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17 marzo, 2023

Mandatos de góndolas: La triste obligación de tener que ser felices

La búsqueda incansable de la vida ideal y de esa impostada felicidad que todo el mundo parece destilar en las redes sociales al amparo de una idea de éxito capitalista, produce paradójicamente una infelicidad de la que no somos conscientes.

Mandatos de góndolas: La triste obligación de tener que ser felices

La persecución de la felicidad es uno de los principales imperativos culturales que nos acechan. Las imágenes de sonrisas desbordadas que deambulan en las redes sociales, los grandes hits musicales diseñados para celebrarla, los épicos finales felices de Hollywood, los libros de autoayuda, las sectas místicas, los coloquios ‘superacionales’ orientados a ayudarnos a alcanzar esta experiencia…

Sobrados son los ejemplos que tenemos de esta búsqueda masiva aprovechada hábilmente por el mercado bajo la promesa de que, si consumes, alcanzarás dicho estado. Pero, ¿qué es la felicidad?, ¿Existe? Y, en caso afirmativo, ¿es algo que puede conseguirse?.

Disertar sobre la probable naturaleza de la felicidad sería tarea larga, polémica e inevitablemente imprecisa, quizá porque está diseñada para vivirse y no para describirse o demostrarse. Independientemente de esto, la ansiedad cultural por ser feliz resulta un tanto nefasta, en parte porque la felicidad no debiera considerarse como una ‘obligación’ un criterio para determinar la riqueza de una existencia en particular y ni siquiera debería postularse como un objetivo de vida.

 

Tres casos para reflexionar un poco

En un estudio realizado por un psicólogo de la Universidad de Stanford, se comprobó que contemplar la felicidad ajena en Facebook nos deprime. Este ejemplo ilustra un par de aspectos que distinguen a esta filosofía de vida pop, la cual podríamos denominar bajo el leitmotiv “be happy”. Repasemos brevemente lo que proyecta este fenómeno.

Por un lado, nos encontramos con que la felicidad debe, idealmente, demostrarse. Es básico documentar tus momentos aparentemente felices y compartirlos. Creemos que por ver a una persona constantemente sonriente, esa persona no sólo es realmente feliz, sino que lo es de manera consistente.

Entonces, al ver en Facebook o Instagram las fotos de “amigos” irradiando felicidad, se tiende a pensar que, como tal vez yo en ese momento no me encuentro en esa misma frecuencia, ellos son más felices que yo, y eso me deprime.

Otro caso interesante es la campaña #100HappyDays, que reta a las personas a vivir diariamente, durante 100 días, un momento feliz y a publicar en una red social la prueba o el detonador de ese momento.


Kim Kardashian.

Si bien esta iniciativa apela a que los actuales ritmos de vida no te permiten tener tiempo para vivir momentos felices, pues no se consigue estar jamás en el «aquí y ahora», una reflexión que parece pertinente, la frívola invitación a experimentar y documentar 100 días de felicidad raya en lo patético.

¿Por qué imponerse la tarea de acumular happy points durante poco más de tres meses y demostrarlo en redes sociales para que yo mismo me lo crea? ¿Qué pasa si un día simplemente no se está de ánimo para vivir momentos felices y se opta mejor por, digamos, entregarse a la deliciosa elegancia de la melancolía? ¿Pierdo mis happy points? ¿Y si elijo guardar algunos de mis instantes de felicidad en un jardín secreto y no ventilarlos en las redes, entonces fracasé?.

El tercer y último ejemplo es la aplicación Jetpac, creada para conmemorar el “Día Internacional de la Felicidad”. Esta determina qué países son los más felices de acuerdo al tamaño de las sonrisas de los retratos que usuarios de cada país publican en su Instagram. Los que más sonríen y los que tienen la sonrisa más amplia obtienen automáticamente la distinción de “los más felices”.

Como podemos ver, los tres casos repasados tienen como hilo conductor la necesidad de demostrar ante otros la felicidad. Esto, en el mejor de los escenarios, me remite a que para avalar mi experiencia primero tengo que certificarla ante una comunidad externa y, entonces sí, creerla.

Pero también podría remitirnos a una especie de competencia para ver quién es más feliz o a una angustia ante la naturaleza pasajera de dicho estado, lo cual exige ‘inmortalizarla’ rápidamente en una fotografía.


Fotograma de Yo, Tonya.

 

Conclusión

Cuesta creer que la felicidad es un estado externo, asequible y contemplable. Además, parece que es una experiencia que para encontrarse no debe buscarse, sino que es el resultado de un conjunto de acciones o actitudes que adoptas de forma acertada y entre cuyos beneficios se incluyen momentos felices.

La felicidad corresponde más a un estado efímero que por momentos sube y, como tal, tendrá que bajar. De hecho, Dostoievsky advertía que la felicidad es eso que experimentamos tras un encuentro con lo más profundo de la infelicidad; mientras que Jung afirmaba que, sin momentos de tristeza, la felicidad pierde cualquier sentido.


La influencer italiana Chiara Ferragni y su marido, el cantante Fedez.

En todo caso, más allá de cuál sea vuestra opinión al respecto, os invitamos a no sentiros obligados u obligadas a ser felices, a no necesitar de una foto que documente vuestros momentos felices para considerarlos genuinos y a reflexionar sobre las maravillas de otros estados, como por ejemplo la melancolía o, por qué no, la tristeza.

 

 

*PS/CI