28 septiembre, 2021
En «Pobres corazones», la escritora santafesina retoma las aventuras de Silvana Aguirre, una oficial de policía que recorre las calles de Rosario en lucha contra la delincuencia y el narcotráfico. La novela convierte a la ciudad no solo en el escenario sino también casi en un personaje fundamental de la historia.
Por Eva Marabotto
Una oficial de policía lesbiana y fanática de River es la protagonista de la novela “Pobres corazones”, en la que la santafesina Melina Torres redefine a su modo el género negro y lo ambienta en una ciudad signada por la violencia y la delincuencia: Rosario.
El entrañable personaje protagónico de la novela que acaba de publicar Penguin Random House y merece sumarse a la galería de detectives con impronta local, conjuga un carácter malhumorado y una lengua siempre dispuesta a la palabrota con una honestidad y una valentía a toda prueba. Aunque es ella misma la que alerta a la testigo de uno de sus casos, asumiendo toda su vulnerabilidad: “Toda la valentía que usted cree ver en mí no la asumo cuando se trata de cuestiones personales”.
“Con personajes adorables que acompañarán a los lectores más allá de esta novela, una trama impecable y un humor poco frecuente dentro del género policial ‘Pobres corazones’ se inscribe en la tradición argentina de ficción de calidad y Melina Torres se convierte en una de las nuevas y destacadas voces de nuestra literatura”, define Claudia Piñeiro en el prólogo.
La escritora es santafesina, licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario y especializada en Políticas Culturales por la Universidad de Barcelona. En 2016 publicó “Ninfas de otro mundo”, en el que comienzan las aventuras de Silvana Aguirre, este personaje que pide una saga.
A continuación los principales tramos de la charla en la que la autora contó la inspiración que tuvo para crear el personaje y la importancia de la ciudad de Rosario como escenario de las aventuras de la oficial Aguirre.
P: Construís una heroína mujer de una novela negra, ¿te inspiraste en otros personajes de la literatura o el cine?
-Melina Torres: Si hablamos a nivel internacional me gustan mucho la saga de Kinsey Milone de Sue Grafton o Rebecka Martinson de la escritora Åsa Larsson. De las locales, me gusta Ruth Epelbaum de María Inés Krimer, también la estupenda Vero Rosenthal de Sergio Olguin. Me cae de maravilla Fátima Elizabeth Sánchez (Aka la Víbora Blanca) de Leo Oyola. Pero también estoy segura de que la Cometierra de Dolores Reyes tiene muchos libros por delante. Al mismo tiempo, veo muchas series policiales. En mi podio están Stella Gibson (The fall), Sara Linden (The killing) y Robin Griffin (Top of de lake) y este año “Mare of Easttown”.
La novela toca temas absolutamente contemporáneos: ataques a sedes judiciales, narcotráfico, lavado de dinero ¿quisiste darle un anclaje de verosimilitud o dar cuenta de una situación que se vive a diario en la ciudad en la que vivís?
– M.T.: Me quedo corta, lamentablemente la realidad supera la ficción. Aunque en “Pobres corazones” estén presente las bandas narcos, el modo de proceder: la intimidación a balazos, esa falta de límites en el ejercicio de la violencia, los mensajes extorsivos y toda la cantidad de acciones que si abrís el diario de hoy las leés; yo lo que quería escribir, no sé si lo logré, fueron los pliegues. Detener la mirada y la palabra ahí. El impacto en el tejido social, en la vida cotidiana y en el sencillo hecho de que nadie esté exento de ligar una bala. Escenas que se repiten en la vida diaria, una y otra vez, como señala Norma, uno de los personajes, que estaban celebrando un bautismo en la vereda y los corrieron a balazo limpio. O lo que sucede en un hospital de emergencia, o pibes juntando plata para el entierro de un amigo asesinado.
Además de la protagonista hay una galería de personajes queribles y muy bien delineados, ¿son registros autobiográficos o creaciones para balancear y acompañar a la protagonista?
-M.T.: Los personajes vienen como una corazonada. Son sinceramente como un tirar del hilo de una madeja y llegar a ellos. Generalmente, lo primero que tengo son voces y solo voces en la aridez de otros planos. Primero llegan sus voces y una vez que los escucho los empiezo a delimitar. Los dejo hablar porque en el diálogo es como que me trazan un mundo, sus mundos. Me importa saber las circunstancias de todos los personajes, aunque no las escriba. Me gusta interesarme por sus herencias, aunque algunos solo hereden una melancolía insondable.
Estimo que todos y todas en algún momento de nuestras vidas hemos hecho una épica o hemos conseguido un aleluya que merezca ser contado. Así ocurre con los personajes, por eso me gusta regalarles un primer plano, un gesto de reconocimiento. Aunque esto también hay que decirlo, esa insistencia en los personajes me sirve para que la novela tome otro ritmo y descanse un rato de la neurosis de Aguirre que está a mil todo el santo día.
Alguna vez confesaste que Silvana Aguirre era casi tu opuesta, ¿cuál es tu estrategia para narrarla?
-M.T.: Es un poco tomarme el pelo a mí misma. Las bromas que ella hace sobre el veganismo o sobre la meditación son chistes, que me suelen hacer y, la verdad, no me molestan para nada. Perfilarla en ese sentido no es tan difícil porque yo vengo de una familia en que si no comés carne parece que no te llenás o te falta algo entonces no se me hace complicado meterme en ese paladar. Te mentiría si te digo que hago un esfuerzo por meterme en sus zapatos, porque siento que me respira en la nunca cuando escribo. Es como un rumrum acá al lado mío. En un momento Herrera le dice “no tenés paz” y a veces siento eso. Que ella no tiene paz, no le dan tregua sus pensares, no se puede acallar. Ahí me gusta que Aguirre se juegue con sus instintos, lo apuesta todo, se tira a una pileta sin saber si tiene agua y así le va.
¿Cuál es el trabajo que hiciste sobre el modo de hablar de la protagonista, directa y visceral, que es tan identificable?
-M.T.. Le encontré el pulso a Silvana Aguirre, sus decires. Ella se me apareció de la nada, en ese abismarse que es escribir, en esa neblina que hay al principio, ella llegó de una forma tan clara, tan contundente (lesbiana, malhablada, futbolera y carnívora) que siento que nos conocemos de otra vida y estábamos destinadas a encontrarnos así, quizás de esta manera extraña, pero nuestra.
¿Cuál es el papel que juega la ciudad de Rosario en la trama? ¿Es un personaje más? ¿Hay otras ficciones que le concedan tanto protagonismo?
-M.T.: El universo litoraleño es el que me gusta agitar, es lo que conozco. Quizás Rosario tenga toda esta cuestión violenta y desigual, pero es la ciudad que me gusta habitar y que me habite, con todas las contradicciones, los cambios drásticos en su fisonomía, pero con algo de encanto que va más allá del río o de la postal turística. Me gusta que la ciudad tenga ese talle de que se la pueda recorrer en bicicleta. Me gustaría que se le diera más bola a los barrios o a la zona sur que no sé porqué siempre queda relegada de las propuestas culturales. Sin embargo, hay algo de esta ciudad que rescato mucho: los parques. El espacio verde, mi paraíso propio o mi patio trasero que es el parque Independencia y su rosedal.
En la trama la ciudad de Rosario es un personaje. Tal como yo entiendo a los personajes también la ciudad tiene que saber contarse, hacerse una narrativa de sí misma, por eso le metí mano a esa especie de guía gourmet muy apta para el paladar de Aguirre, pero no para quien quiera tener lo que se dice una alimentación saludable.
¿El hecho de que los policías protagonistas sean una lesbiana y un gay es tan disruptivo como que sean honestos?
-M.T.: Creo que sí, que la marca de agua de Silvana Aguirre está ahí. Si bien cuando la presenté la traté de definir de una manera contundente “Silvana Aguirre tenía más olfato que un galgo, una entereza a prueba de coimas, el mejor puntaje en tiro al blanco y una debilidad: las rubias tetonas”, en Pobres Corazones intenté contarla en su accionar. Lo que sucedía con el libro anterior es que eran cuentos y ahí hay que ir más al hueso.
En medio de tanta violencia, ¿por qué la compulsión de la protagonista hacia la comida? ¿Es un mecanismo de evasión, igual que el exigente entrenamiento que sigue?
-M.T.: El de la comida es como ese estado de ansiedad permanente pero también sucede algo del grado de disfrute de lo simple. A veces el plan es solo eso: ir a un restaurante. Aguirre sabe darse placeres sencillos.
Por otro lado, el correr además de entrenar es una práctica donde se aquieta, aunque parezca una contradicción. Es donde tiene que estar en su cuerpo y en su respiración porque de otro modo se lastima. Eso cualquiera que haga una disciplina física, lo sabe. Eso es algo que traigo de mi práctica personal en la danza, en el yoga. Si una se va del cuerpo, se lastima. Aguirre corre metódicamente pero, claro, no a un nivel profesional.