En la foto, todos los miembros del cuartel de bomberos de Puerto Madryn en 1994. Entre ellos, los 25 fallecidos: Daniel Araya (21), Mauricio Arcajo (12), Andrea Borredá (18), Ramiro Cabrera (16), Marcelo Cuello (23), Néstor Dancor (15), Alicia Giudice (22), Raúl Godoy (23), Alexis González (22), Carlos Hegui (12), Lorena Jones (15), Alejandra López (15), Gabriel Luna (21), José Luis Manchula (23), Leandro Mangini (18), Cristian Meriño (21), Marcelo Miranda (11), Juan Moccio (15), Jesús Moya (20), Juan Manuel Passerini (16), Cristian Rochón (19), Paola Romero (17), Cristian Llambrún (21), Cristian Zárate (14) y Juan Carlos Zárate (22)
Una tragedia para Madryn
Aquel 21 de enero hace 28 años, el incendio se inició en horas del mediodía, probablemente alrededor de una ermita ubicada junto a la ruta 3, lindera al campo que en aquel momento pertenecía a Ana Gallastegui, cerca de la rotonda sur de acceso a la ciudad y a unos 15 kilómetros de esta. El primero que vio el humo fue un adolescente, que dio aviso a la policía. Cuenta la pericia que firmaron los comisarios Evaristo León y Antonio Ruscelli y el subcomisario Guillermo Schanz -entregada el 2 de febrero de ese año- que a las 14:30 los bomberos recibieron un llamado de la Seccional Primera.
Dos grupos de bomberos, uno a cargo de Meriño y otro de Daniel Zárate, se internaron unos 3.000 metros dentro del campo en dos móviles, hacia la zona nombrada como Puesto Gallastegui, en rigor una construcción abandonada. De allí continuaron a pie para combatir las llamas. A las 16:15, un tercer grupo, comandado por el suboficial principal José Luis Manchula, llegó a ese lugar. En el mismo había varios menores. Bajaron del móvil número 8 y él decidió que caminaran 400 metros con dirección oeste. Su equipo de protección era precario: overoles y botas de goma. Manchula era, entre todo el personal de bomberos, el que tenía el grado más alto aquella jornada. Ricardo Vera, el jefe del cuerpo de Madryn, se encontraba en la localidad de Rawson.
A esa hora, la velocidad del viento se incrementó un 36%, llegando a los 25 kilómetros por hora. La temperatura era de 28,8°. Las llamas avanzaban hacia el sur a 3 km/h y hacia el oeste a 6 km/h. El grupo de bomberos llevaba cinco radiotransmisores. A las 17:15, el viento amainó: era de 18 km/h.
A las 17:20, el alerta: el sargento Julio Laportilla le advierte a la avanzada que combate el fuego que el viento cambió de dirección y aumentó su velocidad. Le responde Cristian Meriño, dice que están bien y ve, a unos 300 metros, el Puesto Gallastegui. En ese momento, el viento alcanzó unos 40 km/h: un 122% más que apenas minutos antes. La temperatura sube a 32°, la máxima del día.
A las 17:25, Laportilla llama con más urgencia al grupo. Advirtió, además, que, por obra del viento y la vegetación propia de la árida meseta patagónica (jarilla, piquillín, coirón, algarrobitos y moye) las llamas incrementan su tamaño. No hay respuesta, solo silencio. Diez minutos después, insiste, y esta vez hay respuesta: Manchula le pide que los auxilie, que las llamas los están rodeando.
A las 17:38, Laportilla intenta llegar donde supone que estará el grupo, pero las llamas se lo impiden. 17.40: logra atravesar el fuego, avanza hasta una tranquera, pero no ve a nadie, y los llamados de radio no tienen respuesta. Supone que sus compañeros buscaron una vía de escape hacia el sur o el oeste. A las 17:55 se comunica con el Cuartel Central y pide que se haga sonar la sirena de alarma general.
La letra fría del informe pericial señala que entre las 18:00 y las 18:15 se reciben pedidos de ayuda del grupo, “siendo el último que captan probablemente la voz de un menor, que lo hacía con bastante desesperación”.
En ese momento parte del periodismo que por ese entonces se manejaba mucho con sistema de handies ya estaba alertado sobre la dimensión de los acontecimientos. Un grupo concurrió hasta un ingreso al campo y pudo avanzar unos 300 metros, pero la policía evacuó a reporteros y fotógrafos de manera terminante por la avanzada de las llamas.
Elatardacer fue largo y pesado para quienes temían lo peor. El escaneo permitía conocer que había busqueda desesperada de los bomberos desaparecidos a través incluso de vuelos que abandonaron la tarea una vez avanzada la noche.
La noticia fue la peor que se debió elaborar aquella mañana y la responsabilidad para emitir definitivamente prevaleció antes que aquella primicia que nadie quería. Los encontraron a las 7:30 del día siguiente. Una patrulla de búsqueda halló herramientas de zapa y algunos cascos. Unos metros más adelante -se consignó- encontraron los primeros cadáveres. Más adelante, el resto. Desde el aire, un avión de reconocimiento también vio el horrible panorama. A bordo iba Vera, que al comprobar la muerte de sus subalternos tuvo un ataque de nervios y debió ser internado en la Clínica San Jorge de Madryn. Fue relevado del mando, y aunque sigue viviendo en Puerto Madryn, no pudo volver a dirigir el cuartel. El incendio tardó 40 horas en ser extinguido en su totalidad.
El sábado 22, todo Madryn se unió en un llanto. En el Gimnasio Municipal fueron velados 23 bomberitos. Por razones religiosas, Ramiro Cabrera (16) y Marcelo Miranda (el más chico, de apenas 11 años) tuvieron una despedida aparte. El domingo 23, a las 18:15 de la tarde, los féretros fueron llevados al cementerio sobre un camión que encabezaba una caravana doliente de interminables cuadras. Veinticinco nichos -del 268 al 293- los esperaban. La memoria y el agradecimiento de toda una ciudad jamás los olvidará.
*MR/IB