5 julio, 2021
Los espacios inician su «descolonización» y buscan restituir el patrimonio expoliado a otros países. «Descolonizar no implica solamente restituir. También implica mostrar, dar a conocer, que todo el mundo tenga acceso, que pueda preguntar», dice la investigadora Mónica Berón.
Por Marina Sepúlveda
Empujados por un signo de época que insta a revisar antiguas estructuras de dominación, los museos se muestran por estos tiempos decididos a iniciar su «descolonización» para revisar el componente problemático de su acervo y restituir el patrimonio expoliado a otros países, un proceso que con variantes radicales tiene su correlato en hitos latinoamericanos que significaron el avasallamiento de otra cultura, como sucedió con la Conquista del Desierto en la Argentina: «Descolonizar no implica solamente restituir. También implica mostrar, dar a conocer, que todo el mundo tenga acceso, que pueda preguntar», dice la investigadora Mónica Berón.
¿Cómo entender el fenómeno descolonial? Con una Europa embarcada en mirar más en profundidad su historia colonial y su legado, algunas instituciones culturales parecen dispuestas a revisar su mirada curatorial y a repatriar objetos que en algún momento arrebataron a otros territorios, como el Museo Metropolitano de Nueva York (Met), que aceptó devolver a Nigeria dos obras que forman parte de un grupo conocido como los bronces de Benín. O como el Museo Pitt Rivers de la Universidad de Oxford en Inglaterra, que decidió retirar cabezas reducidas y otros restos humanos en exhibición. Estos diferentes eventos disruptivos sucedidos en los últimos tiempos recuerdan un pasado ominoso y son parte de un periplo complejo y dinámico a desenrollar también desde la periferia latinoamericana y sus propias cuentas pendientes.
La perspectiva de la descolonización viene recorriendo Europa desde hace largas décadas y más recientemente América Latina. Los flujos migratorios, siempre constantes, y los resultados de las aspiraciones de nuevos horizontes y riquezas que llevaron a países como Gran Bretaña, Francia, Portugal, los Países Bajos y Alemania a extender su supremacía en otras regiones, quedaron tal vez tapados por grandes guerras que lograron ocultar los efectos nocivos de los imperios coloniales y las atrocidades cometidas en nombre del más fuerte.
Sin embargo, cada vez más el lugar del conocimiento único instalado desde un saber universal cede lugar, sobre todo desde algunas galerías y museos, al cuestionamiento de las prácticas para invocar otra forma de mirar la historia y la memoria cultural. En esa línea se perfila el programa «Untie to Tie» (Desatar para atar) de la ifa-Galerie de Berlín, que a partir del 2016 presenta un modelo curatorial que busca dinamizar las fronteras del conocimiento, a la vez que cuestiona y entrecruza curadores, artistas, académicos y público con propuestas que rompen con los modelos eurocéntricos de exhibición.
La decisión de generar otro paradigma está relacionada con la emergencia de la «cuestión colonial», que se viene dando en distintos espacios culturales de manera simultánea en 2019 ante la exhibición de objetos pertenecientes a territorios dominados en el pasado. «Muchas de las tendencias populistas de derecha están vinculadas al sistema binario y a la separación, que creemos, es el resultado de la época colonial. Es por eso que el presente y el pasado están profundamente conectados, y es aún más urgente hablar de ello ahora», dice la curadora Alya Sebti, directora de la ifa-Galerie.
En paralelo a la situación alemana, a principios de este año, el Centro de Arte Contemporáneo Witte de With de la ciudad de Rotterdam (Países Bajos), fundado en 1990, cambió su nombre a «Kunstinstituut Melly». El nombre original correspondía a la ubicación de la institución en la Witte de Withstraat que recibe su nombre por Witte Corneliszoon de With, un oficial naval del siglo XVII que sirvió en la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y Occidentales, que operaban en Africa del sur y Asia respectivamente y a las cuales se atribuye el comercio de entre 600.000 y más de un millón de personas.
El cambio de nombre demandó tres años y estuvo inspirado en las transformaciones del espacio de la galería, que pasó a ser un espacio híbrido de arte y eventos con un programa dinámico y la inclusión de nuevos públicos.
Desde junio, el Rijksmuseum de Ámsterdam, una de las instituciones culturales más emblemáticas de Países Bajos, exhibe una muestra que bajo el título «Esclavitud» examina el siglo XVII conocido como «Edad de Oro holandesa», época de pintores como Rembrandt van Rijn y Johannes Vermeer y personalidades enriquecidas con el tráfico de esclavos. La muestra, según Valika Smeulders -jefa del departamento de Historia de la institución-, documenta lo que fue «una injusticia legalizada,» a través de 10 historias personales y auténticas que recorren 250 años del periodo que convirtió a los esclavos en «una propiedad, un objeto anotado en los libros de contabilidad».
La controversia sobre el pasado colonial en Europa se reavivó también con la reciente apertura al público del Forum Humboldt, concebido para un «diálogo igualitario entre culturas». Este centro incluye en su espacio expositivo el Museo Etnológico de Berlín y un módulo dedicado al arte prehispánico Latinoamericano, con más de 56 mil piezas solo de Perú.
Precisamente el acervo del Museo Etnológico es uno de los más cuestionados, tanto que tras décadas de negociación se anunció el pasado abril que empezaría en 2022 a devolver las 440 piezas de los «bronces de Benín», un conjunto de placas y esculturas fabricadas entre los siglos XVI y XVIII que decoraban el palacio del reino que actualmente se localiza en Nigeria.
Paralelamente, el Museo Metropolitano de Nueva York (Met) anunció que restituirá dos placas de bronce que también pertenecen al conjunto escultórico de Benín, una decisión que convierte a la institución en la última en unirse a los esfuerzos para repatriar obras de arte expoliadas.
Por otro lado, la Universidad de Aberdeen (Reino Unido) prometió en marzo devolver la escultura de la cabeza de Oba de Benín, comprada en una subasta en 1957. En el comunicado donde se anuncia la decisión destacan que la «expedición punitiva» británica de 1897 es «uno de los ejemplos más notorios del saqueo de tesoros culturales asociado a la expansión colonial europea del siglo XIX».
Mónica Berón, directora del Museo Etnográfico J.B. Ambrosetti de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, comenta sobre el fenómeno de devolución de bienes culturales que «esto también sucede a su medida en América y en Argentina», y da como ejemplo la devolución por parte del museo que dirige, de la cabeza maorí del Mokomokai (Nueva Zelanda), embalsamada con sus tatuajes rituales y guerreros, que fue restituida en los 90.
«No hubo otra restitución, aunque sí establecimos una política que está referida y pensada desde comunidades originarias de la Argentina», aunque aclara: «no es el espíritu general del museo la restitución de todos los bienes patrimoniales u objetos de otras procedencias. En el caso del Mokomokai tenía que ver con que era un resto humano de una etnia vigente conocida, que reclama por sus ancestros. Pero no es una posición como con los bronces de Benín, que además son expoliaciones producto de acciones genocidas, colonialistas».
«Llevándolo a nuestro caso eso sería el equivalente de lo sucedido con la Conquista del Desierto (que tuvo lugar en la Argentina entre entre 1878 y 1885) y el genocidio provocado por todas esas acciones», dice Berón. Y agrega que algunos de los lonkos -como se llamaba a los caciques o jefes de una comunidad mapuche- estuvieron viviendo en el Museo, incluso hasta su muerte, y fueron objeto de exposición.
Actualmente está en curso la restitución del cráneo del cacique Calfucurá, cuya tumba se profanó en La Pampa poco tiempo después de su muerte. Por estos tiempos, las comunidades están decidiendo dónde se hará la restitución.
La arqueóloga señala que «otro puntal de este proceso de descolonización es que las decisiones sean tomadas por las comunidades», y aclara que «siempre la idea rectora es que las solicitudes de restitución provengan de las comunidades indígenas que se consideran descendientes y tienen que tener alguna probatoria para esto».
Los pedidos de reparación están regulados en Argentina por la ley 25517 y el decreto reglamentario 701 del 2010 «que dice que se deben restituir los restos mortales y objetos sagrados a los pueblos que los reclamen», por lo cual «lo que surge a partir del cumplimiento de la ley, es que hay un marco jurídico y sobre todo que ampara el reconocimiento de la preexistencia y los derechos de los pueblos originarios en nuestro país».
Como forma de descolonizar las colecciones, el museo invita a las comunidades originarias como los wichí o los qom a visitar el acervo, lo que implica un beneficio mutuo, dado que se nutre con los relatos y la memoria que despiertan las piezas en los visitantes: «es información de primera mano que el museo registra y que a lo mejor no viene en la documentación formal de la pieza, pero que se adquiere en la interacción», explica Berón.
La investigadora destaca eventos como la Noche de los Museos, donde los depósitos del museo se abren -con cuidado- al público: «Esto también es una forma de abrir las colecciones y darlas a conocer. Descolonizar no implica solamente restituir. También implica mostrar, dar a conocer, que todo el mundo tenga acceso, que pueda preguntar», concluye.