9 octubre, 2020
No es fácil acertar el ganador o ganadora del Nobel de Literatura y eso beneficia al premio. Luego está lo de Bob Dylan, que no tiene importancia. Cuando un representante de la Academia Sueca leyó el nombre de Louise Glück se supo al momento de lo que hablaba: poesía.
Una poeta norteamericana de 77 años, nacida en Nueva York. Una poeta en la cátedra de Literatura de la Universidad de Yale. Pero además, una poeta con más de doce poemarios, siete libros de poesía publicados en España, todos en la editorial Pre-Textos. Las razones del jurado son precisas: “Por su inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, convierte en universal la existencia individual”.
Afortunadamente la poesía de Louise Glück es más clara, más directa y más vibrante que los motivos de los académicos suecos para premiarla. Algunos de sus libros traducidos al español, como Vita nova, Ararat, El iris salvaje o Praderas, fijan el viaje a la austeridad de su escritura, donde lo emocional y lo autobiográfico son un mismo cuerpo del que emana la poesía, que para ella es “una venganza contra las circunstancias”.
La noticia de la concesión del Nobel la recibió con estupefacción y con una ráfaga de practicidad en medio del jaleo del periodismo que la buscaba: “Quiero decir que es un gran honor, y luego, por supuesto, que hay destinatarios de este premio que no admiro. Luego pienso en los que sí, y algunos muy recientes, y eso me hace sentir gratitud. Respecto a mi primera impresión al saber que me concedían el Nobel es que quería comprar otra casa, una casa en Vermont. Ahora tengo una propiedad en Cambridge, pero Vermont me agrada más. Entonces pensé ‘bueno, pues ahora sí puedo comprar esa casa’. Por lo demás, mis obligaciones, mis preocupaciones y mis placeres son los de siempre. Sobre todo me preocupa la vida diaria con las personas que amo”.
Letras de ser
¿Y por qué libro suyo sugeriría comenzar a leer su obra? Dice: “Los libros son muy diferentes unos de otros. Preferiría que no leyesen mi primer libro a menos que quieran sentir desprecio, pero todo lo que sigue a eso creo que es de algún interés. Me gusta mi trabajo reciente. Averno me parece un buen sitio por donde empezar”.
Pertenece a la misma generación que la canadiense Anne Carson (candidata sucesiva al galardón en los últimos años) y la norteamericana Sharon Olds. Sin la capacidad de experimentación de la primera ni el poder dramático y narrativo de la segunda, Glück ha hecho de las inclemencias biográficas, del abandono y de un vigoroso sentimiento de desengaño el impulso de su obra. También la ironía.
Desde que en 1996 ganase el Nobel la poeta polaca Wislawa Szymborska, la poesía estaba fuera del radar del premio. Veinticuatro años han pasado. Y una periodista, Svetlana Alexiévich, entre medias. Pero este ha sido un año de poetas en los dos grandes galardones literarios internacionales: el Princesa de Asturias de Carson y el reconocimiento de la Academia Sueca de Glück. La poesía en uno de los años menos poéticos del último medio siglo. Quizá por eso. Quizá no tenga nada que ver. Pero sí es posible que la poesía haya acompañado más y mejor. Porque en ella la experiencia de la intimidad es fuerte. Porque tiene unos principios lenitivos. Porque son una defensa contra las ofensas de la vida, como dice José Manuel Caballero Bonald.
La verdad como fuego amigo no tiene sitio en los poemas cuando éstos son auténticos, cuando alojan esa veta de verdad que sólo algunas palabras y emociones en conjunción pueden lograr. La poesía es un poco la memoria de uno mismo y también, por eso mismo, un poco la memoria del mundo. Del gozo y del sufrimiento.
Louise Glück sufrió de joven un trastorno anoréxico. Pero no tenía afianzado un sentido de la autodestrucción tan claro como para llegar hasta las últimas consecuencias. Esa forja del yo y de la autoestima fueron el principio de una forma de estar en la vida que encontró en las palabras la estrategia necesaria para buscar un por qué. “Pero tan pronto como puedo ubicarme de nuevo y entenderme, quiero hacer inmediatamente lo contrario”, dice la poeta en una entrevista en la Washington Square Review.
“Necesito que la experiencia de la poesía parezca una aventura. Incluso tiene que parecer divertido, algo que nunca has hecho antes. No estoy interesada en pulir el monumento de la solemnidad”, afirma.
Y es que el pacto de la poesía con el lector propone inesperadamente la garantía de un enigma que se sostiene en el tiempo y cuya única respuesta aproximada se afianza del lado de la incógnita. Pensar la poesía (su mecánica, su razón, su prodigio, su frontera y su sentido) resulta una experiencia alimentada por el desasosiego, una suerte de juego que conlleva casi siempre la dificultad de no saber muy bien hacia dónde te aventuras. Y eso es lo que busca o lo que propone Louise Glück. Y eso es lo que sucede con la poesía como herramienta con la que hacer pie en un momento en que todos los suelos son fondos confusos. (…)
Canción de cuna, del libro Ararat, de 1990
Mi madre es experta en una cosa:
en mandar a la gente que ama al otro mundo.
Los pequeños, los bebés – a éstos
los acuna susurrándoles o cantándoles suavemente. No puedo decir
qué hizo por mi padre;
sea lo que sea, estoy segura que fue lo correcto.
Lo mismo pasa, en verdad, cuando se prepara a una persona
para que duerma, para que muera. Las canciones de cuna – todas dicen
no tengas miedo, así parafrasean
el latido del corazón de la madre.
De modo que los vivos se calman; son sólo
los que mueren los que no pueden, y se rehúsan.
Los que mueren son como trompos, giroscopios –
giran tan rápido que parecen quietos.
Luego se separan: en los brazos de mi madre,
mi hermana era una nube de átomos, de partículas – ésa es la diferencia.
Cuando un niño se duerme sigue entero.
Mi madre vio la muerte; no habla sobre la integridad del alma.
Tomó a un bebé, a un hombre viejo, como por comparación la oscuridad
se hizo sólida a su alrededor, transformándose finalmente en tierra.
El alma es como cualquier materia:
¿por qué debería permanecer intacta, serle fiel a una sola forma,
cuando podría ser libre?
*El Mundo, NA