16 octubre, 2022
En charla con las autoras Claudia Piñeiro, Margarita García Robayo, María Negroni y Violeta Gorodischer analizaron la maternidad de sus propias obras.
En «El tiempo de las moscas», Claudia Piñeiro retoma a Inés, la protagonista de «Tuya», la mujer que asesina a la amante de su marido y que 15 años después sale de cárcel para confrontar con una sociedad distinta y logra problematizar temas como los femicidios, la muerte y la maternidad. Inés encarna una manera distinta de ser madre, tal vez el derecho mismo a no ejercer el rol y ese entramado se complejiza en la yuxtaposición de otro personaje, el marido de su hija, quien elige convertirse en padre de una niña que no es su hija biológica.
«Hay varias cuestiones en la novela que tienen que ver con no aceptar los mandatos biológicos y con poner en tela de juicio los lazos de todo tipo, hasta la eutanasia, porque la duración de una vida también responde a un mandato biológico. Y también la maternidad como un mandato del que no podés escaparte», contó Piñeiro hace pocos días, durante una entrevista con Télam. Según la autora, son temas que producen cierta incomodidad y ponen en cuestión la perspectiva biologicista que tanto pesa cuando de maternar se trata: «Nos sentimos incómodos a veces en la maternidad o en la paternidad y nos sentimos incómodos también si no tenemos un hijo y buscamos maneras cada vez más diversas de poder ser padres y ser madres, nos sentimos a veces incómodos con el género que nos dijeron al nacer. Todas esas cosas que fueron determinadas por la biología hoy están en controversia. La biología te pone unos rótulos y después la institución familiar te pone otros y parece que si no los cumplís estás fallada».
En vez de emprender contra el biologicismo que marca Piñeiro, la víctima de Margarita García Robayo en «La encomienda» es la «falacia del parentesco». «Ese lazo invisible que a veces parece un invento, a veces un abrazo tibio, a veces una camisa de fuerza», lo describe y hace que, de alguna manera el personaje principal de su quinta novela sea «lo no dicho» sobre esos vínculos.
«Cinco mil trescientos kilómetros es la distancia que me separa de mi familia. Mi familia es mi hermana. Y mi madre, pero yo no tengo ninguna relación con mi madre. Me parece que mi hermana tampoco. Hace años que casi no me habla de ella, aunque supongo que se sigue ocupando de sus cosas. A veces me da curiosidad saber qué fue de la casa en la que vivimos de niñas, pero no pregunto porque la respuesta puede venir con información que prefiero no tener», empieza la novela y, en esas pocas líneas, ya plantea los «términos de intercambio» que mantiene con ellas: silencio con su madre y con su hermana, encomiendas, paquetes que incluyen comida, dibujos de sus sobrinos y de vez en cuando una sorpresa como una vieja fotografía.
«Mi teoría supone que la conciencia del vínculo basta para convencer a las personas de que el parentesco es un recurso inagotable; que alcanza para todo: unir destinos enfrentados, torcer voluntades, combatir deseos de rebelión, transformar mentiras en memorias y viceversa; o bien, sostener una conversación anodina. Pero no alcanza, al contrario», plantea la narradora en el texto sobre la posibilidad de que en verdad el vínculo de parentesco esté «sobrevaluado».
La ensayista, escritora, docente y traductora María Negroni hizo de «El corazón del daño» un libro que escapa a los géneros en el que la narradora dice que su madre «siempre fue la dueña del lenguaje» y asegura que «la literatura es una forma elegante del rencor», a la vez que resignifica, discute y dialoga con el universo de esa madre. En mayo, durante una mesa en la Feria del Libro en la que se discutió sobre maternidades y paternidades, la autora contó en qué medida su madre también marcó el estilo su escritura sin proponérselo de forma explícita, algo de lo que se percató mucho después de haber terminado «El corazón del daño». «Me crié con una sensación de que había poco aire en la poesía. El asma de mi madre. Decir lo más posible con la menor cantidad de palabras. Quise expandir, abrir, irme a la frase larga. Pero a veces leo algún fragmento y las frases son de condensación, casi como hachazos donde no hay mucho relato. A pesar de que estaba en la intención», planteó.
Así como en los estantes de ficción de las librerías aparecieron en los últimos meses títulos que abordan la maternidad desde perspectivas menos transitadas, desde la no ficción -con un enfoque sociológico o periodístico- también hay lugar para contar de qué van los nuevos formatos de crianza o los cambios en el vínculo más primigenio.
Todas las semanas, la periodista y licenciada en letras Natalí Schejtman escribe una de las entregas del newsletter «Un trabajo extraordinario: historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina» un texto de exploración dentro de la plataforma de ElDiarioAr sobre las distintas formas de «mapaternar» hoy. La subrogación de vientre, la forma recurrente (y a veces peligrosa) en la que las madres usan google para saldar la incertidumbre de una fiebre, la demora en el habla o las proporciones de una mamadera, o cómo es la maternidad monoparental en el Barrio 31, son algunos de los temas que aborda todas las semanas, con un tono cercano a la crónica pero sin despegarse de los datos y las estadísticas a las que llega gracias a la investigación de cada uno de los temas.
Entre el ensayo, la investigación periodística y la crónica, «Desmadres», de Violeta Gorodischer, juega con la expresión del título para, entre lo individual y lo colectivo, contar cómo es maternar en la Argentina del siglo XXI entre el amor, el cansancio, la presión social y la culpa por no cumplir con ciertos (nuevos) ideales. En esa búsqueda y guiada por preguntas, consigue iluminar nuevas perspectivas para, de esa forma, hacerle justicia a las ambivalencias de la maternidad.