14 octubre, 2021
A una decena de kilómetros de la costa norte de Islandia, un grupo de científicos está realizando un estudio en el soplo de las ballenas para evaluar su nivel de estrés cuando pasan los barcos turísticos de observación, un sector de la industria del turismo que está creciendo rápidamente en los últimos años en torno a la isla subártica.
Desde un pequeño velero, los investigadores de Whale Wise –una organización de conservación marina– envían un dron que pasa horas hasta poder avistar una ballena.
Fijadas al armazón, el avión lleva dos placas de Petri y un recipiente cilíndrico transparente para capturar las gotas de agua expulsadas por el cetáceo.
Un estudio con mucha precaución
Los drones, aunque perturban menos a las ballenas que los barcos, también pueden alterar su comportamiento. Por eso la toma de la muestra debe ser breve, aproximadamente equivalente al tiempo de una respiración.
El dron vuela sobre el animal con cuidado, atraviesa el chorro de agua que expulsa al respirar y logra su maniobra. De regreso al barco, entrega la muestra a los científicos.
Envueltas en parafina y congeladas, las muestras se luego se envían a un laboratorio para su análisis.
El objetivo de esta operación inédita es evaluar el nivel de estrés de las ballenas a través de sus hormonas, en un momento en el que cada vez más turistas acuden a admirarlas.
Para ello toman una muestra antes y después del paso del buque turístico, para luego compararlas y determinar el estrés de los cetáceos.
En Islandia, más de 360.000 personas intentaron en 2019 vislumbrar las ballenas que cruzan las aguas plateadas del Atlántico Norte, el triple que hace diez años.
Un tercio de los visitantes zarpan del puerto de Husavik y se dirigen a las frías aguas de la bahía de Skjalfandi.
Estudios anteriores, basados en observaciones de comportamiento, concluyeron que esta actividad turística provocaba una perturbación menor en las ballenas.
«Constatamos que los turbaba cuando comían, pero duraba poco», señaló una de las autoras del estudio, Marianne Rasmussen, que dirige el Centro de Investigación de la Universidad de Islandia en Husavik. «No había un impacto sobre (su) estado físico general».
«Examinar hormonas como el cortisol, vinculada al estrés, nos permite determinar los niveles de estrés fisiológico de las ballenas», explica el cofundador de la organización, Tom Grove, un estudiante de doctorado de 26 años de la Universidad de Edimburgo.
«Las ballenas son importantes para nosotros, para vivir, porque forman parte del ecosistema de nuestro planeta», señala Sophie Simonin, de 29 años, cofundadora de la asociación. «También absorben mucho CO2», añade la activista medioambiental.
Según un estudio de diciembre de 2019 del Fondo Monetario Internacional (FMI), las ballenas grandes absorben una media de 33 toneladas de dióxido de carbono.