26 junio, 2022
Así lo confirma el estudio sobre salud mental más completo que se haya hecho desde principios de siglo, publicado hace pocos días por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En ese documento se revela que los trastornos mentales aumentaron un 25 por ciento a nivel mundial durante el primer año de la pandemia, y especialmente, la ansiedad y la depresión.
Pero los problemas de la humanidad contemporánea en este terreno no surgieron con el covid-19, coinciden en subrayar dos especialistas en este campo consultados por EL TIEMPO, para quienes lo que hizo la pandemia fue sacar de las sombras una crisis de salud pública que hace años viene creciendo.
En opinión del presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría, el doctor Afzal Javed, hoy al menos una cuarta parte de la humanidad tiene un problema de salud mental en algún grado.
De acuerdo con el informe de la OMS, antes de la pandemia ya había 970 millones de personas que padecían algún trastorno mental, siendo las mujeres (52,4 por ciento) más afectadas que los hombres (47,6 por ciento). Para la autoridad sanitaria internacional, lo anterior se explica, en buena parte, por la mayor precariedad social y económica a las que ellas están expuestas en la mayoría de los países.
La ansiedad y depresión afecta ´por igual a ambos sexos y tampoco distingue franjas de edades ni condición socioeconómica
Estas enfermedades varían según el sexo y la edad, pero la OMS deja claro que tanto en ellas como en ellos los trastornos de ansiedad y depresivos son los más comunes, seguidos del trastorno idiopático del desarrollo, así como el déficit de atención o la hiperactividad.
El estudio evidencia que los trastornos de ansiedad son más recurrentes a una edad temprana que los trastornos depresivos, porque se presentan antes de los diez años de edad. En contraste, los segundos son más habituales durante la adultez, siendo el más frecuente de todos los trastornos mentales de este grupo etario, especialmente, en personas de entre los 50 y los 69 años.
Las cifras indican que 301 millones de personas sufrían trastornos de ansiedad en 2019 (antes de la pandemia) y 280 millones sufrían trastornos depresivos. Para 2020, estos números aumentaron significativamente como resultado de la pandemia de covid-19.
Así, en 2020 se estimaba que en el mundo se presentaban casi 2.500 casos de trastorno depresivo mayor por cada cien mil habitantes y 3.825 casos de trastorno de ansiedad por cada cien mil, pero luego de la emergencia a todo nivel que dejó el covid-19, estos números se incrementaron en un 26 por ciento en cuestión de depresión y un 28 por ciento en el caso de los trastornos de ansiedad, en solo un año.
Un estudio de la Organización Panamericana de la Salud realizado en 2018 y publicado en 2019 ya mostraba que el 59 por ciento de la carga de enfermedad de la población correspondía a enfermedades no transmisibles, entre las que se encuentran los trastornos mentales, neurológicos y el abuso de sustancias.
Para Rodrigo Córdoba, psiquiatra y expresidente de la Asociación Latinoamericana de Psiquiatría, esto “demuestra que este panorama estaba ya a la orden del día antes de la contingencia sanitaria global, y sin desconocer que en el último trienio se han incrementado la demanda de los servicios de atención en salud mental tanto en niños y jóvenes como en adultos, está claro que la próxima pandemia será la de la salud mental”.
En cualquier momento, un conjunto de diversos factores individuales, familiares, comunitarios y estructurales pueden combinarse para proteger o socavar la salud mental de las personas.
Al respecto, Córdoba, en su condición de especialista, explica que: “entender la enfermedad mental todavía nos obliga a tener más preguntas que respuestas, pero podríamos decir que hay una carga biológica básica, hay una carga genética que es el sello que traen las personas y que favorecen o se convierten en un factor de riesgo, que son los endofenotipos”. Y, por otra parte, dice el experto, se encuentran “los determinantes psico-sociales” que, sumados a aquellos que se traen de atrás (los biológicos), interactúan con el entorno y pueden causar un trastorno mental.
“No hay una vacuna, una actividad o una fórmula específica con la que se pueda decir ‘con esto no le da depresión’ (…), lo que sí se ha visto es que las condiciones de vida saludable, entre los que se encuentran la buena alimentación y el ejercicio físico regular, así como menos tensión terminan siendo factores protectores”.
Es innegable que el miedo, la pérdida de seres queridos y de por sí los cambios drásticos en las rutinas diarias producto de los aislamientos por el covid-19 durante los últimos años exacerbaron los problemas de salud mental. Como expone Sandra Herrera, psicóloga clínica, la pandemia trajo consigo factores de riesgo adicionales, como no saber afrontar los cambios abruptos en la rutina, el encierro, la sensación de restricción de la libertad, los cambios en la alimentación, la falta de ejercicio y las dificultades en la comunicación, la exposición a estrés exagerado en el trabajo, así como no tener contacto social: una combinación que tuvo gran influencia en la salud mental de toda la población mundial.
Las enfermedades mentales generan estigma porque el ser humano, de hecho o por hecho, cree que la salud mental debe estar siempre bien.
El miedo a ser juzgado o la condición muchas veces vergonzante de admitir síntomas de trastornos mentales o acudir con un profesional de la salud es uno de los principales obstáculos a los que se enfrentan tanto médicos como pacientes, en razón a que, por un lado, compromete la funcionalidad de los afectados y, por otro, dificultan la atención y diagnóstico temprano.
Al respecto, Córdoba menciona que “el estigma hacia los trastornos mentales puede tener origen en un dilema que se plantearon los filósofos entre la mente y el cuerpo: lo del cuerpo está asociado a situaciones fácticas, mientras lo mental terminó siendo asociado a la voluntad, a la capacidad de las personas de controlarse. Y en realidad hoy en día se ha visto que la mente es una función del cerebro y que puede existir un trastorno biológico de base”. Y por ello es enfático al decir que: “ir al psiquiatra es como ir a cualquier otra consulta médica”.
“Las enfermedades mentales generan estigma porque el ser humano, de hecho o por hecho, se cree que la salud mental debe estar siempre bien y que las personas que son vulnerables a quebrantamientos en la salud mental son personas ‘débiles’ que ya no van a ser tan ‘efectivas’ en la sociedad”, concluye la psicóloga Herrera, quien además expone que ante síntomas como la falta de sueño, sentir miedo, hiperventilar, adormecimiento de las manos, sudoración, cambios abruptos del estado de ánimo y la renuncia a las actividades cotidianas repentinamente, la mejor opción es acudir con el personal de salud capacitado.
Ambos expertos coinciden en que para atajar el problema del estigma se tiene que comprometer a toda la sociedad civil en la tarea de desmitificar la enfermedad mental.
Por eso, si algo bueno trajo el covid-19, es que de alguna forma sacó del clóset estas patologías: más gente se atrevió a manifestar que se sentía triste, sola o deprimida, y buscó ayuda. Porque socialmente se entendía y aceptaba que la pandemia había puesto a mucha gente en situaciones extremas.
La clave está, opinan los expertos consultados, en que luego de la pandemia por el covid-19 el tema no vuelva al clóset, es decir, que no se olvide que hay un alto porcentaje de personas que padecen enfermedades mentales y que no piden o no reciben ayuda. Y dado que la cifra de ‘involucrados’ crece año a año, no es para nada descartable que esta crisis de salud, a todas luces grave, llegue a ser la próxima ‘gran pandemia de la humanidad’, como advierte Córdoba.