17 mayo, 2021
Regreso presidencial. Demoras convenientes. Alberto salió conforme del Vaticano, ya que no se habló del aborto y sí de los males del mundo. Luego, explicó todo en una cena de amigos y no tanto. Los riesgos de internismo tóxico de siempre en el oficialismo. El Pro está armando, o intenta hacerlo, una estrategia para las PASO. Carrió busca imponer su lógica electoral implacable. ¿Gambito para Vidal?
Por Ignacio Zuleta
Alberto se libera de las tensiones en encuentros sin internismo, como los que tuvo en estas horas de viaje por el mundo. Lo alivió que ni el Papa ni el canciller Pietro Parolín le mencionasen el tema del aborto. Cumplió con invitarlo el año que viene a que Francisco visite la Argentina. «No es un año electoral – le dijo -. Y podría visitar el Norte argentino». El Papa escuchó sin responder. Se entiende esa propuesta turística de Alberto porque las mejores marcas de popularidad las recoge en las provincias del Norte. El resto fueron cortesías inocuas. Francisco repitió la broma que le hace a todos sus visitantes, cuando le dio precedencia al salir de la reunión. Lo invitó a salir antes que él de la sala donde se habían reunido. «Primero los monaguillos», le dijo Francisco como antes a, por ejemplo, el rey Juan Carlos.
Broma mansa que encierra códigos de seminario que pocos entienden. Hacia afuera, chichoneos entre monarcas que dan esplendor. También para la criptografía clerical, la frase al secretario de Culto Guillermo Oliveri. «Esto vos ya lo manejás con una sola mano», le bromeó. Oliveri ocupa esa oficina desde hace casi 20 años – lo designó Néstor Kirchner. Se lo descontarán del purgatorio. Lejos de las inquinas que desvelan a la cúpula presidencial, Alberto festejó que el centro de la charla con el Papa y con Parolín fuera la crisis internacional, la peste y las tribulaciones financiera de los países.
Del aborto, ni una palabra, como esperaba la tribuna. Brindó por eso en la cena que le ofreció a la delegación el embajador en Roma Roberto Carlés, en la residencia donde se albergó el presidente. En esa cena, el jueves por la noche, repitió casi a la letra el encuentro con esas altas sotanas.
Alberto padece de la funesta manía de explicar; se siente a sus anchas cuando tiene que explicar algo. Ha arriesgado mucho en sus intervenciones públicas donde se explaya sobre hechos e ideas. Pero, aunque se equivoque, es lo que más le gusta. Parolín y el ministro de exteriores del Vaticano Paul Richard Gallagher lo sometieron a un hábil interrogatorio.
Alberto sacó de ese diálogo, casi un examen, la preocupación por el recrudecimiento de la ola de migrantes de África que llegan a Europa, por la vía de Lampedusa. Ese puerto es ya un emblema de esa dramática trama. Fue el destino de la primera salida de Francisco apenas asumió el pontificado en 2013. En esa cena Felipe Solá aportó con relatos de grandes experiencias con dignatarios en su larga carrera política. Sabe de eso más que todos los que estaban esa noche ahí.
Se lo perdió Martín Guzmán, el solitario. Esa noche se apartó de la delegación para cenar a solas, anteanoche, con Joseph Stiglitz, su mentor. Fue el único que se ausentó de la cita en lo de Carlés, que es el verdadero embajador ante Francisco. Está en donde está por su relación con el Papa, que lo mocionó en su momento ante Cristina para ser juez de la Suprema Corte de Justicia.
En poco más de dos meses, el 27 de julio, vence el plazo para la presentación de las candidaturas para las elecciones legislativas. De ellas depende que Alberto Fernández y la oposición vean con alguna claridad qué capacidad de recuperación pueden tener en 2023. En estos dos meses y medio, unos y otros tienen que superar sus males prevalentes: la fragilidad de una unidad imprescindible para sostener sus velas y la falta de un liderazgo unificado. El gobierno ya ha probado que la puja entre los 4 peronismos – gobernadores, Olivos (Alberto), Diputados (Massa) y Senado (Cristina), le impide montar una mesa estratégica que planifique la complicación que significan 24 elecciones.
La oposición se quiere dar una oportunidad de hacerlo, y depende de las tres figuras fuertes, hablando en plata, de esa coalición: Horacio Rodríguez Larreta, Mario Negri y Elisa Carrió. Les discuten sus aliados, pero la CABA sigue siendo el cuartel general de visibilidad y recursos de Juntos por el Cambio; Negri preside el interbloque y Carrió mantiene su rol estratégico en la fuerza que, al final, nadie discute. Y menos cuando hay elecciones, que es cuando Carrió impone rumbos y posterga sus inquinas con una racionalidad indiscutible.
Festejan la ley que posterga las elecciones porque les da tiempo a organizarse y a pensar en algún mecanismo que articule un proyecto a nivel país, con los que laten en cada provincia. Ese lapso que establece la nueva ley favorece más a la oposición que al gobierno, que no cree mucho que vacunando le robe votos a la oposición. A éstos les sirve para disipar algunos prejuicios que empiezan a revisar.
Uno es que a toda la oposición le convienen siempre las PASO. Se entiende, porque fue un invento del peronismo para, desde el gobierno, embromar a sus adversarios internos y externos. Pesa en todos un antecedente nefasto de internismo tóxico: el que dispararon en 2015 esas PASO que disputaron Julián Domínguez y Aníbal Fernández en lemas del peronismo en la provincia de Buenos Aires. Dejó tantos heridos, que puede explicar la derrota del peronismo en ese distrito.
¿De dónde han sacado que quien perdió una interna va a ayudar a quien le ganó? No figura en el manual de estilo de la política criolla – ni en la del universo mundo. Hoy es Macri quien insiste en que todos los entuertos deben despacharse con unas PASO. La experiencia empieza a ver que puede despedazar la oposición si no hay una coordinación entre una mesa nacional y las mesas locales.
En esto coinciden objetivamente Larreta, Negri y Carrió, que este fin de semana cruzan reuniones y telefonazos para redondear, con vistas a la reunión del miércoles, algún método de PASO reguladas – como el dólar, los precios y la presencialidad escolar. No son tiempos para que decida un mercado en el que los comentaristas de la vida disputan candidaturas con encuestas truchas, encargadas a medida, prensa comprada – que es más dañina que la prensa militante – y para desplazar a adversarios, en unas PASO que, si van de mambo, pueden frustrar las chances de Juntos por el Cambio de mantener su competitividad, que hoy es alta. Al menos según la mayoría de los pronósticos serios, que surgen más del olfato de los baquianos que de los encuestadores.
La falta de liderazgo y la anquilosis de sus partidos complica la gestión al actual gobierno, que llega lastimado a los dos primeros años de gestión y enfrenta unas elecciones legislativas muy difíciles. Si no amplía la diferencia en bancas ante la oposición, prolongará su incapacidad de avanzar en proyectos que ha alzado como un programa de gobierno, que lo diferencian de la Argentina heredada de Cambiemos.
Este escenario oscurece la capacidad de Alberto Fernández de arrancar de una buena vez con una gestión hasta ahora capturada y paralizada, por: 1) la economía heredada en 2019 – un factor local; 2) el combate contra la peste – un factor global.
La oposición también está lastimada por la falta de liderazgo unificado. Como el oficialismo, entiende que la unidad es la condición de supervivencia futura. También que mientras no ofrezca un programa que desarticule la unidad del peronismo, le será difícil recrear el partido del Ballotage que es la coalición que le permitió ganarle al peronismo en 2015.
Alberto Fernández padece las consecuencias de una alianza frágil atada a la necesidad de supervivencia, pero perforada por el choque entre ideologías, métodos, intereses y proyectos contrarios, entre él, Cristina y Sergio Massa. Aún con la imposibilidad de generar un programa común, la coalición que gobierna está comprometida con la pelea proselitista contra la oposición. Lo prueba el énfasis que le pone a la guerra contra la CABA.
En este distrito mientras, gobierna casi desde hace 20 años el Pro, aliado desde 2019 a la UCR en Juntos por el Cambio. Nada indica que el poder aquí cambie de signo. Tampoco parece que la desfinanciación que le produjo al distrito la quita de fondos – primera pieza de artillería que disparó el gobierno nacional sobre Larreta, aun antes de la peste – le haya restado prestigio a su gestión. O la plata que tenía Larreta era mucha o su capacidad de supervivencia bajo fuego prueba que es un adversario de cuidado.
Larreta entiende la necesidad de salirse del rol de gestor municipal sobre el cual construyó su pedestal. Se mueve con la música y la letra de un candidato presidencial por la oposición, y ensaya ademanes federales. En la semana estuvo con Rogelio Frigerio, cacique del Pro en Entre Ríos, que arma una candidatura a diputado con un arco que va desde el socialismo a López Murphy, pasando por el radicalismo y el peronismo. Compartió un café en la sobremesa del almuerzo del exministro con Fernando Straface – secretario general de Larreta en el gabinete CABA. De ese encuentro salió el compromiso de Larreta de apoyar esa chance con cuerpo y alma.
Eso significa apoyo moral en actos de campaña, pero también recursos, efectividades conducentes. La administración de Larreta es la gran caja de la oposición, y por eso el gobierno ha atacado a su presupuesto como si atacase el polvorín del enemigo. Entre los malabares de sus cajeros y la riqueza de los recursos del distrito, la gestión de Larreta no ha perdido prestigio en el público. Este mantiene los mecanismos de gestión de campañas que tuvo Cambiemos desde que escaló al poder. En aquellos años pre-Macri, el gurú era Jaime Durán Barba, que hoy no aparece. Sí lo hace su socio Roberto Zapata, el español que funge como el mago de los focus groups.
Además del resonante almuerzo – pescado con puré – que le sirvió Elisa Carrió en Capilla del Señor a la mesa en la que estaban él, Vidal, Santilli, Maxi Abad y Marisel Etchecoin – Larreta parlamentó con Ramón Puerta, consigliere de Miguel Pichetto en el Peronismo Republicano. Bajo la carpa de la vereda de Tabac, el expresidente le explicó la estrategia de construcción del PR como aliado de Juntos por el Cambio, y la disipación que implicaría un compromiso con la llamada «tercera vía» de, por ejemplo, Florencio Randazzo.
Eso, imagina Puerta, trabaja contra el peronismo de los dos lados – el republicano y el que gobierna, y alimenta los intereses de Florencio. Larreta no está del todo convencido y salió por su propia tercera vía: vamos a encuestarlo. De ese encuentro partió Larreta hacia lo de Carrió, y Puerta hacia lo de Macri, con quien mantuvo larga discusión sobre el mismo tópico.
Por el mismo sendero federal, Larreta se ocupó de negociar con el correntino Gustavo Valdés, que busca la reelección. Este gobernador pasó por Uspallata (no por el paso sanmartiniano, es la sede del gobierno porteño), como lo hicieron los salteños del Pro, (Gustavo André, Virginia Cornejo, Martín Grande y José Gauffín). Los mismos que después se mostraron con Macri y Patricia Bullrich. El gobierno nacional quiso exhibir este encuentro como una señal contra la cita de Larreta en lo de Carrió, porque ocurrió a la misma hora del jueves.
La jefa de la Coalición también desplegó baquianos hacia el interior. Maxi Ferraro, presidente de partido, y Juan Manuel López, que preside el bloque en Diputados, hicieron una aparición en Córdoba y se entrevistaron, entre otros, con Negri, que este viernes participó por zoom del acto de asunción del nuevo presidente de la UCR en Entre Ríos, Jorge Monge.
Mariu alzó vuelo para depositar en todos los nidos su decisión: voy a ser candidata este año. Un avance que festejan propios y extraños, aunque no entienden la intención de ella de juguetear con su destino, porque es el de todos, que son el mismo equipo. Melonea con la jurisdicción, pero marca una canchita: no quiero ser candidata a gobernadora en 2023. Eso la aparta de las listas a diputada nacional, y lo tranquiliza a Jorge Macri, quien no quiere competidores para esa nominación.
Vidal no admite repreguntas, que remite a su jefe político, Larreta, que sí tiene más claro que lo quiere a Diego Santilli en la provincia. También ha virado de diagnóstico. Hace tres meses decía: no la necesito a María Eugenia en la ciudad. Ahora sí la admite. Marca la distancia con Patricia Bullrich, que no es «familia» para la platea de los vitalicios del Pro, aunque tenga el sello de goma de presidenta del partido. Esto deja abiertas todas las grillas: falta una dama para la provincia, adonde María Eugenia no quiere ir, porque cree que le van a hacer un juicio de residencia de su gestión con una campaña en contra. La pueden hacer perder y sepultar sus proyectos futuros, en una fórmula para la CABA o la Nación. Sería el final. En las mesas de arena sigue siendo la 1 del Pro en cualquier lista, aun en la provincia, como Miguel Pichetto es el 1 del peronismo en esa lista y Facundo Manes el 1 de los radicales, si lo deja Maxi Abad. Habrá que ordenar a esos tres “unos”.
Esta semana se cumplen los dos años del anuncio de la fórmula Fernández-Fernández. Ocurrió el sábado 18 de mayo de 2019, seis días después del triunfo de Juan Schiaretti en las elecciones que le dieron un nuevo mandato como gobernador de Córdoba, el domingo 12 de mayo de aquel año. En aquel momento era el dirigente más importante de la mesa del Peronismo Alternativo, que integraba con Sergio Massa, Miguel Pichetto, Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey. Schiaretti hizo un pronunciamiento político de directa confrontación con el Peronismo AMBA, representado por el PJ de CABA y Buenos Aires.
En la noche del 12 de mayo dio un discurso en el cual afirmó: 1) “Sin peronismo no hay república, y sin respeto a la república el peronismo no tiene destino. O habrá república en Argentina sin el peronismo, y no habrá futuro para el peronismo si no es republicano.”, 2) Mencionó «con orgullo» que es subteniente de reserva del Ejército Argentino. 3) “Nosotros no defaulteamos, las deudas se pagan.” La toma de posición de Schiaretti fue un desafío al peronismo AMBA del Instituto Patria. También era un pliego de condiciones para negociar la unidad. La exhibición de poder de ese grupo ponía a las elecciones presidenciales de ese año en una opción de tres tercios: peronismo del AMBA, la Alternativa y Cambiemos.
Una situación arriesgada para las tres opciones. El peronismo entendió que unidos aseguraban el triunfo. El peronismo AMBA aceptó la condición de que Cristina no fuera candidata. El arco alternativo tampoco pudo generar un candidato presidencial. ¿Schiaretti esquivó el pasamanos de la historia? En pocas horas se precipitó la unidad del peronismo. A los seis días, el sábado 18 de mayo se anunció la formula Alberto-Cristina.
*NAr