6 abril, 2022
En «Sulfuro», la autora crea un texto sobre el duelo de la protagonista, sobre violencias que disputan la cordura del patriarcado y transgresiones íntimas que desarticulan la eficacia capitalista.
«Sulfuro» desentraña sus abortos, su madre, su apatía: una conversación con los muertos, un debate hondo sobre la construcción de la fe, neurosis que no se sabe si son locura o visión, violencias que disputan la cordura del patriarcado y transgresiones íntimas que desarticulan la eficacia capitalista.
En la novela «Sulfuro» de Fernanda García Lao hay una conversación con los muertos, un debate hondo sobre la construcción de la fe, neurosis que no se sabe si son locura o visión, violencias que disputan la cordura del patriarcado y transgresiones íntimas que desarticulan la eficacia capitalista: «Aquí nada es propio, hay algo de esa sensación de extrañamiento que todos domesticamos al crecer, pero que nos acompaña a este saber de que vamos a morir solos, como cada uno», dice la autora.
Esta historia de fantasmas es también la historia de una iniciación mística. La publicación de Emecé puede ser el libro de una bruja, el Evangelio de las otras, guarda ideas del capital o de la fe: «El mal es más invasivo que el bien», escribe la narradora. Habla sobre la división caprichosa, cultural y política, entre vivos y muertos. En él está la idea de que morir es solo un paso más, que hay otras y segundas formas de perder el cuerpo una vez liquidado.
Es también un texto sobre el duelo de la protagonista, sus abortos, su madre, su apatía. «Sulfuro» describe la imposibilidad de comunicación entre las personas o simplemente lo que la comunicación es: un lío. Todo eso contrapuesto a un humor espontáneo, liviano, que juega con viejos dichos, conceptos y palabras extrañando el lenguaje, probablemente desde la actitud opuesta a la oscuridad narrada.
También es prosa poética: hay música en primer plano entre las peripecias rabiosas de su protagonista -«qué aguijón el ruido, qué púa»-, acciones donde «no hay tiempo para analizar, si bien se discute en presente lo que está sucediendo, como una especie de sentido crítico de la existencia», dice la autora.
Con una narradora que a veces se adelanta a los acontecimientos, una voz algo oracular que le habla directo a quien lee -todo «Sulfuro» está escrito en segunda persona-, García Lao presenta con claridad el elenco a disposición en cada uno de los capítulos, que son breves, parecen folletines, entradas de diario, y cataloga a los personajes: varones adultos por funcionalidad, autoridad académica casi, título (el escribano, el concejal, el proctólogo); mujeres, sin profesión y casi sin nombres, igual que los niños.
«Esa narradora también soy yo mirando a mis vecinos de enfrente, imaginé a la protagonista en el cuerpo de mi vecina, entrando y saliendo con su camioneta gigante por una cochera excesivamente justa entre gritos de un ser al que imaginé escribano», dice a Télam la escritora que desde hace menos de un mes está instalada en Praga pero vivió los últimos 20 años en un chalecito bonaerense, a dos cuadras del cementerio de Olivos, donde viven esos otros de la novela, los de enfrente que no se quedan enfrente, parte de sus cuerpos está en la casa, producto del quehacer de las hormigas.
«Cuando llegamos a zona norte había todo un orden del vestir, decir y hacer de una clase social, supuestamente creyente, que me gustaba discutir desde la intromisión porque siempre la sentí extranjera», apunta.
P: El libro es delirante pero muchas veces suena absolutamente realista, como en la construcción del misticismo de la protagonista.
-Fernanda García Lao: Me parece que cuanto menos se pretende el realismo, más aflora, hay un permiso de imaginar que te lleva a conclusiones viciadas de realidad. Que la primera mujer de un tipo sea una fantasma es súper realista, no hace falta que su haya muerto para que se convierta en un espectro, la nueva asume lo que la fantasma no pudo, en una constitución de los vínculos, además, algo capitalista, cuando ves sobre todo esos varones que se casan con una mujer similar a la anterior, buscando un producto que se asemeje a su ideal femenino.
¿Fuiste a escuela católica?
-F.G.L: No, pero tengo el recuerdo de la primera comunión de niña, que básicamente estaba en desacuerdo con todo lo que tenía que aprender y me resultaba muy difícil incorporarlo, y entonces decidí copiarme aunque dios pudiera estar al tanto de mi pecado. También la incomodidad que me provocó contarle mis supuestas faltas al cura antes de la comunión, el invento rápido de esos pecados, frente a lo que había que rezar quedarme en silencio porque no me sabía las oraciones y sentir muy claramente esa farsa del sacerdote de la tercerización ante dios.
Hay algo de sumisión en el acto de confesarse.
-F.G.L: Algo de la confesión es muy cercano a la escritura pero desde la farsa: una se está escribiendo en la mentira para ingresar. Ese primer paso queda sellado en nuestras cabezas mucho más tiempo del que imaginamos, es uno de los primeros adoctrinamientos, esa obediencia a un ser ausente que también se representa en el imaginario infantil con barba y es un señor, un varón con una voz masculina, el cuerpo de su hijo es masculino, y la mujer está obligada al silencio de esa primera gran violación.
La farsa que encarna la protagonista de cara a la sociedad.
-F.G.L: Ella todo el tiempo está desobedeciendo. Ella ha decidido no caer más en la maternidad y creo que descansa en el hecho de que haya hijos ya hechos que no sean propios. Fui a la literalización de la imagen de que dios ha muerto: dios ha muerto y sin embargo me mira y está presente. Entonces lo muerto está presente, lo vivo está ausente y yo, protagonista, converso con los muertos.
La soledad de ella también está signada por esa condición de producto, de ser leída como un artefacto improductivo, al que sólo lo muerto puede acompañar.
-F.G.L: Y sus hijos muertos también, el primero producto de la desgracia, el segundo, de una decisión que tiene que ver también con acompañar al primero, de no dejar solo al primer aborto. Me pregunté mucho, cuando militamos por la legalización, por las mujeres que estaban supuestamente del otro lado, el lado celeste del asunto, donde también se producen un montón de abortos, y cómo serían entendidos y acompañados, cuáles serán esas cruces que cargan en relación a esos hijos perdidos, cuál será la explicación epistemológica de un acto que no se vive en libertad.
Después de los primeros adoctrinamientos, la protagonista es su propia carcelera.
-F.G.L: Lo que pasa es que hay que criar fuera del barrote. Criar es una responsabilidad enorme y hay que tener un valor inmenso para cuestionar qué es lo que una está legando. Fui madre soltera muy joven, había perdido a mi padre a los 16 y una criatura fue una especie de discusión a la muerte, de decir vos me quitaste y yo traigo, después eso fue superado por la presencia alucinante de mi hija, que trajo otras preguntas, pero igual incluyó la pregunta de por qué se habrá atribuido a la masculinidad la condición creadora del mundo cuando somos nosotras las que lo parimos.
Después de la mágica aparición de la duda que salva, la que «se clava en la cabeza y sangra» escribís, aparece una definición muy dura: «Las familias se construyen con amor, no con preguntas».
-F.G.L: Cada familia es un universo pero hay algo del molde, de lo que ha de ser una familia occidental, que implica la aceptación de una visión o la expulsión. En todas las familias hay un expulsado. Es el disidente, la oveja negra, el chivo expiatorio, el loco, la que traiciona, la que no siguió el mandato, el que puso en duda la voz del padre. Esos personajes son los que me interesan, siempre me he sentido afuera, entonces me interesa todo lo que queda por fuera del paraguas.
Hay una narradora que avanza a pesar de todo.
-F.G.L: Avanzar y no detenerse no significa que no haya miedo, es mi forma de discutirle al miedo su territorio de parálisis. Creo que hay coraje, me interesa explorar ese territorio. Ella no esquiva el peligro y no importa si es real o es imaginado, pero al estar fuera de ese cuerpo y dirigir a esta mujer sin nombre hacia una meta, creo que de salvación, no esquiva el peligro, la lleva a la boca del lobo, pero no hay forma de salvarse sin ir hacia la oscuridad.