22 noviembre, 2021
Sergio Uñac, el gobernador argentino con mejor imágen, invitó a varios gobernadores a ver el partido de la Selección y pensar en un nuevo armado del PJ
Por Ignacio Zuleta
La principal mesa de examen -casi una autopsia- del peronismo después de las elecciones no ocurrió ni en Olivos ni en el Instituto Patria. Fue en un santuario amigable a los «federales» del partido, la provincia de San Juan que gobierna Sergio Uñac, uno de los pocos ganadores de su fuerza en las elecciones del 14 de noviembre. «Gané por menos, pero gané en todos los municipios», comentaba en la trasnoche que siguió al partido Argentina-Brasil.
Llevó a un grupo de colegas de otras provincias a cenar en el salón Los Morrillos. Allí ensayaron el primer el diseño de un comando del peronismo federal, diferenciado de los «ismos» del peronismo del AMBA. «No somos ni el kirchnerismo, ni el cristinismo, ni el albertismo ni el massismo. Somos el peronismo», se despidieron Uñac, Gustavo Bordet (Entre Ríos), Omar Perotti (Santa Fe), Ricardo Quintela (La Rioja) y Oscar Herrera Ahuad (Misiones).
«Si fueras un adefesio o un perdedor ninguno hubiera venido a San Juan», comentó uno en la sobremesa que se extendió hasta la madrugada del miércoles. Discurrieron en apartes, porque en el palco del estadio y en la cena había muchos curiosos ante quienes debían ser discretos. Uno de ellos era el gobernador de Mendoza, el radical Rodolfo Suárez. Su distrito, la capital de la provincia, registró la mejor elección de la oposición frente al peronismo. En esos diálogos cortados por el protocolo, pergeñaron un programa de avance nacional.
El martes del partido en el estadio de San Juan, los gobernadores habían recibido una invitación de Olivos para acompañarlo a Alberto al acto de la plaza del día siguiente. Faltó la mayoría y el protagonismo lo encarnó el referente del peronismo del AMBA, Axel, el gran derrotado.
Los mandatarios del peronismo vieron las elecciones de medio término como un plebiscito de Alberto. Le salió en contra y los arrastró a ellos. La mayoría perdió en sus provincias. En política la derrota es el límite. Nadie asume el liderazgo de esa decisión masiva de no ir a la plaza. Todos tenían algo más importante que hacer que mostrarse en ese escenario de perdedores.
Esa ausencia de la mayoría de los “federales” es el dato más importante del acto, una trivialidad para movileros que dejaron poco en materia política. Tan importante como la condena que hizo Alberto a la estrategia de ir con listas únicas en la provincia de Buenos Aires. La decisión de Cristina y Maxi de no permitir la competencia interna derrumbó al gobierno en las urnas. Ahondó las divisiones preexistentes en el peronismo. Alberto dijo que ahora hay que poner las diferencias sobre la mesa. Ahh, ¿había diferencias? ¿Quién las puso bajo la mesa? ¿Las expresarán Alberto y Massa con los argumentos anteriores al acuerdo de retorno al cristinismo? Es una amenaza que deben haber anotado en la familia. Por ahora es una promesa de internas. Aunque en el peronismo nunca se sabe.
En toda la historia hubo una sola interna nacional, fue para candidatos en 1988. Menem lo tumbó a Cafiero. Quedaron tan escaldados que nunca más intentaron repetir la experiencia. Es frecuente que en el peronismo los candidatos alcancen cargos por el método del dedo; cuando los echan, dan una pirueta y reclaman ir a internas. Para impedirlo se crearon las PASO. El sistema prevé que quien pierde se va a la casa. Fue el motivo de la lista única, que se explica como la contracara.
Otro aporte del acto fue la mención por parte de Alberto, Massa y Kicillof sobre “institucionalizar el frente”. Una curiosidad esa coincidencia de los tres, porque reflota el proyecto de Jorge Capitanich de reformar la carta orgánica para crear un frente nuevo dentro del cual se integre el PJ.
La mención de los tres obedece a que volvió a circular el proyecto del chaqueño (que estuvo en Buenos Aires el miércoles, pero tampoco se quedó para el acto de la plaza). Lo presentó antes de la peste, en febrero de 2020, y propone un formato en donde los caciques del peronismo territorial pueden negociar estrategias con el peronismo del AMBA. Hoy conviven jefazos con votos que ganan en sus distritos, pero cuando se enganchan al destino del peronismo del AMBA, pierden.
Uno de los mecanismos a estudiar es formalizar la liga de gobernadores como una mesa colegiada que toma decisiones de manera indirecta. Algo parecido al Comité Nacional de la UCR. Es una manera de compensar el peso de los grandes distritos en donde el peronismo tiene dificultades y compromete el destino del partido en todo el país.
El 14 de noviembre, el peronismo volvió a perder en seis de las siete grandes provincias. La idea es desenganchar al conjunto de los flautistas de Hamelin del AMBA. Capitanich llevó esa iniciativa a Cristina y a Alberto, que la hundió porque encerraba el proyecto del «Coqui» de ser él el nuevo titular del PJ.
El presidente -un estilista de las debilidades- no estuvo nunca dispuesto a ceder posiciones. Alberto se hace asesorar en esta materia por el intendente de Zárate, el socialista y ahora cristinista Osvaldo Cáffaro.
La derrota del 14 de noviembre aísla más a un presidente que anochece en su porteña soledad (Horacio Ferrer). La base argumental es que la Argentina pasó del bipartidismo de 1983, cuando PJ-UCR concentraron el 92% de los votos, a un sistema tripartito con el FrePaSo de los años ’90. Ahora es un esquema de coaliciones polarizadas. Estas se tienen que formalizar para ampliarse sobre bases sólidas y ganar poder, porque su objetivo es que la coalición opositora estalle por los aires.
Es lo que hizo Cambiemos cuando gobernaba, beneficiado por la división del peronismo, que se fomentaba desde Olivos y desde el Congreso. Y lo que intenta hacer hoy el gobierno con Cambiemos. La movida federal no tiene misterios. La política, como la naturaleza, le tiene horror al vacío. La derrota es el vacío. Lo intentan ocupar ahora quienes tienen algo de poder.
El peronismo federal administra la mayoría de los territorios, pero ha vuelto a perder arrastrado por el AMBA. La experiencia los lleva a soltarle la mano a la trifecta presidencial, como lo hicieron con Menem contra Cafiero, en los ’80, con Duhalde en los ’90, y con Kirchner después de 2003. El AMBA no tiene suerte, o trae mala suerte. Viene a ser lo mismo.
La tensión hace que las elecciones sean cada vez más competitivas y que la Argentina termine mostrando este cuadro de empate que ilustra el resultado del 14 de noviembre. El peronismo que había ganado el poder con un triunfo holgado en 2019 perdió más de 5 millones de votos en dos años. Vaya que le cuesta crecer.
Cambiemos, por su lado, vuelve a sacar en las últimas elecciones el 41% de los votos. El mismo porcentaje que tuvo esa alianza en 2019. Bien por ellos, pero han sacado también menos votos, aun triunfando, y no han crecido. Para los gurús de la oposición es decisivo encontrar algún impulsor de crecimiento porque si en el peor momento del peronismo – que es éste – no crecen, es que algo hay que rectificar.
Es difícil encontrar una fórmula para esto en tiempos de euforia. Los resultados electorales, en realidad, no hay que analizarlos al calor del escrutinio. Hay que interpretarlos en el mediano y largo plazo para certificar el éxito o fracaso de las estrategias. No se equivoca un jefazo radical, de quien oculto en nombre por decoro, cuando dice que una elección parlamentaria es un orgasmo (emplea, en realidad, una palabra más inclusiva) de corta duración que ni vale la pena festejar.
Gerardo Morales a viajó a militar, en beneficio de su provincia, la producción de aceite de cannabis para uso medicinal. Lo recibe en Madrid Ricardo Alfonsín con quien nunca rompió las relaciones personales, ni cuando el hijo de Raúl aceptó la embajada de este gobierno en Madrid.
El justificativo de la visita a España es también mantener alguna reunión con amigos del socialismo gobernante, que han sido socios del radicalismo toda la vida -la UCR pertenece a la Internacional de ese partido-. Los distanciaron la amistad del PP con el PRO macrista, socio de los radicales en Cambiemos, y la captura del socialismo español de estos años por la sigla Podemos, de honda inspiración peronista y chavista.
Esos encuadramientos no impiden que Pedro Sánchez –jefe de gobierno de España- y el auditor Jesús Rodríguez -mentor senior de la UCR- convivan como vicepresidentes de la Internacional. Jesús se ocupó de que Morales se entreviste con la vicepresidente del PSOE Cristina Narbona, y el portavoz parlamentario Héctor Gómez. Narbona es la esposa de Josep Borrell, excanciller socialista que se crio en Mendoza -adonde llegó su padre como emigrado en los años ´40-. Borrell logró la ciudadanía argentina en 2019 con la asistencia del exembajador Ramón Puerta y del gobernador de esa provincia, Alfredo Cornejo.
Hay que anotar este viaje de Morales en la faena principal de los radicales de hoy, que es la pulseada por la renovación de la cúpula del partido. Morales tiene ya capturada una mayoría holgada de delegados al Comité Nacional -son quienes eligen la conducción-.
El otro candidato es Martín Lousteau, socio mayor del PRO en la Capital, y que actúa como brazo del radicalismo de ese distrito, bajo el control de Enrique Nosiglia. Morales desbrozó malezas en la semana. Se reunió con el gobernador de Corrientes Gustavo Valdés, y pacificó rispideces.
Son naturales en mesas de cabecera horizontal como las de la UCR. Valdés aporta nombres a la nueva conducción que reemplazará a la de Alfredo Cornejo. Los radicales en realidad compiten por una triple corona. Son tres copas en disputa: las presidencias de los bloques en Diputados y Senadores, y la del partido. Equivalen a las copas Argentina, Sudamericana y Conmebol.
Morales se asegura la presidencia del Comité Nacional, y le puede servir mostrarse con Ricardo Alfonsín (su apellido emblemático le ha venido bien para ser diputado, diplomático y candidato a gobernador), para ampliar la base de consenso con la familia radical. No está de más.
Para los otros dos trofeos en juego hay escaramuzas con color ya definido. Cornejo aspira a presidir el bloque de Cambiemos en el Senado, hoy en manos de Luis Naidenoff. Necesita los 13 votos que hoy tiene el formoseño, pero puede haber repechaje porque Naidenoff ejerce de jefe de bloque y de interbloque. Si Cornejo negocia, puede lograr ese cargo en un Senado en donde el peronismo no tiene quórum propio, y cada sesión y cada votación será un parto.
Si no logra esas dignidades, irá por un cargo menos operativo, pero con más lucimiento: la vicepresidencia Segunda de la Cámara, hoy en manos de Lousteau. No es fácil porque Cornejo ha hecho equilibrio hasta ahora en la puja Morales-Lousteau por el trono partidario. El objetivo del mendocino es volver a la gobernación de su provincia, y para ese proyecto, todo suma.