La escritora Guadalupe Faraj.
«Jaulagrande. Nadie quiere ir» es la determinación con la que la escritora y fotógrafa Guadalupe Faraj comienza «Jaulagrande«, una novela distópica que con asombrosa brevedad logra reconstruir la vida de una familia en una base militar en la que el sol, los animales, los olores y los personajes atienden a leyes tácitas que el lector incorpora a medida que se avanza (y confía) en la historia.
«Recrear un mundo fue la apuesta. Por supuesto que cuando terminé de escribirla no sabía realmente si lo había logrado. Ahora que está editada, algo de eso me va retornando con las lecturas que recibo», cuenta la autora de «Jaulagrande», editada por Fiordo.
Faraj nació en 1976, estudió Filosofía, es escritora y fotógrafa. Su primera novela, «Namura» (Indómita luz), se publicó en 2018. Se formó en los talleres de Claudia Prado, Betina González, Fernanda García Lao y Martín Felipe Castagnet e integra la Unión de Escritoras y Escritores, el colectivo que se formó en 2017 para proteger derechos y activar políticas públicas.
«Jaulagrande es una tierra plana que no tiene horizonte. El cielo es de un color pajizo que se obtura cuando hay nubes. No siempre es así. Hay días limpios, aunque no sean limpios exactamente, porque esos son los días más opresivos, da la sensación de que el cielo empezara a bajar despacio, a comprimir el lugar como si en algún momento fuera a tocar el piso y apagarse. Hay gansos por todas partes, y el olor a pis es tan poderoso que por momentos no se huele, pero basta afinar el olfato y uno se da cuenta de que se instaló en las fosas nasales», reconstruye la autora para sumergir al lector en este mundo enrarecido.
-Escribir la novela me llevó tres años, la terminé el año pasado. Creo que en todo lo que escribimos se cuela un poco lo autobiográfico y acá es el mundo militar que yo conozco por mi papá. Quería contar la historia de un niño en ese mundo, la relación con su padre y con su madre porque me interesaba esa tríada que vive en un mundo militarizado. Después, en el momento de la edición el trabajo con Fiordo fue hermoso. Entregué el manuscrito y ellos propusieron cambios muy puntuales. Hubo un trabajo muy finito sobre el aspecto sonoro, de proponer cositas, muy puntual. Y con Julia Ariza nos pasamos la novela unas seis veces. Esa dinámica me pareció muy rica y así se terminó de cerrar ese texto que empecé en soledad.
«Jaulagrande», la novela de Faraj editada por Fiordo.
-Sí, fue pensada de ese modo porque desde el principio me imaginé algo corto y fragmentario. Hay un vínculo muy fuerte con la imagen pero no necesariamente con lo fotográfico. Creo que todo aquel que escribe tiene ese tipo de relación con la imagen, no hace falta dedicarse al oficio de la fotografía. Plasma algo de la imaginación. «Jaulagrande» está narrada en presente y sucede en siete días y creo que hubiera sido muy difícil sostenerla con una estructura más larga. Hay un trabajo con el lenguaje para llegar a cierta simpleza, mucha corrección y cierto desmalezamiento. Tenía una intención de narrar un lugar: me imaginaba una base militar, esa laguna, ese bosque y necesitaba que eso quedara claro. Recrear un mundo fue la apuesta, por supuesto que cuando terminé de escribirla no sabía realmente si lo había logrado. Ahora que está editada, algo de eso me va retornando con las lecturas que recibo.
-Al ser una distopía que plantea un mundo totalmente imaginario creo que uno de los puntos de partida para sostener el verosímil es que haya una lógica de principio a fin. La que sea, pero mantenerla. Si la luz funciona de determinado modo, eso se tiene que sostenerse en toda la obra. Esos detalles los trabajé mucho. La luz funciona de determinada forma, hay determinado olor, se come de determinada manera, los animales tienen una presencia casi humana. Esas cuestiones en determinado momento generan sentido.
«La pandemia hizo que la gente que no estaba familiarizada con el género distópico pudiera conocerlo bien de cerca»
GUADALUPE FARAJ
-La pandemia hizo que la palabra distopía circulara más, se usara más y generó cierta conciencia de que el mundo se puede arruinar y acabar. Quién hubiera pensado que íbamos a dejar de abrazarnos, de besarnos o poder ver a la familia durante un año. Eso solo pasaba en los escenarios distópicos. La pandemia hizo que la gente que no estaba familiarizada con el género distópico pudiera conocerlo bien de cerca.
-Me interesaba que en ese mundo un poco desolado hubiera vínculos entre un ser humano y un animal. Los gansos, que suelen ser vistos como tontos, tienen en la novela una importancia fundamental y son los más inteligentes, los que van llevando al resto. Y otro animal que entabla un vínculo de amistad con un soldado.