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14 agosto, 2023

El plan de Massa el día después: medidas económicas, reducción del abstencionismo y polarización con Milei

El ministro intentará un difícil equilibrio: medidas de incentivo para recuperar votos, pero sin que el FMI interprete que vulnerará el compromiso fiscal

Por Fernando Gutiérrez*

Estupor, confusión, incertidumbre: ese es el principal resultado de las PASO. Al final, se dio el resultado que los encuestadores y el mercado financiero consideraban el menos probable, ese escenario de tercios que habían anticipado los dos líderes de «la grieta», Cristina Kirchner y Mauricio Macri.

Y una de las preguntas más difíciles de responder en estas horas es quién ganó y quién perdió en la noche de las PASO. A primera vista, puede parecer muy simple decir que Javier Milei es el victorioso y Sergio Massa el derrotado: así lo muestran las cifras y también el ambiente en los respectivos centros de campaña, que reflejaron respectivamente euforia y preocupación.

Sin embargo, en dos meses todo puede cambiar drásticamente. A fin de cuentas, hay apenas tres puntos de diferencia entre la fuerza que se colocó en primer lugar y la tercera. Y los antecedentes recientes son claros sobre cómo los resultados pueden mutar entre las primarias y la elección «de verdad».

En la legislativa de 2021, el Frente de Todos había sufrido una dura derrota en su bastión de la provincia de Buenos Aires, quedando cuatro puntos debajo de Juntos por el Cambio, y en la elección logró achicar esa diferencia a apenas un punto.

Y antes, en las presidenciales de 2019, Mauricio Macri, que en las PASO había sufrido una catastrófica derrota de 16 puntos, logró achicarla a ocho.

En ambos casos, el método elegido por los oficialismos para recuperarse fue parecido, pese a las diferencias ideológicas: reconocer que había insatisfacción con la economía, tomar medidas de alivio impositivo y de mejora en el ingreso para los sectores más castigados por la inflación, y exacerbar el discurso sobre los peligros que acechaban al país si ganaba la oposición.

Ya están a la vista las señales sobre que eso es lo que ocurrirá nuevamente: Massa dejó trascender un paquete de medidas económicas para anunciar en los próximos días, y que implican mensajes específicos para cada «público»: habrá bonos salariales para los trabajadores de menores ingresos -después del alivio de Ganancias para los de ingresos medios- y se complementará con medidas específicas para el campo, las pymes, la industria que necesita importar insumos.

Y, por supuesto, se pondrá el foco en dos cuestiones fundamentales: el programa de precios para contener el impacto sobre los productos de la canasta alimentaria, y el refuerzo en la asistencia social a los sectores postergados.

 

Buscando a los abstencionistas

Esto se encadena, fundamentalmente, a otra situación política que también se emparenta con las últimas elecciones: siempre aumenta el caudal electoral entre las primarias de agosto y la elección real.

En 2019, gran parte de la recuperación de Macri se explicó por el hecho de que en octubre concurrieron a votar 1,7 millón de votantes que habían faltado en agosto. En aquel momento, el foco militante del macrismo estuvo en movilizar a los jubilados, un sector donde tenían mayoría de adhesiones.

En 2021, la mejora que entusiasmó a Alberto Fernández fue posibilitada por el hecho de que en las legislativas votó 1,1 millón de ciudadanos que se habían abstenido en agosto. En ese caso, el esfuerzo del Gobierno fue ir a buscar a los «desilusionados», en particular a los más pobres del conurbano profundo, incentivándolos con el polémico «Plan Platita» y poniendo la logística partidaria al servicio de una mayor asistencia.

Es con esos números en mente que el peronismo considera que, pese a todo, tiene una última carta para aspirar a ganar: este domingo apenas votó un 68% del padrón, mientras que en 2019 lo había hecho un 76%. Es decir, fue uno de los comicios con menor afluencia de votantes, y Massa -que no por casualidad enfatizó en el cierre de su campaña en combatir la apatía de quienes no querían votar- presume que cada persona que se quedó en su casa fue un voto peronista que se perdió.

Si se repitiera el patrón de las últimas elecciones, y entonces en octubre la concurrencia a las urnas subiera en al menos cinco puntos porcentuales, Massa cree que podría garantizarse el segundo lugar en las generales y luego disputar «la final» en el balotaje de noviembre.

Es por eso que no pocos analistas del kirchnerismo creen que el fenómeno Milei no fue, en definitiva, algo que los perjudicara tanto: terminó por dividir al voto opositor. Y si el libertario fuera el primer colocado nuevamente en octubre, sería un rival ideal a enfrentar, porque ofrece flancos débiles.

Los discursos en el bunker de Unión por la Patria dejaron en claro cuál será la estrategia discursiva: plantear la situación no en términos de discusión entre programas de gobierno sino entre concepciones de la política y del modelo de sociedad. Curiosamente, lo mismo que plantea Milei, al afirmar que a él no le importa si los integrantes de «la casta» son de buenos modales o de malos modales -es decir, si son funcionarios de JxC o del kirchnerismo- sino que plantea el fin de los privilegios de la «clase parasitaria».

Massa en un equilibrio difícil

En ese terreno de confrontación de modelos de país es donde Massa se siente cómodo, porque más que tener que dar explicaciones sobre los motivos profundos que llevaron a la situación de crisis, enfocará en los riesgos de evitar un candidato que habla de «motosierra» para cortar el gasto público, que insinúa despidos masivos en el Estado, el final de la asistencia social y otras iniciativas con perfume noventista en los servicios públicos y en el sistema jubilatorio.

También Milei, desde ya, siente que es ahí donde tiene todo para ganar: logró encaramarse como la voz de una generación joven que no ve futuro y de un sector ex peronista al que las políticas asistencialistas ya no les ayudan en la supervivencia diaria.

Por lo tanto, es claro lo que hay que esperar en términos de debate: Massa mencionó, en la noche del domingo, los puntos fundamentales de la agenda estatista que ha venido alentando Cristina Kirchner en los últimos tiempos. Sin llegar a los extremos explícitamente intervencionistas de la líder kirchnerista o de su contendiente Juan Grabois, también mencionó la necesidad de mantener el control estatal de los recursos naturales y de administrar desde el Estado la asignación prioritaria de los dólares para el aparato productivo.

El desafío para el ministro/candidato será el de mantener ese discurso estatista sin provocar nuevos temores en el mercado, que probablemente reaccionarán en «modo defensivo» ante la incertidumbre política.

Y, sobre todo, lo que Massa necesita es que cualquier medida de mejora en los ingresos que anuncie en los próximos días no ponga en duda su compromiso fiscal con el Fondo Monetario Internacional. Será un equilibrio difícil: si sobreactúa la austeridad, no podrá conseguir los votos que necesita para ganarse un lugar en el balotaje; pero si «peroniza» excesivamente la gestión, se arriesga a que el mercado reaccione con pánico y que las semanas finales de la campaña tengan un fondo de dólar descontrolado e inflación en alza.

 

El riesgo de una devaluación en plena campaña

Un capítulo particularmente sensible en los próximos días será el de las negociaciones con el FMI, que tiene pendiente el desembolso por u$s7.500 millones. Y los funcionarios del organismo necesitan certezas: ya no están seguros de que Massa será quien finalmente tenga que cumplir con el cronograma de pagos a partir del año próximo.

Es por eso que en el mercado se da por descontado que el Fondo querrá saber la opinión de los equipos técnicos de Milei y de Patricia Bullrich. Será, al decir de los economistas más escuchados del mercado, una mesa en la cual habrá ya no dos interlocutores sino cuatro. Y lo más importante: tres de esos interlocutores estarán a favor de una devaluación, mientras en otro querrá mantener el equilibrio actual.

No será fácil para Massa llegar a octubre con el escenario económico bajo control. Ya en el campo se da como un hecho que las liquidaciones de soja se reducirán al mínimo, dado que hay una expectativa fuerte de un dólar más alto en el futuro próximo.

Y las tensiones con el dólar blue probablemente continuarán, ante la incertidumbre de los pequeños ahorristas. Los que temen a Milei y su proyecto dolarizador, se sentirán más protegidos con billetes verdes en el bolsillo. Y quienes temen a Massa, verán el peligro de un final explosivo del cepo cambiario.

Paradójicamente, la perspectiva de que la oposición pueda asumir en diciembre le podría traer cierto alivio al ministro/candidato, dado que un futuro gobierno pro-mercado podría traducirse en un repunte de los bonos soberanos y de las acciones argentinas, así como en la voluntad de los organismos de crédito por concretar nuevos préstamos.

Pero está claro que los problemas de fondo continuarán, y Massa no podrá cambiar ninguna de las políticas que, a regañadientes, sus aliados han tenido que aceptar, tales como la aceleración en la tasa devaluatoria, el otorgamiento de nuevos incentivos exportadores, la probable alza de los impuestos a la importación y una también probable suba de tasas de interés para evitar una dolarización masiva de portafolios.

En pocas horas se dará la «segunda votación». Es decir, la del cierre del mercado el ‘Día D’. En gran medida, el escenario económico determinará si el escenario seguirá siendo de tercios o si una de las partes llegará herida a la contienda de octubre.

 

*iP