15 septiembre, 2025
Tras la derrota de Javier Milei en la provincia de Buenos Aires, Mauricio Macri pareció optar por un registro bajo. No hubo declaraciones ni fotos en búnkers; según su entorno, “no se siente parte” del proceso que terminó en el tropiezo bonaerense. El movimiento lo devuelve a una zona de baja exposición desde la que busca conservar margen dentro y fuera del PRO.
El 2 de septiembre, cinco días antes de votar, ya había dejado señales de distancia: felicitó a Juan Pablo Valdés, gobernador electo de Corrientes y hermano del actual mandatario provincial, Gustavo, tras derrotar al candidato de Milei y, ese mismo día, dispuso la salida de Damián Arabia y Pablo Walter de funciones partidarias por su alineamiento con el oficialismo.
En paralelo, Macri viajó a Dinamarca para disputar el Mundial de Bridge, en pleno tramo final de la contienda; quedó eliminado en primera ronda y regresó, mientras la campaña se nacionalizaba sin su figura y la caravana de Milei vivía episodios de tensión. Se corrió del territorio, evitó actos, fotos y definiciones, y delegó el operativo en la mesa provincial del PRO. No fue desinterés, sino cálculo. Estar lo bastante cerca para incidir si el resultado acompañaba; lo suficientemente lejos para no pagar la cuenta si salía mal.
Hubo además gestos que alimentaron lecturas políticas. El miércoles 10 por la mañana, en Tabac, Macri se reunió con su primo Ángelo Calcaterra y, al retirarse, saludó a Horacio Rodríguez Larreta, sentado en otra mesa. La escena sorprendió por los cruces previos y fue leída como un puente abierto en un contexto adverso para el Gobierno. Esa misma noche, en TN, Patricia Bullrich dejó un mensaje hacia adentro: “Sería bueno hablar con Macri” y “si se hizo una alianza, sería bueno que eso se vea, se muestre”. Traducido: el bajo perfil empieza a incomodar incluso entre quienes avalaron el pacto con La Libertad Avanza.
Tras el 7S, Macri profundizó el mismo libreto: silencio público, vocería tercerizada y un relato de autoexculpación (“no nos integraron”, “no escucharon”). Es la doctrina de la denegación plausible: autoriza la jugada, pero si el tablero se da vuelta, el liderazgo para la foto es de otros. Para la Casa Rosada, la secuencia fue una serie de malas señales: ni llamado público, ni contención, ni una escena compartida que bajara la espuma; sólo distancia y cautela, más la postal de Tabac y la presión sutil de Bullrich para “mostrar” la alianza.
Cerca de Macri defienden, sin embargo, la decisión de haber jugado dentro de la alianza con Milei como un punto positivo. Alegan que, de haber ido por afuera, hoy lo acusarían de fragmentar el voto no peronista y de ser funcional al PJ. Con una elección polarizada, el PRO habría quedado tercero y con chances mínimas de sumar bancas; dentro del pacto, en cambio, retuvo una cuota de poder -menor pero real- en la Legislatura y el Senado bonaerense. El argumento explica su prudencia, pero también ilumina su omisión: la prioridad fue resguardar la marca PRO antes que asumir costos por el resultado.
Lo que viene. ¿Se puede anticipar qué hará hasta octubre? Probablemente, ambigüedad controlada: bajo perfil, ninguna foto que lo encadene a un rumbo impopular, y la alianza en piloto automático para no cargar con la ruptura. En paralelo, trabajará el día después: un programa mínimo, nombres con oficio y un perímetro opositor más ancho que el actual. Si al Gobierno le va mal, reclamará el crédito de la advertencia; si sobrevive, renegociará posiciones aprovechando la escasez ajena.
¿Qué esperan de él en el PRO? Conducción. Los acuerdistas -que negociaron la sociedad- piden no desautorizar la estrategia antes de votar y contener daños; recuerdan que, aún con derrota, se retuvo la mayoría de las bancas en juego. Los autonomistas reclaman marcar diferencias ya y preparar un relanzamiento el 27 de octubre. A ambos, Macri les debe una hoja de ruta. Hasta ahora administra el suspenso: convoca poco, escucha en privado y deja trascender señales a cuentagotas.
Sobre su rol futuro circulan tres guiones. Uno lo ubica como gran elector en las sombras si el Gobierno abre la puerta a cambios reales. Otro lo imagina como arquitecto del postmileísmo, articulando al PRO, a los radicales federales y al peronismo no K en un programa de gobernabilidad. El tercero -menos verosímil- propone un paso al costado para habilitar el recambio. Su trayectoria sugiere otra preferencia: influencia sin exposición, centralidad sin firma, control sin riesgo.