las ordeñaran, mientras que el guanaco era plaga, al igual que el puma y el choique.

David Williams vendía en el Manual del Colono, “fértiles tierras con colinas cubiertas con bosques de toda clase por la zona de Madryn”. Toda una utopía.

El cachetazo de realidad

En realidad cuando llegaron los colonos mareados y vomitosos, Lewis Jones y Edwin Roberts que esperaban desde junio al contingente, subieron a bordo y les hablaron de este modo: “Veo en la lista de nombres que ustedes vienen de diferentes condados de Gales y que entre ustedes hay toda clase de oficios. Como este año ya pasó la temporada de preparar la tierra y sembrar, opino que será mejor encarar otros trabajos que nos darán ganancias inmediatas. (…) Al norte de Madryn (hacia el lado de Valdés) hay mármol negro que se vende a 5 libras la tonelada. En Valdés también hay caballos que fueron abandonados por los españoles y que a los jóvenes seguramente les gustará ir a juntarlos para poner al servicio de los colonos. Además, cerca de la boca del río hay cascajo de conchillas valuado en 2 libras la tonelada. Es un lugar conveniente para que personas mayores las junten y preparen la carga de un barco. Más hacia el sur hay una isla llena de guano donde los de edad mediana pueden ir por unos pocos meses y preparar cargamentos, ya que se vende a 5 libras la tonelada. Los carpinteros y otros pueden construir casas y cuidar de las familias, y al final de la temporada distribuiremos las ganancias para comenzar a trabajar las chacras. Ahora me voy a Patagones a buscar mas provisiones para ustedes (…)”.

En tierra los esperaban apenas cuatro caballos, dos carros, una decena de vacas, ovejas y apenas unas sorprendentes cuevas empalizadas que oficiaron de refugios semi-excavados en la roca. Un depósito de víveres, un pozo de agua salobre y un primer tramo de no más de cinco kilómetros de camino abierto a pico y pala hacia el Valle completaban la mínima avanzada.

Tratando de atajar el frío insoportable de un invierno patagónico como el de ahora, los colonos se cobijaron en los socavones de la actual “Punta Cuevas” y en lo más tibio de cada día salían a explorar de a poco el terreno. Un testimonio escrito en amarillento diario personal asegura

“Desde Liverpool hasta el desembarco nadie había pasado necesidad alguna, pero desde el día en que llegamos empezamos a tener un contratiempo tras otro. (…) Éramos poco más de 150 personas de ambos sexos y de todas las edades, que nos encontrábamos en la costa de un país desconocido, lejos de las comodidades acostumbradas, y que teníamos que cruzar decenas de millas de campo seco para alcanzar el valle donde pretendíamos establecernos.” Este relato inicial es de David William que tenía 36 años. Fue el primero en avanzar solo hacia el Valle dada su ansiedad luego del desembarco. Se perdió ese mismo día y fue hallado muerto en noviembre de 1867 en el “Bajo de los Huesos”, que debe su nombre a este hallazgo. Así sería el inicio de la colonia, extrema, cautivante, sorprendente, avasalladora…

Desde que el primer grupo avanzó hacia el río y se quedó sin agua a los dos días, pasando por el avance a la cordillera en busca de las leyendas del oro, y hasta el tendido del ferrocarril, todo implicó sueños extremos e iguales angustias.

Atrás, la inmensa masa oceánica tapaba con su vaivén chilloso los cantos congregacionales, las estrofas Hen Wlad Fy Nhadau (himno) dejando demasiado lejos la Cymru an byth (Gales para siempre), los olores de Cardiff, los pasos del rey Arturo y la seguridad de su mágica Caledfwlch (espada), el santo equilibrio de los dolmen.

Adelante, el inmenso horizonte que separaba la actual Madryn con Trelew o Esquel prometía otra vida, lejos del yugo inglés, espacio inmenso para atesorar los propios valores y cantar los versos en el “idioma del cielo”, pero todo estaba por hacerse.

Dicen que Edwin Roberts –por ejemplo- desmontó él sólo, ocho kilómetros de maleza abriendo camino hacia Trelew, mientras esperaba la llegada del Mimosa con sus compatriotas.

Cada paso era temido, cada colina ocultaba supuestos, cada remolino de viento a la distancia parecía un malón cercano… Así fueron los comienzos de Chubut

El viaje hacia sí mismos

Desde el 26 de julio de 1865 cuando comenzaron a rodear la Península de Valdés el ánimo les volvió a los cuerpos. Pepperell daba órdenes, preparaba las velas y recorría la cubierta dejando huellas triunfales al mejor estilo capitán triunfante. Los navegantes sobrecogidos y encontrados por la tierra, ya no durmieron.

Cuando el sol entibió la cubierta, se calzaron sus mejores ropas y se aprestaron en masa a apropiarse de los mayores kilómetros de costa posible de una sóla mirada.

Era el 28 de julio de 1865, habían llegado a una “Bahia Nueva”.

La mañana era diáfana y fría, hermosamente extraña, como la tristeza de la partida, como la incertidumbre del tránsito, como la alegría de la llegada. Punzante, contradictoria, melancólica, sordamente silenciosa.

En la soledad de la Bahía y atenuado por el viento cortante se escuchó el “Hip, hip, hurra!” de algunos, mientras la arena disimulaba las lágrimas de otros.

Desde entonces, los chubutenses recreamos un día como hoy con ese mismo ánimo: el “Gwyl y Glaniad”, la fiesta de aquel desembarco que fue uno de los primeros pasos de lo que somos como comunidades…

Felicidades vecinos!!

 

Bibliografías consultadas

1- Druidas. El espíritu del mundo celta de Peter Berresfor Ellis
2- Mitos Celtas y Guía completa del mundo celta de Miranda J. Green
3- Diccionario Akal de Mitología Celta de Ramón Sainero
4- El cristianismo Celta de Jean Markale
5- Rituales Celtas de Alexei Kondratiev
6- Historia de los Comienzos de la Colonia en la Patagonia de Thomas Jones- Traducción Fernando Coronato- Fund. Ameghino
7- Una Frontera Lejana- FA
8- La Colonia Galesa de Lewis Jones
9- A orillas del río Chubut de William M. Huges
10- Los Galeses en la Patagonia – CEHySPM
11- Calon Lan de Nancy Myriam Humprheys
12- Historias del Chubut de Clemente Dumrauf
13- Consultor Patagónico de Luis Colombato