14 febrero, 2021
Por Ariel ‘Griot’ Prat *
Dice en un fragmento de aquellla poesía ínclita del mexicano Juan de Dios Peza llamada «Reír llorando», más clamorosamente conocida como «el Garrick»: «El carnaval del mundo engaña tanto/ que la vida son breves mascaradas/ aquí aprendemos a reír con llanto/ y también a llorar con carcajadas…»
En estos tiempos y a diez años de la recuperación de un feriado festivo por excelencia en el que calle y pueblo se manifestaron históricamente abrazades, a pesar incluso de prohibiciones esquivas a la alegría, se producirá en un par de días, en todo el país, una novedosa manera del festejo.
Habrá que ver si cumple aquella vieja muletilla carnestolenda de la inversión de la realidad, o si los populares e indispensables -no tan breves- tapabocas suplantarán a las máscaras antiguas del imaginario como una mueca irónica de ingenio popular.
En Corrientes, según Victor Turraca, quien protagoniza el carnaval desde hace veinticinco años como director de batería de comparsas emblemáticas, este año se lo vive con «muchas sensaciones, más digamos de tristeza”.
“No hubo ensayos en todo el año, ni presentaciones, y como decimos acá, no hubo enchamigada: la juntada clásica de ensayo, y ni hablar la falta de carnaval…tristeza», dice Turraca.
Para Andres Pablo Cussi, recopilador e investigador cultural, gestor y difusor cultural del carnaval jujeño, la cosa no es tan distinta, reflexiona, porque «habrá un carnaval con protocolos”. “En Humahuaca, después de muchas reuniones, las comparsas y las instituciones locales decidieron no hacer el carnaval 2021. Sólo se va a realizar una ceremonia por comparsa, en los mojones correspondientes, con un máximo de 20 personas. No pueden salir los diablos y tampoco hay invitaciones en las calles…Carnavales hay muchos, pero vida una sola», sentencia. Los cascabeles de sus maravillosos trajes esperarán para sonar masivamente a que el gato pandémico acabe, al fin, de maullar entre tintineos.
No cambia mucho la cosa, ni se enfría desde la Patagonia. Así comenta la situación Paola Barria, de la murga «Los Covacheros de Caleta Olivia». «La pandemia nos hizo trabajar mucho más que en otros carnavales. Hasta los varones aprendieron a coser y tanto las chicas como los chicos se pusieron la mochila con la máquina de desinfección. La pandemia nos trajo unión y esfuerzo para el vecino de Caleta Olivia», cuenta mientras deja entrever el carácter de inclusión que la murga adquirió en estos años como género ligado al carnaval, que traspasa tanto calendarios como prejuicios sociales adquiridos, patriarcales.
Y en el mapa carnavalero de la CABA las murgas y agrupaciones de carnaval decidieron postergar las actividades barriales previstas en los corsos, y recurrieron como compensación a ocurrentes símbolos como los «murgales» (murales en cada barrio que cobija murgas y con sus colores), a banderines colgados en las casas o balcones. Agregaron actuaciones vía «streaming», con originalidad, dispuestos a ensayar el intento de evadir a la profunda tristeza que la suspensión causa, sobre todo, en miles de murgueros y murgueras, como a vastos sectores de la sociedad porteña que también lo disfrutan.
La imposibilidad de estar en las calles, que lejos de estar cortadas suelen estar atravesadas de arte y cultura popular, patrimonialmente intangible, vital.
Este año asistiremos a la quietud de legendarios «bondis» murgueriles estacionados, poblados de ecos combinados, entre bombos, silbatos y cantos de ironía. Las pilchas murgueras, esta vez, no colgarán de sus ventanillas, a la espera de la entrada a un corso, y la nieve se apretará vencida en un aerosol, a la espera de soltarse en el próximo carnaval. Ninguneado, gentrificado, estigmatizado, prohibido y desconocido, a pesar de ser un reservorio vital, natural, y por ende patrimonial, de nuestra cultura ancestral.
Hay que aceptarlo. En este febrero al fin no habrá, ni en la ciudad ni en tantos lugares del país, el festejo del arte callejero por excelencia: el Carnaval.
Otro poeta, Johann Wolfgang von Goethe, citaba: «El carnaval no es una fiesta que se le concede al pueblo sino que es el pueblo que se la concede a sí mismo».
El carnaval del mundo, en definitiva.
Me siento, entonces, de musculosa y mate, con la silla al revés, en el umbral de casa, barbijo colocado, con la imaginación al poder y el poder de la imaginación, mientras miro desfilar con entusiasmo al futuro y no con futuro al entusiasmo. Ya van dos pandemias seguidas y reptando nos tocaron en falsa retirada.
Que la vacuna al coronavirus truene como un bombo murguero en las calles de nuestra sangre.
Es la receta que firma, y en la que leemos, que hay futuro.
Y otro carnaval por delante, que destierre con ritmo a esta turra tristeza pandemónica.
Besos de esquina y abrazos de cancha.
*Músico, escritor, docente y murguero
*AT