Por Guilherme Magalhães*
En abril, poco antes de alcanzar los 100 días de gobierno y tras sacudir el comercio global con aranceles, el presidente Donald Trump exigió a los países elegir entre Estados Unidos y China. El mandatario brasileño Luiz Inácio Lula da Silva respondió días después, con el chileno Gabriel Boric a su lado: “No quiero tener que elegir entre Estados Unidos y China. Quiero tener relaciones con ambos”.
Lula, Boric y el presidente de Colombia, Gustavo Petro, podrían haberle dado a Trump una pista de su elección la semana pasada, al posar sonrientes junto al líder chino Xi Jinping en Pekín. Los tres fueron los únicos jefes de Estado presentes en la 4ª Cumbre China-Celac, que reunió a diplomáticos y ministros de los 33 países que conforman la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
Petro tiene la situación más delicada. Tras años de indefinición, firmó finalmente el 13 de mayo un memorando de entendimiento que marca el ingreso de Colombia a la iniciativa de la Franja y la Ruta, también conocida como la Nueva Ruta de la Seda, el megaproyecto chino de inversión en infraestructura. A diferencia de la mayoría de sus vecinos sudamericanos, sin embargo, el principal socio comercial de Colombia sigue siendo Estados Unidos, y Washington no tardó en reaccionar.
Petro celebró lo que llamó la apertura de China hacia Colombia, pero Pekín excluyó a los colombianos al anunciar las nacionalidades que quedarían eximidas de visado para ciudadanos sudamericanos que visiten hasta por 30 días el territorio chino.
No sería el único revés del colombiano. Tras el anuncio del ingreso de Colombia a la Franja y la Ruta, la Oficina para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado publicó en su cuenta de X: “Estados Unidos se opondrá enérgicamente a proyectos recientes y futuros desembolsos por parte del BID y otras instituciones financieras internacionales para empresas estatales o controladas por el Gobierno chino en Colombia (así como en otros países de la región donde la iniciativa tenga proyectos)”. Para los estadounidenses, “estos proyectos ponen en peligro la seguridad de la región”.
Cabe señalar que actualmente un consorcio de dos empresas chinas construye la primera línea del metro de Bogotá, una obra financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento y el Banco Europeo de Inversiones.
Los movimientos de Petro ya estaban bajo la atenta mirada de la Casa Blanca. Días antes, el enviado de Trump para América Latina, Mauricio Claver-Carone, declaró: “El acercamiento del presidente Petro con China es una gran oportunidad para las rosas de Ecuador y el café de Centroamérica”.
Durante su visita a China, Petro también formalizó la solicitud de ingreso de Colombia como socio del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), conocido como el banco de los BRICS. En Shanghái, el colombiano se reunió con la presidenta del banco, Dilma Rousseff, exmandataria de Brasil. La entrada al NDB permitiría a Colombia acceder a préstamos con tasas reducidas para proyectos de infraestructura, energía renovable y salud, como una alternativa al FMI y al Banco Mundial.
Un problema para Washington, una solución para Pekín
Deportaciones de migrantes, aranceles, recortes drásticos que han vaciado de facto en América Latina la Usaid (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional). Las decisiones recientes del gobierno Trump refuerzan un contraste que se viene gestando hace años: mientras Washington parece ofrecer una política de “solo garrote y cero zanahoria”, Pekín presenta la Iniciativa de la Franja y la Ruta con miles de millones de dólares en asociaciones, créditos e inversiones.
Parsifal D’Sola, fundador y director ejecutivo de la Fundación Andrés Bello – Centro de Investigación Sino-Latinoamericano, explica ese contraste: “Un problema que siempre ha estado presente, no solamente con Trump, es que cuando se le habla a Latinoamérica desde Washington, se habla desde el ángulo de algún problema: migración, drogas, corrupción. Nunca hay propuestas. (En cambio) el lenguaje que utiliza China hacia todos los países es siempre proactivo, a favor del desarrollo”, afirma.
Justamente, en la cumbre de la semana pasada, Xi Jinping anunció cinco programas de cooperación con América Latina para los próximos tres años, incluyendo una línea de crédito de 9.000 millones de dólares y proyectos en comercio, infraestructura e inteligencia artificial.
Pero la política de Estados Unidos tiene una tendencia contraria. Solo en el año fiscal 2023, Washington destinó a América Latina 3.700 millones de dólares, de los cuales la Usaid distribuyó 1.900 millones, mientras el Departamento de Estado se encargó del resto. Sin embargo, esta ayuda parece tener los días contados. Elon Musk, uno de los principales asesores de Trump y jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), suele afirmar que “es hora de que muera la Usaid” y dice tener la aprobación del presidente para cerrarla. Hasta ahora no ha ocurrido, pero la agencia está bajo la dirección interina del secretario de Estado, Marco Rubio.
“En ayuda para el desarrollo, ningún país superaba a Estados Unidos. Toda la ayuda financiera se proveía para buena parte de los países de la región a través de Usaid. Ningún país, mucho menos China, aportaba algo cercano a lo que hacía Estados Unidos. Entonces ahí sí hay un cambio sustancial de hace apenas dos meses para acá en materia diplomática”, afirma D’Sola. Sobre la orientación futura de Washington, es pesimista: “No es que se va a mantener igual, va a empeorar, por lo menos durante este gobierno Trump”.
Al amenazar con aranceles a los países que se alineen con China y retroceder al día siguiente, Trump demostró que en este segundo mandato es aún más imprevisible. El investigador Pablo Ibañez, del Centro de Altos Estudios de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro y exinvestigador visitante en la Universidad de Fudan (China), cree que los chinos han sido mucho menos ruidosos que los estadounidenses, lo que ha sido clave para construir relaciones sólidas y duraderas. “Mientras Estados Unidos siembra miedo y desesperación con sanciones, China entrega obras e inversiones”.
Una muestra de este contraste puede verse en una reciente encuesta encargada por The Economist, realizada entre abril y mayo. En los cuatro países encuestados (Argentina, Brasil, Colombia y Venezuela), la mayoría de los entrevistados opinó que China respeta más a los países latinoamericanos que Estados Unidos.
Y de hecho, la presencia china en América Latina no para de crecer tanto en comercio como en inversiones o préstamos. El intercambio entre China y la región pasó de 12.000 millones de dólares en 2000 a 450.000 millones en 2022. Se estima que superará los 700.000 millones en 2035. Desde 2000, China ya ha invertido más de 168.000 millones en la región, aunque sigue detrás de Estados Unidos. y la Unión Europea.
Un hito de este crecimiento fue la inauguración en noviembre de 2024 del megapuerto de Chancay, en Perú. Liderado por la estatal china Cosco Shipping, el proyecto recibió 3.400 millones de dólares para crear el mayor puerto comercial de América del Sur —y, por supuesto, un punto clave de entrada de mercancías chinas y salida de litio, cobre y soja, los principales productos que China importa de la región—.
Los chinos también se han mostrado disponibles para hacer préstamos en condiciones más favorables que las ofrecidas por instituciones vinculadas a Estados Unidos, como el FMI. Desde 2005, Pekín ha prestado unos 111.000 millones de dólares a potencias locales como Argentina y a Brasil, pero también a Ecuador y Venezuela, los más dependientes. En 2022, Quito renegoció una deuda de 4.400 millones, mientras que se estima que el régimen de Nicolás Maduro aún debe 10.000 millones de dólares a China.
Incluso un ferviente aliado de Trump, como el presidente argentino Javier Milei, sabe que no puede cerrar completamente las puertas a China. En noviembre, Milei dijo a The Economist que “el bienestar de los argentinos requiere que profundice nuestras relaciones comerciales con China”. Es cierto que evitó viajar a Pekín la semana pasada para no aparecer en la foto con líderes de izquierda. Pero también es cierto que en abril, pese a críticas de Washington, Argentina renovó un acuerdo cambiario por 5.000 millones de dólares con China.
Diplomacia ausente
La diplomacia —o su ausencia— también ilustra cómo Washington se ha ido desentendiendo de América Latina. Actualmente, diez países de la región (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras, Paraguay y Perú) no tienen embajador estadounidense en propiedad. Esto se debe tanto al cambio de gobierno—pues Trump revocó designaciones consideradas cercanas a su antecesor Joe Biden— como al estancamiento institucional que paraliza las confirmaciones en el Senado.
Ni siquiera el hecho de que el secretario de Estado tenga raíces latinoamericanas —sus padres emigraron de Cuba a Florida en los años cincuenta— ha acercado a ese país a la región. “Rubio conoce bien el panorama de China en América Latina, por sus años en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Si tuviera las herramientas de un gobierno mínimamente competente, quizá podría avanzar. Pero hoy no existe política exterior en Estados Unidos.; todo lo decide Trump”, afirma Igor Patrick, máster en Estudios Chinos de la Universidad de Pekín y en Asuntos Globales de la Universidad Tsinghua (China), y periodista radicado en Washington.
Irónicamente, una agencia creada en Washington en 2019 podría haber contrarrestado la influencia china: la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional (DFC, por sus siglas en inglés). Pero su diseño limita su impacto. “Solo pueden prestar montos significativos a países considerados pobres por el Banco Mundial, y casi todos los países de América Latina son clasificados como de renta media o media-alta. En la práctica, eso limita su capacidad para contener a China”, explica Patrick.
El analista también destaca la diferencia de enfoque entre chinos y estadounidenses: “Cuando los líderes latinoamericanos vienen a Estados Unidos en busca de asociaciones estratégicas, regresan con un sermón sobre el estado de derecho y la democracia. En cambio, Pekín no impone restricciones políticas ni sobre la forma de gobernar. Eso, por supuesto, tiene un costo —la validación de dictaduras como Venezuela y Nicaragua—, pero es una percepción clara”.
En este sentido, la adhesión de Colombia a la Franja y la Ruta es aún más simbólica. “Colombia es, con diferencia, el principal socio de Estados Unidos en América del Sur, especialmente en términos diplomáticos, políticos y militares. Su ingreso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta simboliza de forma clara la pérdida de prestigio de ese país”, concluye Patrick.
Pero los problemas de la región no tienen que ver solamente con las influencias extranjeras. La falta de integración regional y la ausencia de iniciativa propia también los complican, según el analista Parsifal D’Sola: “Yo siempre comento que Latinoamérica y el Caribe no existen, es simplemente un título que se le asigna a una región porque compartimos historia, cultura, aspiraciones de integración, pero eso siempre ha sido el talón de Aquiles de la cuestión. Quien lidera esto es China, no son los países, no es la Celac como institución, no son los países de la Celac, ni siquiera Brasil, tomándolo como el principal actor de Latinoamérica”. Y por el otro lado, las amenazas de Trump siguen enrareciendo el ambiente de una región que, cada vez más, siente que se encuentra entre dos fieras igualmente peligrosas: el águila norteamericana y el dragón chino.