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11 abril, 2022

Literatura: la fuerza del género biográfico que propone Mariano Vespa en su libro «Inmersión»

En el libro «Inmersión», el autor recorre el paso fugaz por la narrativa de Rafael Pinedo, escritor singular y de culto que, pese a su corto trayecto, dejó una estela imborrable en la constelación de la literatura argentina.

Literatura: la fuerza del género biográfico que propone Mariano Vespa en su libro «Inmersión»

 

Por Carlos Daniel Aletto

 

En el libro «Inmersión», Mariano Vespa muestra en detalle el recorrido y el brillo del paso fugaz por la narrativa de Rafael Pinedo, escritor singular y de culto que, pese a su corto trayecto, dejó una estela imborrable en la constelación de la literatura argentina, que en esta biografía el autor, como otros cultores del género, trabajó en esta «especie de logia que muchas veces opera en silencio, sin alardear».

Mariano Vespa se acercó a la obra de Rafael Pinedo (1954-2006) a partir de la lectura de «Plop», hace diez años. Ese acercamiento despertó varias emociones encontradas: «un poco de angustia, un residuo o movimiento corporal –una especie de cólico, pero quizás no necesariamente era algo malo- y un impulso, casi infantil de preguntar por qué esto, por qué aquello», relata el biógrafo.

Encontró varias capas de lectura: «una historia demoledora; una prosa peculiar, única, milimétrica; una lectura sobre la política argentina, aunque quizás sea mejor ser más específico, una lectura sobre su generación y los vaivenes políticos y económicos posdictadura y, por si fuera poco, una mirada sobre los lazos comunitarios del pasado remitiendo al futuro, y viceversa», explica el autor del libro publicado por «Tren en movimiento».

Mariano Vespa muestra en detalle el recorrido y el brillo del paso fugaz por la narrativa de Rafael Pinedo, escritor singular y de culto

 

P:¿Qué es lo que despierta en vos como escritor o como lector el género biografía?
-Mariano Vespa: Me estimula mucho el género biográfico, a veces el desborde me lleva a chusmear las biografías express, coyunturales. Hay algo de la versatilidad del género que me moviliza, desde las clásicas efigies –como el Johnson de Boswell- hasta las más atípicas, como las piezas imaginarias de JR. Wilcock, las semblanzas breves de Luisa Sofovich, las historias solitarias de José Edmundo Clemente. Resuena esa idea del jardín sin desmalezar que habla Michael Holrdoy, algo que pervive, que se seca, que muta, que se robustece. Trabaja desde las sombras, se enriquece de distintas texturas y formas. Me interesa el género biográfico en tanto matriz o punto de partida. Hace poco terminé un corto alrededor de C.E. Feiling basado solo en una entrevista, a diferencia del trabajo con Pinedo que tuvo alrededor de treinta. El género biográfico amplía el universo de lecturas, de indicios, de desconfianzas. En Argentina, siento que tenemos poca tradición, pero hay muy buenas biografías. Por supuesto, el Lamborghini de Strafacce es el ars magna. A la vez, presto atención a quienes entiendo como cultores contemporáneos del género, una especie de logia que muchas veces opera en silencio, sin alardear.

 

 ¿Cuáles son las características biográficas que más te atrapan de Rafael Pinedo?
-M.V.: En él confluyen distintas rutas, peculiaridades, recodos. Su temprana ambición lectora, impulsada un poco por su madre Carmen, traductora, y su abuelo, Florencio Escardó. De hecho, Escardó, una figura central en la medicina y con un fuerte ímpetu en la escritura, tuvo mucha injerencia tanto en Rafael como en Jorge, su hermano, sobre todo porque los niños se criaron un poco lejos de su padre y como extensión de la familia Pinedo, un apellido con prosapia y con trayectoria política. De ahí se desprende un núcleo, no tan manifiesto pero que acompaña todo mi libro, la idea de orfandad, algo que puede verse en lo que significó para la generación de Rafael, que, si bien tuvo una corta participación política, estaba muy comprometido. Gracias a Jorge, que sí militaba, conoció a Rodolfo Walsh y a Germán Oesterheld y a sus hijas. Vínculos de ese estilo, a veces casuales, se repiten, y hablan no solo de la biografía de Rafael sino de un clima de época, por ejemplo. Pinedo participó en obras de teatro de Medio Mundo Varieté, una referencia del off de los ochenta. Son varios los biografemas que me permitieron, de una forma arbitraria, obsesiva, a veces equívoca, conectar vida y obra, vida y contextos tan diversos.

Cabe destacar que en 2002 Pinedo obtuvo el Premio Casa de las Américas de Novela por Plop. Destacan además numerosas obras, tales como cuentos «Mari», «Desencuentro»,  «El laberinto», y «Frío» entre otros.

 

«Me estimula mucho el género biográfico, a veces el desborde me lleva a chusmear las biografías express, coyunturales. Hay algo de la versatilidad del género que me moviliza»

 

 ¿Cómo podrías describir la obra literaria de Pinedo?
-M.V.: En algún punto, Pinedo entró tarde al ejercicio literario, pero si seguimos lo que pregonaba Fogwill, lo hizo en una «buena edad», cerca de los cincuenta años. Tristemente, no pudo vivenciar el impacto de su obra, las lecturas que generó y tampoco pudo consolidar su propuesta. Pinedo empezó a escribir en varios talleres, hay varios textos breves experimentales, influenciados por Cortázar. Después de ganar el premio en Cuba con «Plop», su literatura se fue para el lado de la distopía, influenciada quizás por su acercamiento a Alberto Laiseca y por su trayectoria lectora de revistas como «El Péndulo» o los libros publicados por Paco Porrúa en Minotauro. Su grandeza no solo tiene que ver con la construcción de mundos en ruinas, presentes distantes que tocan el cuerpo, sino que, en forma enzimática, el uso del lenguaje, frío, lacónico, diagramado, tenue, con algunos destellos de humor, le dan una impronta única. «Frío y Subte», sin tener el peso específico de «Plop», forma parte de esa orbita, sobre todo en las oscilaciones de un contexto remoto que juega con los vaivenes del presente. De algún modo, en Pinedo las ideas de principio y de fin están desdibujadas.

El ‘montaje’ dinámico, una metodología para llegar a la biografía de Pinedo y el valor de su obra

 

 En tu libro además de datos desconocidos también hay imágenes, ¿cómo fue el trabajo de investigación? ¿cuánto duró este proceso?
-M.V.: Hace un tiempo, llegué a una cita de Sergei Eisestein que hablaba del montaje como una circunstancia que no era solo atribuible al cine, un «fenómeno que se presenta invariablemente en cualquier yuxtaposición de dos hechos, dos fenómenos, dos objetos». Metodológicamente, respondía a una certeza y una imposibilidad, trabajar con lo fragmentario como una manera de responder al «espíritu Pinedo» y a la vez como respuesta a la escasez de archivos, quizás un escollo en las biografías vernáculas. Usé varias imágenes, por ejemplo, las familiares, intentando darles un giro más allá del registro documental. Trabajamos en conjunto con la artista Caro Lagos C. para que las imágenes no respondan estrictamente a lo que se dice en los distintos fragmentos, sino que propongan algo más, que dialoguen, que corten, que movilicen. Por ejemplo, en un momento uso el obituario de Pinedo en «La Nación» y ese recorte, que comparte espacio en el diario con la muerte de Pinochet, hay algo que resuena, que contradice, que se activa, que choca, y ese es el poder de la imagen en sí.

 

¿Cómo se lee su obra hoy?
-M.V.: A pesar de que tiene una circulación minúscula, quienes se interesan por su obra la leen con compromiso y valía. Incluso muchos escritores y escritoras, que trabajan con universos paralelos, lo mencionan y difunden con generosidad, como Martín Castagnet, Liliana Colanzi, Agustina Bazterrica, Ana Llurba, entre tantísimas otras. Es bastante leído en posgrados en Estados Unidos, gracias a Edmundo Paz Soldán –uno de los jurados en Casa de las Américas-, pero lamentablemente aun no fue traducido al inglés (sí al francés y al húngaro). En vida, Pinedo se vinculó rápidamente con los integrantes de la Fundación Ciudad de Arena, que reunía, capitaneado por Gabriel Guralnik, grandes escritores del género en charlas, lecturas, viajes, como la mismísima Angélica Gorodischer, Ana Shua, o escritores más jóvenes como Paula Ruggeri y Alejandro Alonso, entre otros. A la vez, ni bien se enteró de que tenía cáncer, intentó ir a cuanto evento pudiese, como por ejemplo en la Facultad de Filosofía y Letras en uno de los encuentros que organizaba Elsa Drucaroff. Me acuerdo de un número de El interpretador donde «Plop» era desmenuzado. A la vez, hace poco me pasaron un video de Fogwill en el Malba donde lo mencionaba y al parecer él estaba en ese evento, poquísimos meses antes de morir.

 

 ¿Existe alguna forma de colocar a Pinedo en una familia literaria Argentina?
-M.V.: Hay bastantes lecturas –académicas, fundamentalmente- que lo acercan a «El año del desierto», de Pedro Mairal, y algunos libros distópicos o de género como «El aire», de Chejfec, o «Borneo», de Oliverio Coehlo. Incluso si la familia fuera solo temática, hoy tendría más parientes cercanos. En un contexto de escrituras autoficcionales, hay nuevas voces que dialogan con la propuesta de Pinedo. Pero me permito una digresión, porque las familias siempre son disfuncionales y ubicaría a Rafael Pinedo en la órbita de Elvio Gandolfo, un autor genial, que debería tener un poco más de reconocimiento del que tiene –de hecho, fue uno de los primeros que leyó «Plop» en Argentina. «La reina de las nieves» sentó un precedente. En esos cruces está Colautti, Busqued, está lo atípico, lo desestructurado, las ruinas, está el desgaste y el destino, algo que, pienso antes del punto final, quizás también lo pueda emparentar con Barón Biza.

 

*AT