Después de dos años, Valentín Ramos Paredes cogió su lampa (pala) y regó uno de sus andenes (parcelas de cultivo en forma de escalera), para sembrar maíz. Aunque sabe que, posiblemente, su sembrío no crecerá, debe hacerlo para tener algo que comer en los próximos meses. “Estos días hemos visto que el agua ha aclarado algo y estoy arriesgando a ver si sale algo”, dice este hombre de 50 años, que trabaja junto a su esposa. El maíz, las habas o la papa crecen, pero asegura que la mitad termina pudriéndose porque el agua para el riego está contaminada con relaves mineros que llegan desde las alturas de la región Moquegua, por el afluente del río Coralaque, desde el proyecto Florencia Tucari, que explotó oro durante 20 años y pertenece a la empresa minera Aruntani SAC.
La contaminación minera no es una suposición de los habitantes de la comunidad campesina de Santiago de Pachas. Informes realizados por el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), en los años 2016 y 2017, revelaron que la contaminación que afecta a la cuenca del río Coralaque y del río Tambo es generada por el proyecto Florencia Tucari, en las alturas de Moquegua. Los análisis evidenciaron altos niveles de metales pesados, como arsénico, cobre, hierro y zinc que han vuelto ácidas las aguas. Esto, según indican los pobladores, mató las truchas, ranas y hasta los sapos. Los estudios también revelaron que había 13 fuentes contaminantes provenientes de este proyecto, en la cuenca del río Coralaque, que han contaminado los ríos Margaritani, la quebrada Apostolini, el río Queullijahuire y el río Titire, que llegan hasta los ríos Coralaque y Tambo.
“Todo empezó en diciembre del 2016 y durante los primeros meses del 2017”, explica Valentín Ramos, quien, además, es el presidente de la comunidad de Santiago de Pachas, un pueblo asentado en los Andes peruanos a más de 3300 metros sobre el nivel del mar, en la región Moquegua.
El primer signo observado por los pobladores fue que, en los últimos veranos, el agua del río llegaba con un color rojo ladrillo y, a mitad del año, cambiaba a un tono verde jade. La segunda señal que los alertó fue la desaparición de algunas especies. “Antes, pescábamos truchas para comer un fin de semana. Hoy, no hay nada, ni sapos. Es un río muerto. Finalmente, nuestros andenes empezaron a morir”, añade Valentín Ramos mientras remueve la tierra con la lampa, para encaminar el agua dentro del único andén que intenta sembrar.
Valentín Ramos es el presidente de la Comunidad Campesina de Pachas. Se arriesga a regar sus andenes con el agua contaminada que baja por el río Coralaque.
El pueblo de Santiago de Pachas, cuyo nombre en lengua quechua significa “Tierra”, existe desde épocas preincaicas y se ha mantenido de la agricultura y ganadería. Yola Arce Ramos es una madre de 32 años que ha visto cómo en menos de cuatro años pasaron de ser un referente en la región, por su agricultura, a un pueblo fantasma