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15 junio, 2022

Narrativa: «El lugar del que no se puede volver es el de la culpa», dice el poeta Diego Muzzio

En la novela «El ojo de Goliat», del poeta, escritor y docente Diego Muzzio, el mal y el bien pero también la cordura y la razón tienen límites que se resquebrajan y evidencian la inestabilidad de la percepción atravesada por las atrocidades de la guerra, donde el horror toma forma de violencia inédita o amenaza de aniquilación, y el lenguaje puede perder la capacidad de ordenar las vivencias.
Por Emilia Racciatti
Muzzio indaga en los lmites de la cordura Foto Victor Carreira

Muzzio indaga en los límites de la cordura. Foto: Victor Carreira.

Desde la ciudad francesa de Le Mans, en la que vive hace casi dos décadas, Muzzio (Buenos Aires, 1959) respondió una entrevista para la agencia Télam sobre su salto al género novela después de libros de cuentos como «Mockba», «Las esferas invisibles» y «Doscientos canguros».

Con el libro «La tour d’amour» («La torre del amor»), de Rachilde, y los universos de Robert L. Stevenson, Roberto Arlt y Adolfo Bioy Casares como inspiradores en el proceso de escritura de la novela, editada por Entropía, Muzzio se dispone con esta historia a indagar en la psiquiatría en clave de literatura fantástica.

El psiquiatra Edward Pierce es a quien acude un pariente lejano de Robert Louis Stevenson, el creador del doctor Jekyll y el señor Hyde, para que trate a un ingeniero que enloqueció mientras llevaba adelante la tarea de inspeccionar un faro en el Atlántico Sur, y será a través suyo que accederemos a los escritos de quien fue perdiendo la razón y dejando testimonio de eso.

«¿Qué es la normalidad o la cordura? ¿Eran normales los hombres que tuvieron que soportar esa guerra o imperceptiblemente fueron cayendo en un estado de enajenación que les permitió soportar esa vida? ¿En qué momento preciso esa delgada normalidad se quiebra y la persona pasa del otro lado del espejo, para recordar a Alicia?», se pregunta Muzzio, ganador de premios como el de Poesía del Fondo Nacional de las Artes por su libro «Sheol Sheol» en 1996 y por «Hieronymus Bosch» en 2004 o del Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz por su libro «Gabatha», a propósito de esta novela.

P. En «Doscientos canguros» hay un cuento sobre Malvinas y la guerra es un tema que investigás. ¿Ese interés por qué implica soportar una guerra fue lo que te impulsó a comenzar esta historia?

-Diego Muzzio: Es difícil precisar cuál es el disparador de una historia. Tal vez no haya solo uno, sino varios. En el caso de «El ojo de Goliat», uno de esos disparadores pudo haber sido la lectura de la novela «La tour d’amour», de Rachilde, seudónimo de Marguerite Eymery (1860-1953), una escritora francesa que tuvo bastante éxito en su momento, hoy totalmente olvidada. La novela transcurre en el faro de Ar-Men; es una historia terrible y demencial, revolucionaria para la época, y que desde hace años estoy tentado de traducir al español. La primera guerra mundial, desde luego, fue quizás otro de esos disparadores. En efecto, cuando uno piensa en lo que tuvieron que soportar esos hombres -la violencia inédita de los combates, la amenaza permanente de la aniquilación, las condiciones de vida en las trincheras-, resulta increíble que no hayan desertado en masa de ese infierno. El impulso inicial cuando me siento a escribir es, sin embargo, misterioso, en el sentido de que no sé muy bien hacia dónde va la historia. La trama se va armando a medida que avanzo. No tengo un plan, ni una estructura previa. Voy descubriendo la historia a medida que la escribo.

Solés escribir cuentos, ¿cómo fue el paso del cuento a la novela? ¿Tenías claro de entrada que se trataba de una novela?

-D.M.: En realidad, ya había escrito algunas novelas infantiles y juveniles. De manera que ya tenía una experiencia previa. El procedimiento es básicamente el mismo. Parto de una idea muy general y la historia se me va revelando mientras la escribo. En el caso de «El ojo de Goliat», sí tenía en claro desde el principio que sería una novela.

A través de la figura lejana de Robert Louis Stevenson, el creador del doctor Jekyll y el señor Hyde, que trae al paciente que obsesionará al psiquiatra protagonista, se instala la pregunta por el límite entre la locura y la cordura, entre otros. ¿Cómo te interesa pensar esa relación de opuestos o ese límite que se difumina?

-D.M.: Es justamente lo que se pregunta el personaje del psiquiatra al principio de la novela: ¿qué es la normalidad o la cordura? ¿Eran normales los hombres que tuvieron que soportar esa guerra o imperceptiblemente fueron cayendo en un estado de enajenación que les permitió soportar esa vida? ¿En qué momento preciso esa delgada normalidad se quiebra y la persona pasa del otro lado del espejo, para recordar a Alicia? Dentro de esa disyuntiva, lo que quise trabajar fue el tema del doble, que es un tema central en la literatura fantástica.

El autor vive en la ciudad francesa de Le Mans Foto Victor Carreira

El autor vive en la ciudad francesa de Le Mans. Foto: Victor Carreira.

La referencia a «Alicia en el país de las maravillas» atraviesa la novela desde la presencia de Anne, esa suerte de mujer recordada, imaginada por Pierce que le fue dejando citas que lo sorprenden y una es que «la imaginación es la única arma en la guerra contra la realidad», y sin embargo acá la imaginación parece ser también el lugar irreversible.

-D.M.: Creo que el lugar del que no se puede volver es el de la culpa. Es la culpa la que acosa al ingeniero Bradley, y también a Pierce, por haber permitido el alejamiento de Anne. Y es también la culpa, de alguna manera, la que impulsa al psiquiatra alemán, el enemigo intelectual de Pierce, a visitarlo, para intentar convencerlo de abandonar el tratamiento por hipnosis.

En la contratapa, Luciano Lamberti marca la comparación entre la psiquiatría como dispositivo de poder con la literatura fantástica. ¿Te interesa ese género? ¿Cómo ves esa comparación?

-D.M.: Sí, es la literatura que más disfruto. Respecto a la comparación de Luciano, me parece muy acertada. Podríamos decir que Pierce, el psiquiatra, es un lector atento. De hecho, reconstruye la historia escondida en el diario de su paciente, lo incita a recordar, crea todo un escenario para obligarlo a revivir el momento fatal en que cae del otro lado. Es, de alguna manera, un crítico literario o un detective, que va desenterrando la historia del ingeniero, el origen de su locura, que se basa en la culpa. Es lo mismo que intenta hacer Bradley con Evans, el asesino, durante su estadía en el faro. Al leer el diario de Evans y los artículos de prensa sobre el crimen, Bradley intenta comprender ese acto irreversible; de alguna manera, en esta parte del relato Bradley es un alter ego de Pierce. Ese juego de dobles se va repitiendo a lo largo de toda la novela.

¿Seguís viviendo en Le Mans y dando clases de español? ¿Cómo afectó la pandemia esa rutina de trabajo entre las clases y la escritura?

-D.M.: Sí, sigo viviendo en Le Mans y dando clases de español. Cuando llegó la pandemia, la novela estaba en etapa de corrección, que es un trabajo mucho más obsesivo, aunque de alguna forma más amable. La verdad, no sufrí para nada la cuarentena, todo lo contrario: un escritor pasa buena parte de su vida encerrado, sentado frente a la computadora, de manera que no hubo un gran cambio en mi rutina diaria. Pero al asomarme a la ventana y ver la calle desierta, parecía que, de pronto, todos habíamos pasado a ser personajes de un relato fantástico, o de algún episodio de la «Dimensión desconocida».