2 agosto, 2021
La Conferencia Episcopal Argentina debe renovar autoridades. Con hermetismo, se baraja un recambio en la primera línea y la inclusión de algunos alfiles del Papa.
Probablemente en noviembre no solo haya ganadores y perdedores en la arena política, a raíz de las elecciones legislativas generales que pondrán a prueba el apoyo social a la gestión del presidente Alberto Fernández y su vice, Cristina Kirchner. También la Iglesia católica «acude a las urnas» para definir un nuevo liderazgo apañado, a lo lejos, por la figura del Papa Francisco.
La Conferencia Episcopal Argentina (CEA), el órgano colegiado de conducción de la grey católica en el país, debe renovar necesariamente su máximo cuerpo, la comisión ejecutiva, que hoy preside el obispo de San Isidro, monseñor Oscar Ojea.
El «gabinete» al mando de Ojea, que se completa con el vicepresidente primero, el arzobispo de Buenos Aires y cardenal Mario Poli; el vice segundo, el arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, y el secretario ejecutivo, Carlos Malfa (de la diócesis de Chascomús), va para un año de gestión sin mandato, tras haberse vencido en noviembre pasado el período de tres años para el que fue elegido.
Con cerca de un centenar de obispos, la mayoría de ellos mayores de 60 años, la CEA no ha podido sesionar en su versión plenaria desde la irrupción del coronavirus y, al momento, la Santa Sede no ha autorizado la celebración de asambleas electivas en forma virtual. La realización del acto eleccionario, siempre en el marco de una asamblea plenaria que se extiende por cinco días en una casa de retiros del partido de Pilar, está atada a las condiciones epidemiológicas.
La cúpula episcopal tiene dos miembros que pueden renovar funciones, y otros dos que no. El sanisidrense Ojea podría ser reelecto para un segundo mandato como presidente, pero en octubre cumplirá 75 años y, de acuerdo al derecho canónico, debe poner a disposición del Papa su renuncia a la diócesis que pastorea. Será decisión de Francisco dar continuidad o no a Ojea.
Quien no puede ser reelecto es el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli. Sucesor de Bergoglio en la arquidiócesis primada -lo que le valió el birrete cardenalicio- ha sido por dos períodos vicepresidente primero. Al igual que Ojea, el purpurado cumplirá 75 años (edad de renuncia) en noviembre de 2022, y podría quedar fuera de competencia si Francisco le acepta la renuncia. Si acaso integra la nueva conducción, durará al frente de la curia porteña al menos hasta 2024.
La siguiente ficha que pide reemplazo es el secretario general y obispo de Chascomús, Carlos Humberto Malfa. Su incorporación a la comisión ejecutiva, rompiendo con la tradición de dar ese cargo a un obispo auxiliar -es decir, no titular de una diócesis- hace seis años, buscó darle un mayor poder de fuego al rol del secretario ejecutivo, hacia adentro del cuerpo colegiado y hacia afuera. Malfa ha sido el encargado de llevar la agenda diaria del episcopado, y un adalid en varias causas con impacto social, como fue el debate por la legalización del aborto.
Con este escenario, hay quienes imaginan una continuidad de Ojea, respaldado en buena parte por obispos que, desde otras diócesis del país, han hecho escuela o bien surgido de la diócesis de San Isidro. Otros, sin embargo, ven con creciente influencia a dos personajes que llegaron al orden episcopal por su cercanía al Papa Francisco: son los casos del arzobispo de La Plata y antiguo rector de la UCA, Victor Manuel Fernández, y el arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Scheinig.
Con la pobreza en ascenso, con un drama creciente a partir de la crisis económica y social que acentuó la pandemia, cuesta pensar en que otros obispos con tarea pastoral abocada a los sectores más golpeados no tengan un mayor protagonismo en la etapa que se abre. Allí aparecen antigos colaboradores de Jorge Bergoglio en Buenos Aires: los obispos de Merlo-Moreno, Fernando Maletti; de Laferrere, Jorge Torres Carbonell, y el jesuita de Lomas de Zamora, Jorge Lugones. También es de esperar que los cambios se amolden a la lectura del escenario político que se aclarará pasadas las elecciones. Y que, finalmente, desde Roma llegue una señal para confeccionar una «lista única» de candidatos.