«Yo tuve el privilegio y el dolor de pisar la turba de Malvinas cuando flameaba el pabellón argentino. Esa era la ilusión de mi vida, de mi niñez», dice Liliana a A24.com.
El 20 de mayo, ese día en que estuvo en las islas, Liliana ayudó a evacuar unos 30 soldados que estaban malheridos en las islas. «Me preguntaban, ¿Usted cree que voy a poder volver pronto? Porque allá están mis compañeros’. En muchos casos yo veía que no iban a poder».
Cómo se convirtió en la única mujer en estar en Malvinas
«Hubo un momento que me marcó para siempre, para después de la guerra. Ya habíamos subido al Hércules desde Comodoro rumbo a Malvinas. Estábamos acostados sobre los containers porque no había espacio para sentarse. De repente el avión frenó y nos dijeron: ‘bajen rápido que hay alerta roja’. Corran al refugio».
Así hicieron. Liliana y el resto de la tripulación quedaron en el refugio hasta que esa alerta cesó. Luego supieron que había sido falsa. «Todo se manejaba con silencio de radio, a oscuras. En momento no sabés cuánto tiempo tenés, cuánto pasó. Si son 5 minutos o 5 horas las que estás ahí adentro. Un montón de cosas te pasan por la cabeza».
Liliana rezó, se preguntó cómo desperdició ratos de su vida en enojarse o en angustiarse. «Hay tantas otras cosas que me brindaban la posibilidad de ser feliz. Eso me marcó para aprender a no darle importancia a lo que uno magnifica. Eso me ayudó».
El primer grupo de enfermeras militares había viajado a Comodoro Rivadavia, donde estaba el Hospital reubicable que atendía a los combatientes evacuados, cerca del 10 de abril. Liliana fue con el segundo grupo, en mayo. «El 20 en la madrugada el capitán Smith, de una de las tripulaciones que volaba ese día, me dijo: ‘Hoy tenemos que traer muchos pacientes ¿Nos podrás acompañar?’ Yo le respondí que sí, que por supuesto».
Cómo fue el tiempo en Malvinas
Aunque las mujeres no estaban entre quienes iban a volar Smith le explicó que el Hospital de Puerto Argentino estaba saturado: «se había producido el desembarco inglés y, con eso, los combates cuerpo a cuerpo y más crudos. La idea era actuar lo más rápido posible». Liliana tenía experiencia en atender pacientes en la situaciones de urgencia: en Buenos Aires, era enfermera jefe de terapia intensiva.
Cruzaron el Mar Argentino volando al ras del mar. «Las olas golpeaban contra las ventanillas del Hércules. Siempre en silencio porque ya había zona de exclusión marítima y aérea». Cuando llegaron a Puerto Argentino descargaron los containers y empezaron a correr detrás del avión. «Carretea todo el tiempo, no podía aterrizar porque es muy pesado y si había una emergencia era un blanco fácil para las bombas y los misiles».
Volvieron a subir al avión y empezaron a llegar las ambulancias con heridos. Venían marcha atrás, con las puertas abiertas y subían al avión por una rampa. «Así pasábamos a los pacientes. Aunque uno aprende cómo está armado un avión sanitario esto fue diferente. No se podían llevar camillas porque veníamos con los containers y, una vez que descargábamos eso, no había tiempo para armarlas».
Todo ocurría en segundos. El viento soplaba fuerte y las aspas del Hércules empujaban con fuerza. Liliana estuvo a punto de no subir a ese avión. «Yo estaba corriendo detrás del avión había dos suboficales que estaban adentro e hicieron como una cadena humana, me agarraron de un brazo y me subieron».
Una vez despegados los heridos que podían sentarse iban en los laterales. Los más graves o quienes no podían moverse iban en el centro, acostados. «Llegó un momento en que el capitán informa que iba a levantar la panza del Hércules porque había alerta roja. Levantaron la rampa por donde subían las ambulancias y despegó. La idea era no solo salvar las vidas sino el avión y las ambulancias que nos permitían hacer las evacuaciones».
Qué recuerda del regreso
Ante la segunda alerta el piloto decidió cambiar el itinerario. «Nos estaban persiguiendo tres Sea Harriers. En vez de ir a Comodoro sale de la zona de exclusión y va hacia el sur. Por eso el vuelo se demoró muchísimo. En Comodoro pensaron que ya no volvíamos, que habíamos sido atacados».
Cuando aterrizaron los esperaban en la pista: desde las autoridades hasta los integrantes del hospital reubicable. «Ahí me puse a llorar desconsoladamente, cuando nos abrazaron me bajó todo».
Liliana recuerda que, muchas otras veces, fue ella quien hizo de sostén a los heridos. «Lo más importante es la cuestión emocional. A los que evacuábamos necesitaban hablar. Las mujeres les dábamos más tranquilidad. Eso los ayudaba después a empezar a desahogarse. En todos los vuelos me veían parecida a alguien que conocían».
Su carrera militar y su reclamo femenino
A los 15 años, cuando las chicas solían hacer su fiesta de presentación en sociedad, Liliana se anotó como voluntaria en el Hospital Durand para ascender en el grupo de Scouts al que asistía. Lo que empezó como una visita semanal se convirtió en una tarea de todos los días.
Liliana siempre había querido ser guardaparques. Le gustaban la vida en la naturaleza y los animales. Pero en esa carrera no aceptaban mujeres. Al mes de haber conseguido su título como veterinaria, en febrero de 1974, quiso seguir con su otra vocación. «En esa época no había mujeres militares excepto en que yo me había formado. Fuimos las primeras con grado militar». En 1980 la Fuerza Aérea había abierto la inscripción para mujeres. Ella se sumó.
«Mis compañeras y yo ingresamos con grado de suboficial. Al tener estudios universitarios los varones ya entran con grado de oficial. Pero las mujeres, no. Lo aprendí cuando estudié el Código Militar», cuenta.
Liliana trabajaba en el Hospital Aeronáutico y vivía con su familia en la casa de Caballito donde se había criado. El 2 de abril del ’82 su padre la despertó con el café. «Ocupamos las Malvinas y son argentinas», le dijo. Cuando llegó al Hospital les advirtieron que el empezarían a derivar personal sanitario al hospital reubicable hacia Comodoro Rivadavia.
La vida de Liliana hoy
Una placa en el Hospital Aeronáutico buscó reconocerla como veterana de guerra. La colocaron en octubre de 2015. En ella se lee «Iliana Colino», su nombre está mal escrito. Ella lo advirtió pero aún no lo cambiaron.
Liliana se retiró de las fuerzas con el mismo grado con el que había entrado. «No me ascendían. De alférez a tenientes, si no tenés a nadie por arriba, se asciende a los dos años. Si fuiste a una guerra, en uno. Yo era la más antigua de la promoción». Ella era la más antigua de su promoción. A los dos años empezó su reclamo. Le respondían que no era posible porque no estaba aprobado el escalafón femenino. Le pedían paciencia.
«Son 4 años de paciencia. Ya llevo 6 en las fuerzas’, les respondía. Nosotras cumplíamos las mismas funciones que los varones, teníamos las mismas guardias ¿Por qué no podemos ascender igual que ellos? Les dije que si no quería la baja». Repitió el reclamo hasta las instancias superiores. «Yo iba a tener 80 años e iba a seguir siendo alférez». A los 6 meses le dieron la baja.
Desde entonces atiende a diario en su consultorio. Tuvo tres hijos, dos de ellos viven aún en su casa. Tiempo después los ascensos para las mujeres se regularizaron. «Yo aprendí muchísimo en la fuerza aérea, estoy muy agradecida. Pero me sentí en la obligación de hacerlo. Era la más antigua de mi promoción y si no lo hacía yo no lo podía hacer nadie. Me fui con todo el dolor de mi alma».