2 noviembre, 2021
El jefe de gabinete mantiene el perfil bajo en público, pero no pierde pisada en el armado territorial. El kirchnerismo dice, por ahora, no celar las ambiciones de poder del tucumano.
Cuarenta días transcurrieron desde que el gobernador de Tucumán, Juan Manzur, dejó apresuradamente el Jardín de la República para poner paños fríos a la crisis política e institucional que desató la apabullante derrota electoral del Frente de Todos en las elecciones primarias.
Desde entonces, el flamante jefe de gabinete no cesó de tejer alianzas políticas, atender reclamos, favorecer un relanzamiento del Gobierno, y trabajar para su propio futuro en la política.
El ministro coordinador que tomó las riendas dejadas por Santiago Cafiero imprimió otra tónica al día a día de la cartera que tiene a su cargo ejercer la administración general del país.
El exministro de Salud de Cristina Kirchner y dos veces gobernador de Tucumán sorprende a los habitantes de la Casa Rosada por las reuniones de trabajo que inician a las 7, y por la abultada agenda que exhibe a diario. Ha «liberado» al Presidente de la gestión diaria, y es por estas horas, con Fernández de gira por el exterior, es la persona a cargo del comando de control del Gobierno. Poco trasciende de los encuentros y las recorridas que realiza Manzur.
El ministro ha recibido a gobernadores, intendentes, legisladores, sindicalistas, empresarios, embajadores. Desde su entorno apenas cuentan que son, la mayoría, «encuentros protocolares», para tener «un primer acercamiento» desde el rol institucional que hoy le cabe cumplir. Sin embargo, a nadie le escapa que la actividad institucional de Manzur va entrelazada a la politia, y la necesidad de reflotar una sociedad política mejore en la consideración del electorado en las próximas elecciones del 14 de noviembre.
Desde su llegada, el tucumano ha ido remendando los trazos deshilachados tras la derrota de septiembre en las urnas. Se ha acercado a los sectores que, aún dentro del Frente de Todos, miraban con desánimo el rumbo que llevaba el Gobierno o habían sido relegados a posiciones menores. Desde allí ha zurcido los parches con los que intenta mantener al oficialismo andando.
Para los intendentes, Manzur ha mostrado cercanía y seguimiento a sus reclamos. Ha dado seguimiento a los proyectos que potencian el empleo en sus distritos. A los empresarios, ha dado garantías de que Alberto Fernández no se radicalizará. Al sindicalismo les ha jurado que la CGT será más tenida en cuenta de ahora en adelante. Y a los gobernadores -el club del que proviene- les garantizó asistencia financiera y un flujo de obras de infraestructura.
Pero semejante generosidad con los sectores del oficialismo que se reconocen más fieles a la tradición histórica del peronismo y otras corporaciones no parece gratis para un todoterreno que sirvió como secretario de Salud en La Matanza (adonde ha ido en tres ocasiones desde que asumió), viceministro de sanidad en San Luis, ministro del área en su Tucumán natal, y a nivel nacional antes de catapultarse a la Casa de Gobierno de Tucumán.
Muchos dentro del oficialismo sospechan que Manzur está construyendo su futuro político hacia 2023. El proyecto «Juan XXIII».
En las filas kirchneristas, por ahora, no recelan de la actitud del tucumano. «Si nos va bien, ¿qué problema hay? Se lo tendrá bien merecido», lanzan desde una tribuna K.
Los primeros resultados estarán a la vista la jornada posterior al 14 de noviembre. Pero el desafío grande vendrá después. Pasa por mantener la gobernabilidad, sea cual sea el resultado, hasta el final de mandato, y saber conducir a una oposición que no muestra margen para la negociación, y un sector privado que reclama cambios.
Si marcha bien, los socios mayoritarios del Frente de Todos (Cristina Kirchner, Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Sergio Massa y el propio Presidente) tendrán que ceder parte del capital político a Manzur. Que no sorprenda si toma lugar en los escenarios de campaña.