12 junio, 2022
Mientras el mundo se conmueve con la investigación sobre tráfico de antigüedades que involucra al Louvre de Abu Dabi, en charla con Télam la exdirectora de un museo, un restaurador y un comisario de Interpol ponen luz sobre el mercado del arte legal que sólo en el 2019 movió 64.100 millones de dólares.
Tan delictivas como desopilantes, las noticias recientes de museos, obras de arte y objetos dan cuenta del enorme negocio que existe detrás del tráfico ilícito de bienes culturales, como robos y falsificaciones que estafan tanto a coleccionistas como a museos, pero al mismo tiempo alumbran los puntos de fuga de las instituciones: el tortazo que recibió La Gioconda o el saco que una mujer tomó «prestado» en una instalación en el Museo Picasso permean la vulnerabilidad de los espacios de exhibición y filtran hechos preocupantes que atentan contra los patrimonios, como la investigación internacional sobre tráfico antigüedades que afecta al Louvre de Abu Dabi o la desaparición de piezas del Museo de Arte Decorativo, en nuestro país.
Estafas, falsificaciones, robos, desapariciones, acusaciones, saqueos, en el último tiempo los bienes culturales y obras de artes estuvieron en la mira, tanto afuera como acá. Por su valor económico y también por su dimensión simbólica, identitaria. En esa arena entra, por ejemplo, un caso actual que está sacudiendo reputaciones: la investigación internacional sobre tráfico de antigüedades que involucra al Louvre de Abu Dabi y ha confiscado piezas al Museo Metropolitano de Nueva York para su investigación. La sospecha supone el delito de saqueos en los conflictos conocidos como Primavera Árabe y tiene bajo la lupa a Jean-Luc Martínez, exdirector del Louvre de París, acusado de firmar papeles no autentificados en su gestión para inventar los orígenes de objetos robados ilegalmente en Medio Oriente, caso curioso si se tiene en cuenta que el funcionario ha dedicado mucho de su trabajo a patrimonio y conflictos armados.
«Estas cosas siempre existieron», dice a Télam María José Herrera, historiadora del arte, curadora y exdirectora del Museo de Arte de Tigre. Se refiere, entre otros, a «los saqueos de tumbas egipcias o precolombinas en nuestro caso, y el ingreso de esas piezas al mercado de arte. La fascinación por el lujo y la novedad lleva a esas prácticas, sin dudas. Pero es siempre a partir de que se identifica que algo es patrimonio que se lo empieza a cuidar. Nuestras obras precolombinas hasta no hace mucho eran cacharros de indígenas. Especialmente en Europa y Estados Unidos los museos forman parte del mercado y se premia a los curadores por lo que consiguen o les donan. Por eso existen esos casos…».
Para Daniel Schávelzon, arquitecto, restaurador, arqueólogo, la denuncia contra el exdirector del Louvre es diferente según quién la cuente. «Es cierto que está involucrado pero la responsabilidad es de los que la vendieron con papeles falsos (no fue él quien los hizo, sino los comerciantes). Es posible acusarlo de no haberse dado cuenta –él o sus expertos-, quizás de ‘haber mirado para el otro lado’ para poder tener esos objetos (que finalmente eran para el Louvre de Abu Dabi, es decir que volvieron a Medio Oriente), pero ni él está metido en tráfico y menos en falsificar, o ni siquiera figura en la acusación», sostiene y aclara: «Siempre un superior es responsable, pero no es actor. Si no, no quedaría un político argentino. Es decir: es más vendible que una figura mundial como él sea acusada, que mandar presos a los ladrones y los traficantes, aunque si se le prueba alguna culpa tendrá que pagarla».
En nuestro país, tres hechos recientes tomaron estado público y son representativos de las muchas formas que adopta el mercado ilegal de bienes y obras, a veces estafando a individuos, otros robando a museos y colecciones que son patrimonio de un país: la demanda que presentó el periodista Jorge Lanata por la compra de tres obras adjudicadas al artista Juan Melé que resultaron falsas; la investigación judicial sobre el robo de objetos en el Museo de Arte Decorativo; y la repatriación de cuadros de Ernesto Deira tras estar retenidos en Chile por 50 años.
El más resonante por su valoración patrimonial es el robo de once piezas de la colección del Museo de Arte Decorativo, que se conoció a partir de una denuncia que realizó el entonces director de la institución, Martín Marcos, quien ahora se encuentra suspendido de su cargo, reemplazado por la directora nacional de Museos, María Isabel Baldasarre, hasta concluir el relevamiento y la investigación. Más allá de las acusaciones y particularidades del caso ¿deben pensarse estos hechos indefectiblemente como malversación de una gestión o lo que exponen quizá sean agujeros negros, puntos de fuga, de las instituciones?.
«Agujeros negros los hay en todas partes», dice Schávelzon, especialista en temas de conservación, patrimonio y tráfico ilícito . En su opinión, «nuestro país ha servido para recibir y reenviar arte robado desde la Segunda Guerra Mundial, somos expertos en tener fronteras y una aduana perforada de agujeros. Si se pasan la cosecha de soja, autos, armas, droga, si hay tráfico de personas ¿no va a haber tráfico de arte? Nuestro país es famoso por recibir y reenviar contenedores de arte de todo el mundo. Que no sea noticia porque tenemos otras historias peores es otra cosa, pero lo sabemos desde hace muchos años».
Según la ONU, anualmente el tráfico ilícito de bienes culturales representa entre 4500 y 6000 miles de dólares a nivel mundial. En esa categoría entran obras de arte robadas, falsificadas; libros, fósiles, bienes arqueológicos y otras piezas de gran valor patrimonial, como fueron los huevos de dinosaurio o el reloj de Manuel Belgrano, robados en Argentina. Hay mucha legislación, normativa y convenciones internacionales -como la de Unesco en la década del 70- que promueven la protección de bienes culturales y buscan prevenir este delito, al cual ubican detrás de las armas y las drogas.
Desde el año 2002, funciona en Argentina el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol, que depende de la Dirección General de Coordinación Internacional de la Policía Federal Argentina. Al frente de esa dirección está el comisario Marcelo El Haibe, quien resalta dos pilares claves para una gestión contra este crimen que afecta al patrimonio cultural, la identidad y la memoria simbólica y material de los pueblos: la investigación y la prevención.
Un paso importante, explica a Télam, es «sensibilizar a la población» para que reconozca este delito, el otro «investigar sobre hechos denunciados», como ocurrió con la denuncia de los familiares del artista Ernesto Deira por siete obras que estaban retenidas en Chile ya que se creían destruidas por la dictadura de Augusto Pinochet. «Tenemos un contacto permanente con la familia de Deira, porque siempre aparecen nuevas obras», grafica El Haibe sobre estos vínculos que le permiten seguir trayectorias y prevenir.
Sin embargo, algo muy importante en este trabajo es «compartir información» para hacer redes en todo el mundo, porque si algo tiene el tráfico de bienes culturales es su circulación global. No es poco casual que entre las diplomacias de los países estén las devoluciones y restituciones como garantías de soberanía y reparación, sobre todo en aquellas zonas que han sido víctimas del colonialismo, conflictos armados o catástrofes naturales.
Otro capítulo en este crimen es la falsificación, como de la que ha sido víctima Lanata en un hecho que se dio a conocer hace poco días y que el periodista dio por finalizado tras presentar una demanda. Más allá de la resolución de esa historia, lo que revela esa noticia es el negocio de la falsificación.
Tal es así, que en nuestro país están pensando en armar un museo con todas las obras de arte falsificadas que confiscaron, unas 500 según el responsable del área de la PFA dedicada a este delito. «La falsificación es una práctica que existe desde que existe el arte», sostiene El Haibe, titular de un área de prestigio internacional que él define como «vanguardia» porque «a nivel mundial somos considerados el mejor servicio para luchar contra este flagelo».
El año pasado se estrenó el film «Made You Look» que instaló el debate sobre la falsificación: ¿puede considerarse arte o también es delito? Por estos días, el foco lo ha tenido el cotizado artista norteamericano Michel Basquiat, dado que el FBI sospecha sobre la autenticidad de una veintena de obras que se exhiben en el Museo de Arte Contemporáneo de Orlando. «Falsificaciones como las de Basquiat sí las hay, siempre las han habido, así como se falsifica marcas de ropa, carteras o zapatillas. Nada nuevo, tema habitual en el mundo, pero más noticia cuando hay nombres famosos», despeja Schávelzon.
Los museos no solo están vulnerables frente a los robos de bandas criminales sino también ante a las acciones descabelladas que rozan el absurdo, como el tortazo a «La Gioconda» hace unos días en el Museo del Louvre de París o el saco que una mujer tomó «prestado» de una instalación en el Museo Picasso. ¿Más vigilancia implica mayor protección?
La Gioconda, de Leonardo Da Vinci, que se exhibe en el Louvre, se protege detrás de una vitrina de vidrio, como le vale a las obras universales del arte. Y también como era de esperar ha sido víctima de su fama y en más de una oportunidad sufrió las consecuencias: fue atacada con ácido, piedras, pintura color rojo y una taza de te, aunque afortunadamente los intentos fracasaron.
La más reciente, hace unos días, cuando un joven le tiró una torta tipo pastel, en plena visita. «Piensen en la tierra, hay gente que está destruyendo la tierra. Todos los artistas piensen en la tierra. Por eso hice eso», gritó antes de su vandalismo. ¿Qué tipo de explicación o misión secreta se activa en quienes buscan destruir estas obras universales? «La idea de atacar un ícono de la cultura burguesa y así llamar la atención para otra causa es muy frecuente», dice Herrera.
De acuerdo a un informe citado por ONU, el mercado del arte legal en el año 2019 significó 64.100 millones de dólares.
Pero no todos los casos de «destrucción» tienen ese ánimo deliberado de gesto de resistencia. Este año también una mujer tomó prestado un saco del Museo Picasso que pertenecía a una instalación, cuando lo devolvió éste había sido achicado porque la mujer lo llevó al sastre dado que le quedaba grande. Aunque el episodio roza el absurdo, funciona como muestra de que el arte contemporáneo a veces ofrece creaciones que no se perciben a priori como expresión artística, al tiempo tiempo que evidencia las fallas de las medidas de seguridad para prevenir confusiones -si no robos- como éste, en un museo de la envergadura que tiene el parisino.
Para El Haibe «la seguridad no puede ser absoluta», dice y sostiene que los museos de nuestro país suelen tener «mucha seguridad» en relación al riesgo de las obras, pero «hay cosas que no podés prever». El riesgo siempre existe, sobre todo cuando el negocio es rentable y cotiza millones de dólares. Según un informe citado por ONU, el mercado del arte legal en el año 2019 significó 64.100 millones de dólares. La valoración de este mercado creció tras la pandemia, como han reflejado las principales casas de subastas que informaron temporadas récords.
Como ejemplo del tráfico de bienes culturales en general, el especialista cita el robo de monedas romanas que sufrió el año pasado el Museo Histórico Nacional por parte de un trabajador de la institución y que se restituyeron en una tarea mancomunada entre las fuerzas de seguridad y el Ministerio de Cultura, o el caso del reloj de Belgrano, en 2007, en ese mismo museo que estuvo a cargo de una banda que no se dedica a este delito pero encontró la oportunidad. No encontraron el reloj pero sí a los responsables, y por eso es tan fundamental la prevención para quienes están en el negocio de ese tipo de objetos reconozcan la pieza.
«Las cámaras de seguridad son muy útiles pero no alcanzan. Está demostrado que la vigilancia humana es más eficaz»María José Herrera, exdirectora del Museo de Arte de Tigre
A propósito de la investigación que recae sobre la gestión del Decorativo, Schávelzon cuestiona que es un «tema exclusivamente político» al explicar que «se han hecho otros robos que fueron silenciados, y más allá de lo que sucedió a nadie se le ocurría acusar al denunciante sino que hay que buscar a los ladrones. Pero hay que tener en cuenta que en Buenos Aires el único edificio hecho para museo con toda la seguridad necesaria es el Malba, todos los demás son edificios adaptados, mal que bien, generalmente con malos presupuestos, cámaras que no funcionan, vigilancia mal pagada, a veces sin inventarios».
Por su parte, Herrera sostiene: «Lo que pasó en el Decorativo, no me asombra. Como exdirectora de museo sé lo poco que las autoridades están dispuestas a gastar en seguridad. Esas cosas no se ven y entonces no sirven para hacer política. También sé qué hay muy poco personal en ese museo y la mejor manera de cuidar los museos es con personas bien organizadas que reporten los estados de las salas todos los días. Las cámaras son muy útiles pero no alcanzan. Está demostrado que la vigilancia humana es más eficaz».