10 junio, 2022
La novela escrita hace más de dos décadas retoma esa cualidad de ficción realista y anticipatoria que le valieron el reconocimiento como escritor magistral, que adelanta la crisis urbanística que hoy se debate en las grandes ciudades a la vez que polemiza con la literatura de sus contemporáneos.
«Urbana», novela escrita por Rodolfo Fogwill (1941-2010) hace más de dos décadas y recién publicada en Argentina, retoma esa cualidad de ficción realista y anticipatoria que le valieron el reconocimiento como escritor magistral, a partir personajes sin nombre, catalogados por parentesco, función, autoridad académica o título, en una escena porteña de especulación inmobiliaria y política, que adelanta la crisis urbanística que hoy se debate en las grandes ciudades a la vez que polemiza con la literatura de sus contemporáneos.
La nouvelle que ahora publica Blatt&Ríos se terminó de escribir en 2002. En ella, inversores que saben de vericuetos estatales para habilitaciones inmobiliarias inauguran un apart hotel en la apatía del verano poteño con cierta resistencia vecinal y una fiesta semimediática de estrellas de segunda, modelos desconocidas, empresarios que se mueven fuera de la foto y un personaje oscuro que termina de dar forma a una trama sencilla.
Revisando unos papeles, Fogwill encontró que tenía una novela empezada y decidió continuarla, en 2002 la terminó y la mandó a su editor en España, Claudio López Lamadrid, que dirigía lo que en su momento era Random House Mondadori para todo el mundo.
«Salió en España para la misma época que ´Runa´en Interzona en Buenos Aires. Eso habrá hecho que no la publique enseguida acá, pero no sé qué pasó, algunos ejemplares circularon pero esta es la primera vez que la publicamos en Argentina», cuenta a Télam el editor Damián Ríos.
«Él decía que la literatura no trafica con historias, lo que encanta de la literatura, lo bonito, a su entender, era la forma contar. Se ve en César Aira, en Hebe Uhart, en Ricardo Piglia, donde los argumentos no importan tanto como los modos. Es un trabajo contra la originalidad, contra otro tipo de escritura que en aquel momento tenía más vigencia y vendía muchísimo, como la de Abelardo Castillo o la de Soriano», explica Ríos.
¿Qué es ese modo? La entonación, el procedimiento, el encare. «Urbana» tiene que ver con un Fogwill que ya escribió sus grandes libros -prácticamente no publicó cuentos posteriores a «Urbana», que es por lo que se hizo conocido, y las novelas «Los pichiciegos»‘ y «Vivir afuera» ya estaban publicadas.
«En ese sentido, cada novela suya es una forma de contar y en ‘Urbana’ -cansado de personajes que se llamaran Pedro o Juan en las novelas de sus contemporáneos y ya en una etapa más madura, tratando de ver la manera de contar una historia-, desarrolla un argumento muy pequeño a partir de un procedimiento vinculado a no describir ni nombrar a los personajes», indica el editor.
En este libro también hay un muerto que deja un libro póstumo. Hay familiares y conocidos que especulan con lo que pueda decir y dejar, financieramente, ese libro. Hay un narrador que cuestiona el arte del encuadernador, del lector, del escritor, que se detiene en el desarrollo de la metáfora de chota, utilizado el término en masculino, femenino y en un tercer género neutro, «para aludir a un objeto, para metaforizar una sensación difícil de exponer en un texto de divulgación o en un relato, para referir la expresión ‘choto'», escribe Fogwill.
«Como no hay reglas, el arte del escritor vela por la mejor distribución de la justicia de las palabras. Idealmente, lograr que cada una de las palabras cargue algún resultado del vibrar unísono del todo: la armonía inconcebible, inaccesible». «Lo más frecuente es que el autor se desplace a tientas, cegado por una luz que quizá sólo sea visible para él (…) Y ahí va él a librar o a quemarse», describe ese movimiento tan parecido al de las cotorritas de la luz que también se demora en describir.
«Urbana» es entonces, también, un libro sobre redistribución y sobre el dominio de la dosificación. Refiere doctrinas financieras. Habla del peronismo, de la globalización, de los automatismos y del lenguaje: «Por ejemplo usar la palabra ‘posible’ como sinónimo de ‘deseable’ o reemplazo de lo que siente como ‘debido'», se lee. Un libro literario sobre literatura, edición y comunicación: «la prensa exagera», «los periodistas exageran y actúan como sabiendo que si no exagerasen perderían su empleo», «para compensar tanto extremo, ha aparecido una promoción de periodistas que exageran mesura», escribe el narrador.
Es también un libro sobre «el embuste y las supuestas disciplinas de periodismo y publicidad», indica ese narrador, que es Fogwill, tan publicista, como sociólogo y escritor, tan ganador de la beca Guggenheim como del Premio Nacional de Literatura, tan arrendador de su voz para vender gaseosas defendiendo a los malos poetas como autor, durante la Guerra de Malvinas, de la icónica novela «Los pichiciegos» que describe los efectos de la Guerra de Malvinas en nuestra sociedad.
«Claro que es redundante llamar ‘Urbana’ a una novela», que «hoy toda novela es urbana», dice el narrador, porque «la ciudad, que es su agente, compone a la vez el fondo de todo lo que sucede» y le adelanta al lector, en esa primera página, que «este es un relato de personajes sin cara ni nombres», que «idealmente debía eludir cualquier acontecimiento, pero que en tal caso nadie la habría editado y no habría encontrado un lector».
«Urbana» es además la tercera publicación de un ciclo de rescate de obra huérfana de Fogwill iniciado en 2018 por Blatt&Ríos con los relatos inéditos de «Memoria romana», continuado en 2021 con los ensayos de «Estados alterados» y que prevé seguir a fin de año con el primer libro monográfico sobre la obra completa de Fogwill, a cargo de Ricardo Strafacce, quien por cada libro está escribiendo un capítulo crítico y contextualizando.
¿Cómo trabajan esos textos? «No se reformulan los inéditos salvo erratas evidentes. Se los trata de fechar a partir del conocimiento que tenemos de su obra. Cuando hay correcciones manuscritas se las incorpora. Cuando se trata de textos que no se pueda discutir con el autor, como en este caso, se es fiel al texto. Si no se puede descifrar o le faltan partes, no se publica», concluye Ríos.
Ríos sustenta la importancia de Fogwill en que «nos marcó con su modo de leer y de entender el hacer literario, con su moral respecto de qué es la literatura y más específicamente sobre qué es la literatura argentina. Empezó a publicar a fines de los 70 del siglo XX e iluminó con su presencia y sus grandes textos hasta el presente. Es un escritor que a más de 10 años de su muerte conserva intacta su vigencia», resume.
«Fue uno de los grandes lectores -insiste- sobre todo y de un modo muy generoso con sus contemporáneos, escritores menores que empezaron a publicar después que él, a los que supo leer y promover con una potencia admirable. Eso es una ética respecto de la literatura, a la que tratamos de hacerle honor».
A esa ética, quizá, se refirió Fogwill poco antes de su muerte, al presentar sus cuentos completos en España, hablando de «Los pichiciegos», novela que ahí no aparece porque no es cuento y que carga con la leyenda de haber sido escrita en tres días de corrido dosificando 12 gramos de cocaína: «La leyenda no le da más valor, pero a mí me da orgullo. El valor literario se puede malversar, es cuestionable. Pero hay un valor ético, que es el de haberla hecho y haberla hecho como la hice. Aunque la ética no hace un buen relato».