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8 abril, 2021

Irene Vallejo y el salvataje de libros en «El infinito en un junco»

La especialista en filología inició en «El infinito en un junco» un rastreo de la historia de los libros y las bibliotecas. Su obra logró convocar a los bibliófilos y se constituyó en un éxito de ventas durante la pandemia. «Ni en mis fantasías más desenfrenadas soñé algo así», confesó la autora.

Por Eva Marabotto

Los meses de confinamiento, las restricciones a la circulación y la necesidad de los lectores de encontrar espacios donde refugiarse de la angustia que provocó la pandemia transformaron en best seller a «El infinito en un junco», un ensayo de la filóloga española Irene Vallejo sobre la historia de los libros y las bibliotecas que lleva vendidos 200 mil ejemplares y fue traducido a 31 lenguas.

«Ni en mis fantasías más desenfrenadas soñé algo así», dice la autora

Con una fuerte impronta de dos escritores argentinos, Jorge Luis Borges y Alberto Manguel -a los que la autora señala como sus «guías» en este recorrido- el texto que editó Siruela cosechó elogios y el Premio Nacional de Ensayo de España. Vallejo, filóloga y especialista en literatura clásica, relata que su intención en «El infinito…» fue homenajear a los libros y a los lectores desde la antigüedad más remota, y se emociona al constatar que lo ha conseguido.

El texto propone una historia de la literatura antigua pero también de los rituales de lectura y escritura y de los modos particulares que encontraron hombres y mujeres para atesorar sus historias favoritas, desde la memoria oral, en torno del fuego, hasta la inconmensurable Biblioteca de Alejandría, inspirada por Alejandro Magno y forjada por Ptolomeo.

En este recorrido que se centra en la antigüedad pero no se detiene allí ya que anticipa lo que sucederá con la censura y la destrucción de libros durante el nazismo y el bombardeo en la Biblioteca de Sarajevo, la autora cuenta con más de un Virgilio que le sirve de guía. Uno de ellos es el mismísimo Borges, con quien Vallejo, sus lectores y la biblioteca de Alejandría, comparten una vocación: «También Borges estaba hechizado por la idea de abrazar la totalidad de los libros. Su relato ‘La biblioteca de Babel’ nos adentra en una biblioteca prodigiosa, el laberinto completo de todos los sueños y palabras», señala.

 

Salvar los libros, para salvarnos

 

-Periodista: “El infinito en un junco” se plantea como un ensayo bastante particular con características ajenas al género, una especie de “ensayo confesional” con una fuerte impronta autobiográfica. No faltan fuentes ni datos académicos pero hay pasajes que resultan viscerales, ¿fue intencional esa elección?

-Irene Vallejo: Mi intención siempre fue escribir un ensayo híbrido. Yo hasta ahora había publicado ficción: novela y literatura infanto juvenil y quería aproximar el ensayo a los géneros que habitualmente consideramos ficción.

Un escritor español Luis Landero lo llamó “ensayo de aventura” para hablar de una forma que tiene mucha carga narrativa y algunas pinceladas líricas y también ingredientes del libro de viajes. Y está esa parte confesional que trastoca las expectativas de que en un ensayo vas a encontrar una voz aséptica, objetiva, distanciada y que intenta transparentarse. Entonces con todos esos ingredientes yo he tratado de demostrar que el ensayo es un género muy versátil, que admite muchos registros y que permite una exploración que solo acaba de empezar desde el punto de vista literario. Se pueden hacer muchos experimentos aún con el ensayo.

 

A su modo, el texto arma su propia genealogía. Cita otros libros que hablan de lectores y de libros, recupera películas en pos de narrar el rito de leer.

-I.V.:En realidad es un homenaje a la historia de los libros y por eso yo pensaba que tenía que estar poblada o habitada por otros libros, otras voces, otros autores. Era un ingrediente importante ya que esa es una dimensión de la propia lectura. Habitualmente los que somos muy lectores sentimos que unos libros nos conducen a otros y a su vez a otros más.

«En realidad mi libro es un homenaje a la historia de los libros y por eso yo pensaba que tenía que estar poblada o habitada por otros libros y otras voces».

Decía la escritora española Carmen Martín Gaite que los libros son como esos amigos que nos presentan a otros amigos y luego ellos a otros amigos más. Y al final somos parte de una pandilla o un grupo y nos vemos inmersos dentro de una red de relaciones.

Creo que los libros fomentan esa expansión, esa ramificación constante hasta llevarnos al corazón del bosque de las historias. Eso también quería que estuviera allí y que hubiera muchas otras sugerencias y propuestas de lectura para que al acabar “El infinito en un junco» pudiera haber una lista preparada de libros por los que continuar.

 

Los lectores argentinos han encontrado con sorpresa una gran presencia de Jorge Luis Borges, incluso hubo un título posible que era un homenaje a su obra.

-I.V.: Sí. El libro tiene una gran presencia de Borges y de otro argentino: Alberto Manguel por su “Historia de la lectura”. En un apartado que se eliminó del libro también nombraba a Juan José Saer y a Silvina Ocampo.

De hecho el título original era «La misteriosa lealtad», un homenaje a Borges (N.R. es una frase sobre la vigencia de los libros clásicos). Y es muy posible que ese sea el título o quizás «Las misteriosas lealtades» de alguna de las traducciones. Por ejemplo la italiana.

Yo creo que el libro está habitado por Borges y por Alberto Manguel y son un poco mis guías en esta historia. Indudablemente con mis inflexiones propias pero con una enorme sensación de deuda porque han sido ellos los que han configurado en los terrenos de nuestra imaginación en toda esta historia de las bibliotecas, los laberintos, los pasajes a través del tiempo y un poco también los rituales de la lectura. Este libro no existiría sin ellos. Pero toda la literatura argentina está muy presente. Yo creo que cada vez más porque está en contínua renovación y llegan nuevos autores. como Mariana Enriquez y Samantha Schweblin. Estamos constantemente bebiendo de la literatura argentina y a veces siento que la literatura española se ha estancado un poco y han venido de Latinoamérica corrientes renovadoras que nos han traído otras brisas y nos han llevado a abrazar otros experimentos y otras vanguardias. Es emocionante tener esta posibilidad de diálogo y de relación entre literaturas que yo quisiese que fuese más estrecha.

 

¿Cómo se explica el éxito de su ensayo de 600 páginas, que lleva 150 mil ejemplares vendidos y traducciones a las más diversas lenguas en un contexto en el que se impone la brevedad y suele decirse que la gente cada vez lee menos?

-I.V.: Yo fui la primera sorprendida porque nunca imaginé ni en mis fantasías más desenfrenadas que pudiera pasar algo así. Pero, mirándolo retrospectivamente, creo que es un libro que hace familia de todos los lectores, que cuenta una aventura milenaria de la que formamos parte todos los que amamos y protegemos y coleccionamos los libros y llenamos nuestras casas de pilas de libros. Lo que escribí es nuestra historia a lo largo del tiempo.

 

«La de los libros es una aventura trepidante, una aventura de la que nosotros hoy formamos parte y somos el último eslabón».

 

Creo que en general las historias de la literatura se han centrado en la experiencia creativa, en los autores y no han dado tanto protagonismo a la historia de la transmisión: cómo esos libros han atravesado las peripecias del tiempo y las guerras, y los conflictos y los saqueos y las destrucciones y la censura y cómo gracias al amor de los lectores, porque en el fondo se trata de una historia de amor, esos libros han conseguido sobrevivir, o al menos parte de ellos. los más deseados y llegar en un largo viaje de milenios, más allá del mundo que los gestó. Entonces es una aventura trepidante, una aventura de la que nosotros hoy formamos parte y somos el último eslabón.

 

¿Cree que la recepción pudo haber sido diferente en otro contexto? ¿Favorecieron la pandemia y las restricciones a la circulación de las personas que el libro se leyese?

-I.V..En el momento en el que en España se declara el confinamiento mis editores y yo pensamos que se había acabado el trayecto del libro. Y nos dijimos: “Bueno. Ha sido muy hermoso. Una experiencia preciosa. Aquí termina el ciclo y aquí nos despedimos”. Pero, sorprendentemente, sucedió lo contrario, que allí fue cuando el libro se catapultó. Y sí que creo que tuvo mucho que ver con que tuvimos mucho más tiempo. Que había una cierta necesidad de zambullirse en una historia que nos alejase un poco de la situación angustiante del presente y, quizás, por eso, más propensión a elegir un libro grueso y con una promesa de tantas horas de lectura por delante, que en otras circunstancias, quizás no se hubiera producido.

Pero además está esa dimensión de que el libro, en realidad, habla de cómo la literatura, los relatos, los versos, nos ayudan en los momentos de preocupación, de tragedia y de calamidad y nos encontramos en esa misma situación. De alguna manera, la forma en la que la gente se refugió en los libros en esta pandemia demostró lo que “El infinito…” en un quería defender: que al final nosotros salvamos los libros para que los libros nos salven a nosotros.

Si bien se proyecta hacia el futuro en diversos pasajes, la historia que cuenta el ensayo se detiene con la caída del Imperio Romano de Occidente… ¿Habrá una continuación de esta recorrida?

-I.V.: Han quedado muchos terrenos sin abordar. Me da mucha lástima haber dejado afuera toda la aportación del Lejano Oriente, de Japón y de China: el papel, la caligrafía, los tipos que en realidad fueron inventados en China y los desarrolló Gutenberg con la imprenta europea. También faltaron muchos aspectos de los libros en relación con Latinoamérica porque no llegué hasta la época de la conquista y la posterior evolución.

Creo que «El infinito en un junco” es una parte minúscula de un relato universal y elegí este período porque era el comienzo y a mí siempre me ha intrigado mucho siempre el «Erase una vez”. Pero también porque el mundo clásico es mi especialidad como filóloga. Yo tengo que formarme para abordar otros períodos históricos, cosa que me gustaría hacer pero entiendo que formará parte de un proyecto más a largo plazo que exige muchas lecturas y aprendizaje. Pero sí me gustaría hacerlo y también me gustaría que otros especialistas fueran aportando otras teselas al mosaico completo porque esta es solo una pequeña pieza.

 

Precisamente por centrarse en la antigüedad, el ensayo hace una reivindicación de los clásicos. ¿Cuál es la vigencia de La Ilíada, la Odisea o los versos de Catulo o Safo para lectores que leen en dispositivos electrónicos?

-I.V.. Yo estoy convencida de que los clásicos están vigentes. He leído que durante la pandemia uno de los libros más demandados fueron las Meditaciones de Marco Aurelio. La gente volvió a buscar otra vez las certezas que nos dan los clásicos, frente las modas y a lo pasajero y a esta velocidad con la que todo cambia y muda y muta. Yo creo que los clásicos habría que verlos como grandes conversadores, como interlocutores que nos ayudan a entendernos mejor a nosotros mismos y eso también intenta evitar esa imagen idealizadora de la antigüedad. como en un pedestal y a la distancia. Yo intento humanizarlos y tabién hago criticas y digo no fue una epoca envidiable puesto que habia en Grecia y en Roma esclavitud, la situacion de las mujeres no era buena y existía una gran misoginia y muchos otros aspectos de ese mundo que nosotros no queremos imitar. Sin embargo, ellos pusieron los cimientos de nuestra forma de pensar la política, el arte, la humaidad, los conflictos las pasiones y es muy interesante confrontarnos con esos textos y, a veces, en las diferencias y otras en los paralelismos, encontrar las huellas del camino, de la ruta por las que hemos llegado a ser quienes somos.

*AT