No hace falta ser un experto en lenguas para saber que el término “morondanga” utilizado por la ex presidenta en un acto de campaña es una palabra incorporada al uso argentino idioma, pero para los estudiosos del español está claro que se trata de un “africanismo”, en un claro ejemplo del impacto cultural que tuvo la era del esclavismo, que concluyó formalmente en el siglo XIX.
Aunque resultaba hasta ahora infrecuente que un político de primer nivel la usara en público, elevándola a la categoría de tendencia en las redes sociales, y generando memes de todo tipo, puede considerarse que morondanga suena un poco a pasado, ya que era un caballito de batalla en los personajes de Mafalda, pero también es el nombre de una película argentina estrenada en 2017 por Jorge Filipis, da títulos a novelas gráficas y bautiza comercios diversos.
Hacia el final de los años de Raúl Alfonsín como presidente, los correntinos Teresa Parodi-Antonio Tarragó Ros incluyeron en un disco conjunto el muy político “Candombe de Morondanga”, cuya letra dice: Cuando puede hacer discursos/ Nos inventa un porvenir/Que parece tan perfecto/ Que dan ganas de reír/ Las angustias no son nuestras/ Nunca nadie estuvo mal/ Con qué mágicas palabras/Nos cambió la realidad/ Nos cambió la realidad.
La ex presidenta mencionó en un acto la supuesta República de Morondanga refiriéndose al estado de las cosas durante el gobierno de Mauricio Macri y pocas horas después se ofrecían en las redes sociales remeras y chombas con un logo al respecto, en un efecto de repercusión parecido al que originó dos años antes, cuando para hablar de “marcas que nadie conoce” que había generado la crisis económica utilizó las palabras pindonga (otro africanismo) y cuchuflito.
“A los que hoy hablan de República, ¿dónde estaban cuando se perseguía y se encarcelaba a opositores y a dueños de medios de comunicación?”, dijo Cristina Fernández en su discurso en Avellaneda, el martes pasado. “¿De qué República me hablan los que ahora tienen prófugos? Ninguno de nosotros se fue del país. Era una República de Morondanga».
Entre las palabras de uso frecuente en la Argentina que tienen su origen en las lenguas que trajeron los esclavos, y que millones de personas pronuncian a diario, figuran junto a morondanga: bomba, mina, tango, mucama, zombi, caramba, mondongo, tarima, cumbia, punta, tilinga, chicana, bombo, maraca, zumbar, chimpancé, banana, tongo, y quilombo.
Para un oído entrenado en las lenguas, hay muchas otras del argot argentino que se reconocen de inmediato como africanas de origen, entre ellas safari, ¡epa!, milonga, vudú, zamba, tanga, macaco, marote, bobo, mochila, bancar, capanga, minga, macana, cachimba, tumba, bujía, catinga, ganga, tambor, botón y chongo.
Para las organizaciones que nuclean a los africanos y afrodescendientes, en la República Argentina viven en 2021 alrededor de dos millones de personas cuyos ancestros llegaron en los barcos de la esclavitud, aunque las últimas cifras oficiales, las del Censo de 2010, indican que apenas 149.493 se reconocen como tales, en muchos casos por vergüenza, o ignorancia, en un fenómeno que se llamó antes “la negritud negada”
La historia indica que durante los siglos del tráfico de personas como negocio rentable entraron al puerto de Buenos Aires unos 700 barcos esclavistas que trajeron un total de 72 mil africanos, la mayoría de ellos de países al sur de la línea ecuatorial, entre ellos, Angola, Congo y Mozambique, ya que esa era la zona en que eran cazados como animales cuando se trataba de traerlos al sur de América.
En el momento de la Revolución de Mayo, de los 40 mil habitantes de la ciudad de Buenos Aires unos 10 mil eran esclavos, pero esa proporción del 25 por ciento fue diluyéndose a lo largo del siglo XIX, tanto por los afrodescendientes que murieron en las epidemias y en las guerras como por los sucesivos mestizajes.
En un censo realizado antes, en 1778, los por entonces llamados “pardos y morenos” dentro de una sociedad de castas eran en el Virreinato del Río de Plata el 46 por ciento de la población total de 92 mil personas, afirma el historiador africanista argentino Omer Freixa, en un estudio para la Universidad de Tres de Febrero.
La segunda oleada migratoria de africanos se produjo en la primera mitad del siglo XX, por la llegada de miles de ciudadanos de Cabo Verde, la mayoría de los cuales se radicaron en Ensenada y Dock Sud, escapando de las trágicas condiciones de vida que les planteaba la subsistencia de la colonización portuguesa en esa zona de islas que había sido clave para los traficantes de esclavos, ya que allí los agrupaban antes del viaje forzado hacia América.
A partir los años noventa, cuando Europa empezó a cerrar sus fronteras, se produjo una tercera ola, que continúa en el siglo XXI, que trajo sobre todo a ciudadanos de Senegal, la mayoría de ellos varones jóvenes, aunque también se integraron a la vida en la comunidad argentinas inmigrantes de Mali, Mauritania, Liberia y Sierra Leona.
El historiador Freixa recuerda que en un inconcluso Diccionario de Africanismos en el Castellano del Río de la Plata, el etnomusicólogo Néstor Ortiz Oderigo, había reunido hace medio siglo unos 1.500 vocablos usados en la lengua de todos los días, muchos de los cuales no han sido registrados por la Real Academia de la Lengua Española.
En su idioma original africano “morondo”, significa “pelado” o “limpio”, por extensión que no tiene pelos, ni hojas, pero el sufijo “anga” le otorga a la palabra que se usa en la Argentina un significado despectivo, que según el diccionario de Oxford sirve para referirse a «una cosa o un conjunto de cosas inútiles o de poco valor, material o inmaterial”.
La Real Academia Española -¿Cristina consultó el diccionario antes de pronunciarla para hablar del desempeño del macrismo en el gobierno?- indica que “morondanga” usada como sustantivo alude a una “cosa inútil y de poca entidad” o un “enredo o confusión”, pero que utilizada como adjetivo hará referencia a algo “despreciable, de poco valor”.
Pero lo que pasa con las palabras africanas en el uso argentino de la lengua castellana es parte de una tendencia mundial: un informe de la BBC señala que en los idiomas occidentales existe un promedio de un veinte por ciento del total de los vocablos que provienen de las lenguas originarias de África, aunque los usuarios no lo sepan.
Uno de los grandes estudiosos del lunfardo argentino, Óscar Conde, sostiene en un ensayo llamado «Antepasados. Los afroporteños en la cultura nacional» que «una de las lenguas prestamistas más importantes en nuestro continente ha sido el quimbundo, hablada por los bantúes del centro y norte de Angola».
Respecto al uso actual de afro como prefijo -afrodescediente, afroamericano, afroporteño- vale la pena recordar que la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, realizada en 2001 en Sudáfrica, solicitó en nombre de los descendientes de esclavos que se eliminara del castellano el uso de la palabra negro para definirlos.
En países como Estados Unidos, en donde la segregación racial sigue siendo un problema candente y permanente, lejos de aquellas consignas sesentistas como “Black is beutiful” (“Negro es hermoso”) hoy la palabra negro está apartada del lenguaje formal y oficial, y dicha por un no afrodescendiente es considerada ofensiva e insultante.
El congolés Nengumbi Celestin Sukamao, fundador del Instituto Argentino para la Igualdad, Diversidad e Integración, afirma que es importante pensar que “no existe una identidad negra dentro de la especie humana, como tampoco existe una identidad blanca o amarilla”, por lo que las divisiones al respecto implican racismo.
La teoría de las razas “es científicamente falsa y socialmente peligrosa e injusta”, sostiene el experto, ya que existe solo una, que es “la raza humana”, sin que grupo alguno pueda atribuirse una superioridad, que fue el concepto fundador del nazismo, o resulte natural que discrimine a otro por las tonalidades distintas de su piel.
En el uso de la lengua, que siempre es ideológico, subsiste en la Argentina una fuerte carga negativa cuando se pronuncia la palabra negro, apunta Miriam Gomes, integrante de la comunidad de inmigrantes de Cabo Verde y militante de la Agrupación Todos con Mandela.
“Se dice trabajo en negro al trabajo no registrado, se dice tarde negra si a alguien le fue mal o mano negra para referirse a corrupción», recuerda antes de recordar que en paralelo se niega la larga contribución de los afrodescendientes a la formación de la sociedad en términos culturales lingüísticos, filosóficos, religiosos y gastronómicos”.
Un país que no pensara en estos temas con profundidad sí que resultaría una República de Morondanga, llena de capangas zombis, de tilingas en tanga, de quilombos y chicanas, una milonga llena de tongo, en que los chimpancés parecerían chongos, y en la tarima las minas bancarían macanas, mochilas bobas, cumbias bananas.