La experiencia en el mundo se asemeja a la de una pantalla de cine, en la que las luces son proyectadas desde un espacio oculto: la imaginación humana es así una continuación de la imaginación divina
Por Rodrigo Haydar Osegueda*
12 abril, 2023
La experiencia en el mundo se asemeja a la de una pantalla de cine, en la que las luces son proyectadas desde un espacio oculto: la imaginación humana es así una continuación de la imaginación divina
Por Rodrigo Haydar Osegueda*
«Los mayores actos de adoración a los ojos de Allah –Exaltado sea– son aquellos ayudados por la imaginación, (pues dice el dicho del Profeta): «Adora a Allah como si lo vieras, aunque no lo estés viendo.”» –Ibn Arabi
“Los humanos duermen, al morir despiertan”, nos dice Muhammad, el último profeta del Islam. ¿Pero qué quiere decir con esta frase? Sin duda se refiere a la muerte como fin de la existencia material del ser humano en este mundo, pero también hace referencia a la muerte y despertar espiritual. Es tras la muerte constante que encontramos el significado de las cosas que no comprendemos cuando nos acontecen, como si se tratara de un constante despertar de un sueño para luego darle interpretación.
En ese sentido, el Generoso Corán hace una constante invitación a la reflexión sobre la muerte, puesto que es precisamente en el fin de la existencia de las cosas que se hace patente la trascendencia y grandeza de Allah, quien no tiene límite. Es en nuestra finitud que podemos ver el infinito.
De ahí que numerosos sabios y sabias del sufismo, como se le conoce al camino iniciático del Islam, hagan hincapié a morir al propio “sí mismo” (nafs en árabe). El profeta Muhammad solía decir: “Mueran antes de morir”.
Para el sufí no se trata de un morir como una realidad autónoma, sino de despertar a Allah, la esencia que existencia todos los fenómenos sin discriminación, que es ontológicamente Rahma, “misericordia”. Al respecto, el gran gnóstico persa sheij Abu Sa’id Ab’ul Khayr, nos dice:
el sufismo es alejar el corazón del otro y de todo lo que no sea Dios, pero resulta que no hay ni otro ni nada que no sea Él.
Es en la muerte, ya no exclusivamente física ni inconsciente, que el ser humano abre la posibilidad a la comprensión intuitiva del Ser Divino. De acuerdo con la Sura 89 del Corán, dicho estadío espiritual es el del “alma sosegada”, que vuelve a Allah complacida y entonces entra al paraíso, aún en este mundo. En dicho estado el alma finalmente ha comprendido el verdadero sentido de su existencia y, por lo tanto, ha despertado del sueño.
Este camino, que intuye que la forma en que interpretamos las cosas no es la realidad, ha sido interpretado por numerosos pensadores, místicos y filósofos. En muchas ocasiones –como ya mencionamos– el inicio es el final, pero con una mirada ya no centrada en el “yo o sí mismo” sino en el Ser Divino.
Esta intuición también ha sido llevada al cine, que por excelencia retrata imágenes en movimiento, aspecto que también es fundamental en el sufismo.
De acuerdo con el Corán, Dios se expresa a través de los fenómenos del mundo en su calidad de signos (ayats). Así, los ayats no corresponden exclusivamente a los “versos” del Corán, sino a las manifestaciones de la Divinidad en el cosmos, incluyendo el propio ser humano. «Les mostraremos Nuestros signos en los horizontes y en sus propias almas», nos dice el Corán. Por lo tanto, todo en este mundo es unión de lo espiritual y lo material; de lo primero se adquiere la imagen, mientras que lo segundo le dota de tiempo y espacio.
Metafóricamente, la experiencia en el mundo se asemeja a la de una pantalla de cine, en la que las luces son proyectadas desde un espacio oculto, dándole vida al telón, que se transforma en imágenes en movimiento. En la producción de cine imaginan los actores, los espectadores y el director, pero ¿qué pasaría si las imágenes de la pantalla despertaran a la conciencia de ser una película?
Pablo Beneito, especialista en Ibn Arabi, afirma:
La creación es un proceso de divina imaginación […] el cosmos entero, en todas sus dimensiones, se presenta como imaginación. En este sentido, ‘Abd al-Karim al Yîlî lo denomina «una imaginación dentro de otra imaginación».
Es decir, la imaginación humana es una continuación de la imaginación divina. Asimismo, se trata de la principal facultad que permite reimaginar el cosmos ya no como una multiplicidad de fenómenos, sino unidos e imaginados en Allah; nos dice Beneito:
En esta dimensión, los seres humanos están dormidos y cuando mueren, despiertan. Se entiende que salen del sueño que representa el mundo ilusorio y despiertan a la conciencia de la teofanía del Verdadero.
Al proceso de reconocimiento de esta unidad de las imágenes se le conoce como “develación”, en el que el iniciado abandona su enajenación en la imaginación inferior para redescubrir el cosmos como manifestación de lo divino. Para ello, será necesario el recuerdo constante de Dios [dhikr’ullah], hasta que la imaginación muera y “reviva en el conocimiento que la conciencia simbólica brinda al corazón iluminado, liberado de los apegos a las estancias inferiores, que viaja en el mundo de las imágenes subsistentes”.
Si bien las imágenes no pueden morir a su papel en la película del mundo, sí pueden habitarlo con una conciencia real, la de saberse manifestación del Uno.
Con dicha inspiración, el séptimo arte no ha resistido a representar el camino de los iniciados sufíes en su despertar de la película de la multiplicidad, dejándonos un legado que no sólo es rico estéticamente, sino que también transmite la sabiduría del Islam a través de imágenes activas que trastocan la conciencia.
Basada en el libro homónimo de Éric Emmanuel-Schmitt, el film de François Dupeyron (2001) relata la vida de Moisés, un adolescente judío al que todos conocen cariñosamente como “Momo”, cuya singularidad yace en su precocidad, que conjuga con una sabiduría nata pero aún sin rumbo.
Pese a que Momo es una persona llena de energía y belleza, su padre, un hombre depresivo y egoísta, lo violenta constantemente comparándolo con su hermano mayor. En el abandono parental, Momo entabla amistad con el señor Ibrahim, un musulmán que inicia a Momo en el Corán de forma espontánea, hasta que el joven es capaz de leer el Libro Sagrado ya no como un texto escrito, sino como un espejo de lo que Dios hace en toda la creación. Entonces, Momo deja de reconocerse como Moisés para llamarse a sí mismo Mohammad, símbolo del nuevo estado de conciencia al que ha despertado.
Con enternecedoras escenas interpretadas por Omar Sharif y Pierre Boulanger, El señor Ibrahim y las flores del Corán ilustra con claridad la relación entre discípulo y maestro en el sufismo, así como el abandono de los libros con letra muerta para renacer al vitalismo, la ternura y unidad del alma.
«Sigo la música», dice Khorshid, protagonista de Sokout, del director iraní Mohsen Makhmalbaf, también distribuida en español con el título de El silencio.
El filme narra la vida de un niño invidente que desarrolla al máximo su capacidad auditiva, lo que le permite trabajar como afinador de instrumentos.
Sin embargo, no se trata del desarrollo de una capacidad convencional. Khorshid se ha abierto de forma natural al silencio interior, por lo que es capaz de percibir la belleza más pura y silvestre, siendo así un vidente en el sentido más elevado de la palabra, pues percibe con los sentidos corazón.
Sincero y auténtico –como todo amante–, Khorshid se deja arrebatar sin frenos a su escucha profunda, aún cuando eso le implique avanzar hacia el desastre.
Khorshid es verdadero y no un poseedor de la verdad, por lo que su creatividad se expresa sin cálculo y de forma espontánea, del mismo modo en que el mundo produce música y danza en la naturaleza. Khorshid es un instrumento más, olvidado de sí mismo para hacer audible la poesía que los otros no pueden escuchar.
La película es en sí misma una poesía fílmica, llena de metáforas sufíes como la del espejo, facultado para reflejar la luz solar y que no importa cuantas veces se rompa, siempre refleja la verdad.
Asimismo, llama la atención que Khorshid sea interpretado por una actriz, lo que algunos han leen como un intento de Mohsen Makhmalbaf de visualizar una naturaleza femenina en el personaje, lo que en el sufismo se relaciona con lo oculto (Batin) y la capacidad creativa de la Realidad Divina.
«Sigo la música» es una frase que conmueve, casi como un lamento de aquellos cuyo cuerpo habita este mundo, pero que su alma está en el más allá.
Bajo la apariencia de un mendigo, el ángel de la muerte guía a un joven maestro hasta un pueblo inexistente en el desierto. Es el desierto de este mundo (dunya). El pueblo no tiene autoridades, ni conoce de escuelas públicas e instituciones, son anarquistas sin siquiera saberlo. En el pueblo sólo Allah es.
La población posee una maldición, pues ha olvidado una promesa hecha por sus antepasados, la de volver a la ciudad de Córdoba; una metáfora de la promesa que el alma humana hizo en la preeternidad a Allah de reconocerlo como su Señor, según revela el Corán. A causa de ello, los hombres en la flor de su vida comienzan a vagar en el desierto sin razón; vagan como todo ser humano que pierde el sentido de la vida a medida que ésta avanza.
En el pueblo todos están buscando algo sin saber qué es, todos comparten un destino: el de resolver «el acertijo del tiempo». Tampoco se nos deja de recordar que la muerte, tarde o temprano, nos hará ver que «los sueños deben de seguir siendo sueños» y que, por lo tanto, despertaremos de esta primera parte de nuestra existencia. La vida material sólo es lo más visible de lo que realmente somos.
Todos somos vagabundos, pero también podemos entregarnos plenamente a este destino por un hechizo aún más sublime: el amor, capaz de llevarnos como un corcel alado al cielo.
Con amor todo lo contingente recupera su verdadero sentido, el de ser velos de manifestación de lo Divino. Al respecto, Ibn ‘Arabi nos dice:
No hay nadie que sea amado en toda esta existencia excepto Allah. Él es Aquel que se manifiesta en cada amado, en el ojo de cada amante. Y de hecho, no hay nada en este universo existente excepto amantes.
Entonces, como bien menciona uno de los personajes de Los moradores del desierto (titulada también Los balizadores del desierto y en árabe El-haimoune):
Al final, no importa en qué camino estemos, o incluso si no seguimos ningún camino, todos somos vagabundos en el desierto.
El collar perdido de la paloma (1991)
Esta obra de Nacer Khemir tiene por protagonista el amor. En ella, Zin, un niño hijo de un genio, espera con añoranza el regreso de su padre, a la par que se desempeña como mensajero de enamorados para ganarse la vida.
Mientras tanto, Hassan, el mejor amigo de Zin, aprende el arte de la caligrafía tradicional árabe hasta que se obsesiona por conocer todas las formas de decir amor (sesenta para la lengua árabe).
Entre libros y enamoramientos, Hassan descubre una hoja quemada que habla de la princesa de Samarkanda, un sueño que se volverá realidad y que le permitirá responder qué es el amor al joven imberbe.
Bab Aziz, el sabio sufí (2005)
Del mismo modo que El señor Ibrahim y las flores del Corán, la cinta Bab Aziz presenta en sus protagonistas el binomio conformado por la niña eterna y el viejo sabio. Ambos personajes se presentan como complementarios y no como oposición: se contienen uno al otro como un espejo.
Inspirada en la historia de Ibrahim Adam, un príncipe afgano del siglo VIII que abandonó su reino para dedicarse al ascetismo sufí, Bab Aziz relata la travesía del alma a la reunión con el Amado Divino.
Común en las obras de Khemir, la narrativa está lejana de ser una historia lineal. Al ritmo del Corán, la historia contiene varias historias, algunas de ellas fragmentarias o cuya estructura se ramifica, como si estuvieran contenidas en un sueño, símbolo de que Allah crea siempre espontánea y novedosamente lo que quiere –pues como explica el Generoso Corán, “sólo le basta decir es y la cosa es.”
Todos en Bab Aziz están en un viaje hacia la Reunión, un mítico festival que los derviches hacen en el desierto. En el camino las almas se encuentran, cada una con su particularidad forma de expresar amor apasionado, sin que esto implique una desconexión, pues al final todas regresarán al Amado.
Mimosas es un filme del director español Oliver Laxe que narra la historia de una caravana que se dirige al pueblo natal de su líder y maestro sufí para que éste muera en la tierra donde nació.
De forma paralela, en un pueblo sin relación aparente, Shakib es escogido para proteger a la caravana en su travesía por las montañas del Atlas en Marruecos. Shakib, quien tiene visión del mundo espiritual, se confronta con Ahmed y Said, dos bandidos que se infiltran en la caravana para asaltarla. Rápidamente los destinos se funden en la crudeza del viaje, que pareciera estar en contacto con otra geografía, la del mundo de lo oculto.
El inesperado final, aparentemente sin sentido, es unificado por la premisa más grande del sufismo: ser por amor.
Los dichos del Profeta Muhammad narran que cuando el fiel recuerda a Dios, los ángeles descienden y los espacios se transmutan en el paraíso. Asimismo, se dice que cuando un fiel devoto recuerda a Allah constantemente, sus extremidades se convierten en las extremidades de Allah.
En La familia chechena, el dhikr’ullah («Recuerdo de Dios») es el protagonista, pues se pueden ver numerosas secuencias de las vocalizaciones que los círculos sufíes hacen para recordar con toda la intención del corazón a Allah, con la única meta de alabar a Dios y recordarlo para que sea Él quien habite la conciencia del creyente, haciéndolo salir del sueño de la multiplicidad de fenómenos.
El filme no trata de abstractos, sino de lo más cotidiano. En él, Abu Bakr, un joven hombre checheno, intercala su vida familiar y el dolor de la guerra con el dhikr’ullah, práctica que según el Corán, “cura los corazones”, pues los devuelve al significado original de la existencia, donde todo tiene significado.
En esta multipremiada película de Martín Solá, las imágenes desgarradoras despiertan gracias a las intensidades del dhikr’ullah, manifiestas en el cuerpo y la sutiliza de la imagen, para llevarnos a una intuición de la zona límite de nuestro mundo, el punto donde se presiente la muerte y el acceso a la Luz.
*PijamaSurf
Fuentes: