22 junio, 2020
VIDAS INFLAMADAS, ARTE ENCENDIDO
Por Vero Martínez
La orilla izquierda del Sena recoge la herencia de tumultuosas épocas doradas que han encendido la llama del arte y la literatura trastocando la ciudad de Paris. Gracias a ello han proyectado al resto del mundo un aura de libertad femenina que comenzaría con sigilo pero con contundencia. Que proponía plantar cara a todo lo anterior establecido.
Hacia ese lugar del mundo, en los primeros años del siglo XX, acudieron mujeres artistas de distinta índole y precursoras de de una nueva forma de vida. Tenían mucho que mostrar, poseedoras de un talento que las empujaba a una rebelión en sí mismas y de cara al exterior.
Esas mujeres de la orilla izquierda eran escritoras, fotógrafas, pintoras, editoras, libreras… Formaron entre ellas un vínculo totalmente libre de estereotipos. Se perpetuaron entre la sociedad parisina del momento como artistas portadoras de un dominio íntegro perpetrado en sus diferentes facetas. Se situaron como verdaderas protagonistas que llevaban la voz cantante ya fuera del recóndito y miserable lugar dónde el género femenino se ocultaba oprimido. Dejaron de ser musas, modelos y amantes para proclamarse fervientes dueñas de todo aquello que habían creado y ofrecieron al mundo entero su universo particular.
Pudo ser que sucediese todo de una manera indisciplinada e indómita. Quizás París clamaba desde su fondo que un ambiente señorial de ceremonias libertinas y cantos de sirenas se abriese a sus pies. Tal vez esparcir bocanadas de aire fresco sobre su superficie de torres emblemáticas y fachadas históricas, otorgando así un cariz ya encorsetado para una sociedad que en esos años despertaba, era con fuerza necesario.
Sería probable también que esa ciudad, tantos siglos idolatrada y vapuleada a partes iguales, sustrajera de su rincón más recóndito las raíces de una nueva visión del arte. Una mirada más femenina, resplandeciente y osada, que se elevara a sus propios cimientos. Que, como llave de nácar, fuese abriendo las puertas oxidadas por el desgaste de aquel viento inmóvil que intentaba arremeter ante ese nuevo libertinaje de palabras e imágenes resplandecientes y lo dejara fluir lejos.
Así pues, tras gritar París que era conveniente un nuevo rumbo en su estilo de vida, sucedió por fin que su deseo fue escuchado. A la orilla izquierda del Sena acudieron mujeres artistas de diferentes puntos del mundo con el fin de desafiar las normas e incentivar su creatividad, llevando la libertad artística expresada en sus obras a los niveles más prósperos del conocimiento vanguardista.
Mina Loy, Djuna Barnes, Romaine Brooks, Gertrude Stein, Colette, Marie Laurencin, Adrienne Monier, Natalie Barney, etc… fueron las precursoras de esa revolución cultural y artística del París de los años 20 que comenzaba a renacer tras épocas convulsas y fatídicas.
Eran mujeres que partían de un libertinaje desmesurado, acechaban sombras, las desquebrajaban y descubrían el brillo en ellas. Fueron muchas calumniadas por su condición de lesbianas y bisexuales. Pero entre ellas el amor libre y, como tal, reaccionario contra el orden que les intentaban establecer. Arremetían con todo y contra todo. Bohemias y brujas de talento desmesurado sufrieron los ataques opresores del dominio masculino, acabando siendo ellas las opresoras a base de marcar territorio. De socavar en el alma más voraz de la condición humana. A través de sus escritos, pinturas, esculturas o fotografías supuraron heridas e hicieron brotar de ellas nuevas esperanzas.
El mundo se abría y ellas se abrían a él. Lo hacíanon un dominio escénico que apartaba cualquier resquicio de vulgaridad que en otros tiempos hubiese paseado cómodamente, marchitando y envenenando la historia del momento.
Pero todo Parnaso se descubre a sí mismo tarde o temprano en su final. Aunque no sea un final tajante, sí en un paseo escaleras abajo hasta un fatídico tope de nuevas revueltas, tiempos convulsos, guerras venideras y otra vez, vuelta a empezar. Una caída libre a un lugar de retorno donde la rueda de nuevo gira contra el eje opresor.
Dos cosas son ciertas. Por un lado, los felices años 20 fueron menos años de lo esperado o, más bien, de lo deseado. Por otro, las mujeres siempre han intentado desafiar las delicadas pruebas que el destino les regala en forma de hermosa traición.
Las artistas que revolucionaron la orilla izquierda del Sena fueron testigos de una decadencia que afectó notablemente todo su centro creativo. Aquel lado parisino que presumía de hechizos de sabiduría e intelectualidad, que en un determinado momento de necesidad accedió a endiosarlas, sucumbió ante la preponderancia masculina. Esta osaba con sus nuevos versos y escritos autoproclamarse señores, dueños de todo aquello. Reclamar su lugar, como un eterno dominio que de nuevo volvía a tejer redes para no dejar pasar la esencia femenina que un día reinó libre y altiva.
El eje, de esta manera, se acrecentaba. La rueda giraba y giraba encontrando un hueco por donde entrar. Llegaros años inciertos, revueltas y guerras. El eje y la rueda decidieron parar el paso para observar aturdidos como a la vida, la muerte le iba ganando terreno.
Hoy en día diversos estudios y documentos recuerdan que aquellas mujeres fuertes, libres, consiguieron sembrar nuevas vías intelectuales en el París de aquella época luminosa y serena. Intentaron hacer historia, a día de hoy poco reconocida. Decidieron, pese a las circunstancias, seguir siendo esa rueda que desafiaba al eje opresor. Con sus obras mostraron sus deseos, sus sueños, sus ansias de libertad y vivieron con intensidad la vida que ellas mismas decidieron crear.
Quizás ese fue el verdadero desafío, reconocerse dueñas de sí mismas. Vivir cómo quisieron. Ansiar volar alto sin amedrentarse y demostrar al mundo que sus creaciones eran una fuerza incesante de sabiduría amor a la vida.
*Le Miau Noir