Desde el 31 de julio de 2020, cuando se registraron 1.094 contagios de la covid-19 en un solo día, la calle Sagárnaga en el mercado de las Brujas de la ciudad boliviana de La Paz se convirtió en escenario de esperanza para las familias de los enfermos.
Ese lugar huele a romero, a eucalipto, a wira wira, a tara tara, a cola de caballo, a yareta, a lampaya y a otro sinfín de hierbas que indígenas de allí y de toda Latinoamérica utilizan como base de la medicina tradicional para mantener la salud y para prevenir, diagnosticar, tratar y curar enfermedades del cuerpo y del espíritu. Solo en Bolivia se estima que hay 3.000 especies de plantas con potencial medicinal. Por lo general, las venden las mujeres, pues, como herederas de los saberes ancestrales, son versadas en su poder curativo y preventivo, así como en los rituales relacionados con la madre tierra o Pachamama. Las ofrecen frescas, secas o en brebajes cuyos ingredientes no siempre son revelados.
En la vecina ciudad de El Alto, en la zona 16 de Julio, centro de asentamiento de los yatiris (curanderos, en lengua aymara), Lucy Marka practica la medicina tradicional para tratar enfermedades del alma que se manifiestan en el cuerpo, y se dedica a sanar el ajayu (espíritu). “Cuando algo está mal, algo pasa con los 12 ajayus con los que vivimos las personas. Cualquier cosa puede asustar al ánimo y hacer que escape; entonces, hay que regresarlo al cuerpo; lo curo y lo llamo”, cuenta la indígena aymara.

En México, María Isabel Jiménez López, médica tradicional zapoteca, ha visto aumentar los pacientes que acuden a diario a su consultorio comunitario en la séptima sección de Juchitán, estado de Oaxaca. Sabedores de sus conocimientos ancestrales sobre el uso de plantas medicinales, la buscan para el tratamiento de la gripe, la tos y la fiebre. “La gente llegaba ya con el diagnóstico positivo, y otros, con secuelas; entonces, lo que hice fue recetar un kit que yo misma armé hace varios años y que incluye jarabe de morro, miel, cebolla, ajo, limón y otras hierbas, y así, por fortuna, ha funcionado bastante bien”, cuenta.
La combinación de hierbas cambia en el sur de la Amazonía de Ecuador, aunque el fin es el mismo: combatir la pandemia y “matar el virus”, para lo cual María Gutiérrez y otros habitantes del pueblo shuar utilizan bejuco, uña de gato, jengibre, ortiga, chuchuguaza y ayahuasca. Ella da fe de que varios miembros de su comunidad se han curado con infusiones y brebajes hechos con estos preparados. Lo mismo ha ocurrido en Aranjuno, un cantón ubicado en el Pastaza, donde combaten la enfermedad con corteza de challua caspi, curi, llushtunda, musuwaska, ayahuasca, chuchuguaza, sacha ajo y jenjibre, todo mezclado y hervido. A su vez, los siekopais, pueblo transfronterizo entre los ríos Putumayo, Aguarico y Napo, preparan sus propias medicinas y las distribuyen entre los 723 habitantes del lado ecuatoriano y los 2.000 del lado peruano.