El Gobierno afrontará tras la elección de hoy un problema de liderazgo, de mayorías y de representación; la tensión Fernández-Manzur y la reacción que prepara Cristina
La elección de hoy va a dejar un resultado cuantitativo que, según todas las encuestas, no diferirá demasiado del escenario general de las PASO. Pero lo más importante es que terminará de profundizar una triple crisis del sistema político que obligará a repensar su funcionamiento para que los próximos dos años de mandato de Alberto Fernández no se transformen en un calvario mayor. Ese punto de inflexión está determinado por la confluencia de una crisis de liderazgos, de mayorías y de representación.
La crisis de liderazgos se cristalizará si, como el 12 de septiembre, todos los referentes principales del Frente de Todos resultan derrotados. A las dudas sobre la capacidad de conducción del Presidente se sumará que Cristina Kirchner terminaría mucho más debilitada, igual que sus delfines Axel Kicillof y Máximo Kirchner, como también Sergio Massa.Todos llegan a la elección de hoy en su techo histórico de imagen negativa, un fenómeno difícil de compatibilizar con un buen resultado electoral. Y en la oposición, aun en el escenario de que Juntos por el Cambio gane claramente en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta no podrá terminar de consolidar un rol dominante si desde Patricia Bullrich hasta Facundo Manes ya están pensando en el día después para largarse a competir por el 2023. La larga transición de los liderazgos que se inició con la elección de 2019 aún continúa. Hace dos años Cristina volvió a ganar pero debió recurrir a una alquimia electoral; y Mauricio Macri perdió pero se llevó el 40 % de los votos. La transferencia de esa conducción aún atraviesa un sendero de incertidumbre porque no fue totalmente renovada. Esta elección tampoco la terminará de resolver.
La crisis de mayorías va a ser aún más evidente en el nuevo Congreso, en el cual ni el oficialismo ni la oposición tendrán número para imponer iniciativas sin recurrir a acuerdos. Es un panorama que con variantes se repite desde que se terminó la “escribanía” que acompañó a la Cristina del 54 %. Macri se quejó amargamente durante sus cuatro años de gestión de lo mucho que le costaba avanzar con sus proyectos. Alberto y Cristina han visto empantanarse iniciativas clave en los últimos dos años. El Congreso puede volver a quedar paralizado si no se activa una dinámica virtuosa de consensos. Hay una incapacidad dirigencial para encontrar alternativas funcionales que no sean el sometimiento legislativo por parte de un Ejecutivo dominante.
Y la crisis de representación, quizás la más profunda, volverá a quedar reflejada hoy en el sentido más profundo de la mayoría de los votantes que no integran el núcleo duro de las dos coaliciones principales. En las PASO primó un voto castigo al oficialismo: en 18 provincias el Frente de Todos retrocedió al menos 10 puntos desde las primarias de 2019. Pero también hubo un voto instrumental hacia la oposición, que, si bien ganó en distritos claves, solo en la provincia de Buenos Aires resignó casi medio millón de apoyos en dos años. Es la expresión de una sociedad insatisfecha con la dirigencia política en su conjunto, que no se siente genuinamente representada en un momento histórico que funde una década de estancamiento económico con todos los efectos de la pandemia. No es un dato excluyente de la Argentina: un estudio reciente del Pew Research Institute sobre 17 países desarrollados, que incluye desde Estados Unidos y Canadá hasta Alemania y Francia, un 56% de los consultados plantearon que es necesaria una “significativa reforma política” y un 51% cambios económicos estructurales. Sin embargo, en la Argentina esa demanda está amplificada por la acumulación de problemas irresueltos.
El laberinto del peronismo
Más allá del análisis estructural de las fragilidades del sistema político, el dato más novedoso es el debilitamiento del peronismo como administrador de las crisis, la doctrina inmutable de que el movimiento unido es invencible. El politólogo Mario Riorda plantea que “el peronismo perdió su condición estructurante del sistema, perdió su razón de ser que es actuar como garante de gobernabilidad”, y por eso pronostica “un tribalismo interno en el PJ”. Sería una prueba más de su cambio de fisonomía, de su carácter original movimientista con un liderazgo fuerte, a la actual configuración de un frente, que supone una acumulación de partes segmentadas.
Un dato relevado por la consultora Zuban Córdoba y Asociados muestra que el 60,5 % dijo estar “muy en desacuerdo” con el planteo de que “a pesar de todo el peronismo es el mejor partido para salir de esta crisis” (también un escaso 38,1 % dijo estar “totalmente de acuerdo” con que JxC debería tener una nueva oportunidad de gobernar). El académico Alejandro Katz profundiza en este punto al plantear que “históricamente el voto peronista es un voto de pertenencia y no de preferencia, y ese carácter se perdió en las PASO”, lo cual quedó de manifiesto en el fuerte retroceso electoral en sectores sociales que por tradición eran afines. Y avanza en una explicación profunda: “Los gobiernos han sido incapaces de producir prosperidad, y en cambio generaron pobreza y desigualdad. Y la política pensó que esa situación estructural era natural, que la gente aceptaba vivir en la pobreza si estaban los dispositivos para gestionarla. Pero ahora quedó en evidencia que no acepta esa condición y que hay una incapacidad de la política para decirles que tienen una salida, para ser portadores de esperanza. Se agotaron los recursos materiales y retóricos para hacer creer que esto no es transitorio. El horizonte de expectativas ha colapsado. Y esto explica el desapego del voto peronista”. El sociólogo Eduardo Fidanza comparte el diagnóstico al decir que “la gente está sufriendo sin encontrar un sentido al sufrimiento, se da cuenta de que no hay respuestas mágicas esta vez, y eso hace que se quiebre el paradigma del Estado salvador que se creó a partir del 2001″. Incluso el plan “platita” luce como un esfuerzo compensador que no interpreta la profundidad de la demanda social, no solo porque la inflación erosiona sus alcances, sino porque opera sobre una lógica que incluso los sectores medios-bajos y bajos ya no comparten.
Este panorama pos-PASO dejó al Frente de Todos en un estado del que no se pudo recuperar. El interregno de dos meses fue desesperantemente tortuoso para el oficialismo. El Gobierno quedó paralizado y los candidatos solo querían concluir la campaña. El acto de cierre en Merlo fue un compendio de gestualidades que expusieron todas esas dificultades. Cristina fue para demostrar que no se borraba, pero no habló y desplegó una notable variedad de amagues y contorneos para evitar saludos incómodos. Alberto terminó a los gritos frente a un auditorio que clamaba por su vice. Victoria Tolosa Paz esta vez pudo acceder al micrófono pero parecía apurada por terminar un suplicio. Máximo Kirchner ni subió al escenario y La Cámpora no se mostró con sus banderas. “Se notó todo lo que pasa adentro. Después de la crisis post PASO fue muy difícil sentarse todos juntos y mirarse a los ojos. La mesa de La Plata se desarmó y la de los viernes en Olivos no está más. Todo eso se rompió y fue reemplazado por un estado deliberativo en el que nadie decide”. La voz de una de las personas más cercanas al Presidente es un relato viviente de la descomposición.
Sin embargo nada fue más llamativo que la ausencia de Juan Manzur, uno de los organizadores de ese acto, que incluso había llamado a Máximo para coordinar el cambio de día cuando se enteró por las redes, como todo el Gobierno, de la operación de Cristina. Sorpresivamente el jefe de Gabinete se fue a Tucumán a cerrar la campaña local. Después se embarcó en un furioso raid de 17 horas por cinco provincias del norte con Juan Zabaleta, para hacer contención con los gobernadores y fidelizarlos por si el kirchnerismo vuelve a embestir.
Su partida se produjo después de una discusión con Alberto Fernández, una evidencia de que la relación se complicó severamente. Manzur, entre otros motivos, está disgustado con que le hayan erosionado su rol de comunicador oficial, algo que había acordado con el Presidente. La designación de Gabriela Cerruti (una vocera que además cuenta con dos voceras, que vendrían a ser las voceras de la vocera) fue para él un gesto que nunca digirió. Del otro lado, Alberto está enojado porque interpretó que el tucumano estaba utilizando el cargo para su propia construcción. De hecho el funcionario llegó a comentar en tono jocoso en una reunión privada la hipótesis de que él tuviera que quedarse a cargo de la gestión por una crisis que derive en una Asamblea Legislativa.
Los ministros albertistas también están desencantados con Manzur, después de su inicio prometedor. La tensión más visible por la relación con los gobernadores es con Wado de Pedro (a quien Máximo alienta para instalarlo como una alternativa post Axel). “Manzur dejó de convocar a la reunión de gabinete, ya no baja lineamientos, perdió centralidad”, menciona un funcionario que vio la mutación desde adentro. Por eso algunos especulan con un posible regreso a Tucumán si el resultado de hoy es más negativo que el de las PASO.
El enigma Cristina
Aún en su declive, Cristina mantiene el protagonismo con su silencio incierto. Se ha vuelto más difícil auscultar sus pensamientos porque se comunica cada vez con menos gente. Pero un recorrido por su entorno parece marcar una coincidencia en que esta vez no reaccionará con la virulencia que exhibió tras las PASO y que adoptará una postura de repliegue para dejarle todo el protagonismo al Presidente (aunque los ministros albertistas están parapetdos a la espera de una nueva embestida). “No veo quilombo, aprendimos todos”, dijo una fuente de La Cámpora. “Cristina lo va a dejar hacer a Alberto con el mensaje: ‘Hacé lo que a vos te parezca´. Lo que ella tenía que hacer, ya lo hizo. Si no alcanza, será por él”, remarca otro operador del kirchnerismo. Fidanza habla de una “impotencia estratégica”, según la cual no es que no quiera radicalizarse sino que ya no puede ordenar las variables porque “está cercada por la realidad económica, por el peronismo, los gremios”.
Pero hay un problema central. En el kirchnerismo asumen que Alberto hará ajustes inmediatamente después de la elección, que deberían incluir cambios en el gabinete y señales claras de reinicio de gestión. Al lado del Presidente, en cambio, son más cautos. “No hay urgencia ni cambios drásticos. No habrá un lunes loco. Quedan dos años por delante y vamos a ir haciendo los retoques que sean necesarios”. Solo admiten que se prepara un discurso presidencial con anuncios, probablemente para mañana. Allí haría la convocatoria a un acuerdo general, con un contenido que el fin de semana delineaban en Olivos. Persiste en el Gobierno una resistencia a exponer un plan de medidas por escrito, una expresión de sus debilidades y sus internas. Lo que no está impreso permite interpretaciones; cuando está expuesto en letras, implica un compromiso.
Pero una mirada un poco más integral del escenario que podría presentarse a partir de hoy marca que el repliegue de Cristina sería táctico y ocasional, y que solo evitaría una colisión inmediata. En todo caso la postergaría. Ella transmitió en los últimos días la idea de que no entorpecerá las decisiones de Alberto, pero también de que no acompañará ningún ajuste o decisión impopular.Una suerte de vicepresidencia en disidencia. “Cristina tiene que elegir entre conservar su 25 % de apoyo fiel o la unidad del frente. Y tengo la impresión de que está más inclinada a conservar su capital simbólico porque siente que la gestión de Alberto lo está poniendo en riesgo”, reconstruye un interlocutor directo de la dama implacable. Inevitablemente este escenario terminaría en una confrontación porque implicaría, por ejemplo, dejar hacer el acuerdo con el FMI pero vetar las medidas que deriven de él. Y no es una hipótesis improbable porque el panorama de la renegociación de la deuda se complicó. Martín Guzmán se encontró con una posición muy dura en Roma de parte de los funcionarios del Fondo, quienes no solo le plantearon la necesidad de una devaluación de entre el 15 y el 20 % y de una actualización de las tarifas, sino que también le hablaron de ajustes en el esquema previsional. Eso nunca pasaría el filtro K.
En la inmensidad del desafío por venir Alberto Fernández enfrenta la oportunidad de una regeneración. Se lo han hecho saber sus aliados. Los gobernadores, los gremialistas y los movimientos sociales lo instaron a que asuma un liderazgo más decidido. Sus ministros más cercanos ya ven improbable una reacción y pasaron a desconfiar de su voluntad reformista. Un íntimo del presidente relata que “todos le dijeron más o menos lo mismo: ´queremos un jefe, así no podemos seguir, no vamos a soportar más la prepotencia camporista. ¿Qué vas a hacer?´. Alberto los escucha y no emite opinión”.
Como Cristina, él también recurre a silencios sugestivos. Pero desde esta noche, Alberto Fernández tendrá su última oportunidad para interpretar el difícil escenario que se le plantea y elaborar una respuesta acertada. Lo va a apremiar la situación económica, que llegó sin aire a las urnas, y lo va a condicionar un mapa político muy adverso. Esta vez no alcanza con zigzagueos y dilaciones. Está frente al punto de inflexión de su Presidencia.