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11 febrero, 2022

El peronismo tiene el complot en el código genético

La Argentina necesita al FMI porque gasta mucho y mal, recauda poco y produce menos, castiga a inversores y exprime a ahorristas, destroza la moneda y oculta el déficit con inflación, fábrica de miseria

Por Loris Zanatta

El Fondo Monetario impone el ajuste, el ajuste achica el Estado, la debilidad del Estado causa un vacío, el vacío es llenado por los narcos, los narcos reciclan dinero en los bancos, el Fondo Monetario gana y el círculo se cierra. Resumiendo: el Fondo Monetario es algo así como el padrino de los narcos. Lógico, ¿no? Así piensa Cristina Kirchner, así lo explicó en Tegucigalpa.

¿Qué decir? No seré yo quien defienda al Fondo Monetario. Como el Washington Post, creo que es el proveedor de un adicto, la Argentina, que además lo trata como si fuera el malo de la película: ¿será masoquista? Si dependiera de mí, hace tiempo que habría dejado que se arregle sola. No es el Fondo el que necesita a la Argentina, sino la Argentina la que necesita al Fondo. Por razones bien conocidas: gasta mucho y gasta mal, recauda poco y produce menos, castiga a inversores y exprime a ahorristas, destroza la moneda y oculta el déficit con inflación, fábrica de miseria. Que la vicepresidenta señale a Noruega como modelo suena a broma de mal gusto. Noruega navega alto en el índice mundial de libertad económica, para los estándares kirchneristas es un bastión “neoliberal”, mucho más libre que mi Italia, infinitamente más que la Argentina, entre las últimas en el ranking. ¿Cuántos ñoquis camporistas habrá en las oficinas públicas de Oslo, cuántos Moyano en los sindicatos noruegos? Si cada uno hablara de lo que sabe, disfrutaríamos de un sano silencio.

Ni qué hablar del vínculo entre narcotráfico y “neoliberalismo”, el cuco de todos los cuentos. ¿Alguien recuerda las toneladas de cocaína traficadas vía Cuba en los ochenta? El régimen zafó del escándalo fusilando a unos “héroes” de la revolución, únicos culpables. En un país donde el Líder Máximo decidía hasta el gusto de los caramelos en las escuelas, ¡nadie le había advertido que sus puertos eran una terminal del narcotráfico! Los juicios fueron lo que son en ese paraíso de la legalidad: farsas. Nada de lawfare en Cuba, directo al paredón. ¿Y Venezuela? Se ha perdido la cuenta de los funcionarios chavistas atrapados con las manos en la masa, con lucrativas cuentas en bancos extranjeros. Ahí el Estado no dejó ningún vacío, se adueñó de todo, maneja el narcotráfico, se convirtió en Estado gansteril. ¿Serán neoliberales Cuba y Venezuela? ¿Y los muchos casos parecidos? Una vez más: hablar por no callar.

Por otra parte, lo mismo pasa en la Argentina, donde hasta las paredes saben de la complicidad de que gozan las mafias de la droga en el aparato estatal. ¿Cuántas veces ha sido denunciada, por ejemplo, por la Iglesia Católica? El kirchnerismo ha tenido muchos años e inmensos recursos para combatir el narcotráfico a través de la educación y el trabajo, la receta indicada por Cristina Kirchner. No veo que lograra mucho, a juzgar por el crecimiento exponencial del fenómeno. ¿Por qué, entonces, subir al púlpito a dar lecciones? Hacer demagogia barata sobre temas tan dramáticos y complejos es cínico e irresponsable.

Pero lo más deprimente del “memorable” discurso en la capital hondureña, celebrado por la prensa oficialista como “cátedra ejemplar”, es la visión conspirativa de la historia. Allá arriba, nos quiere decir, en los pisos superiores del Gran Banco, en los lujosos salones de la Gran Potencia, en los cuartos secretos de las crueles Multinacionales, los titiriteros mueven los hilos de todo. ¿El propósito? Dominar el mundo, oprimir a “los pueblos”, pisotear su autodeterminación. Hasta el día en que ella y sus apóstoles los liberen, los emancipen, los conduzcan a la tierra prometida. En fin, el pueblo puro y la elite corrupta, la habitual cháchara maniquea, el usual lloriqueo victimista, la consabida mala fe populista. ¿Hay injusticia? Toda culpa del “globalismo”, de los “intereses financieros”, de las “grandes multinacionales” que acumulan “beneficios ilícitos”: así decía Jean-Marie Le Pen hace treinta años, así repite Cristina Kirchner, las mismas palabras, un disco rayado.

Desde los antiguos profetas, arremeter contra “el sistema”, señalar a “los poderosos”, maldecir al banquero de turno funciona y consuela. Si fuera de alguna utilidad, si no ocultara un pérfido engaño, yo también me uniría al coro. Pero ¿cómo creer que la complejidad e imprevisibilidad de la historia sea manipulada por algún Gran Hermano?, ¿qué cortando las cabezas coronadas reinará la justicia y “los últimos serán los primeros”? ¿Cuándo sucedió? ¿Dónde? Los movimientos mesiánicos son siempre complotistas, decididos a monopolizar el poder y pisotear la libertad para “salvarnos” del enemigo al acecho, para redimir al “pueblo elegido” de la “oligarquía esclavista”. No, gracias, su medicina siempre ha sido mucho peor que las enfermedades que pretendían curar.

La historia está llena de ejemplos, desde el “protocolo de los Sabios de Sión” del que se nutrió el antisemitismo hasta la supuesta omnipotencia del Grupo Bilderberg que obsesionó a Fidel Castro. ¿Las Torres Gemelas? Una manipulación. ¿El alunizaje? Un invento. ¿El 5G? Un plan de espionaje. ¿El Covid? Una pandemia pilotada. ¿La inmigración? Una estrategia globalista. ¿La planificación familiar? Imperialismo demográfico. Siempre hay una conspiración para explicar lo que no está como nos gustaría que fuera, un complot para justificar los fracasos, una conjura que ofrece un chivo expiatorio en bandeja.

Mesiánico por vocación, ¿cómo no iba a ser complotista el peronismo? Lo tiene en el código genético, Cristina Kirchner no inventa nada: la “sinarquía internacional”, decía Perón, ese engendro de la fantasía nacional-popular, es la “coincidencia básica de las grandes potencias que se unen en la explotación de los pueblos colonizados”. De ahí que “todo argentino” que “asimile las pautas culturales” de las potencias trabaja para ellas: pensamiento nacional o cipayo, del mesianismo al autoritarismo.

Hace mucho tiempo, cuando era apenas un padre jesuita, Jorge M. Bergoglio explicó que el gran daño causado por Juan Calvino había sido separar la mente del corazón, la razón de la fe. No estoy seguro de que fuera tan así ni de que, de haberlo sido fuera del todo negativo, pero viene al caso para observar que mientras seducen el corazón y apelan a la fe, los complots escapan a la mente y no son falseables por la razón. Ahora, si entre tanta inútil melaza sentimentalista se afirmara en el debate político un poco de racionalidad, ganaría el bien común.

 

*LA/NA