9 abril, 2022
Con urnas cada vez más esquivas, Cristina Kirchner resalta méritos del sistema chino y sueña con una nueva Constitución
Por Pablo Sirvén
Dejó mucha tela para cortar la “clase magistral” de Cristina Kirchner en la Universidad del Chaco Austral el viernes último, pero si hubiese que elegir un solo párrafo de su kilométrica disertación, habría que destacar por su relevancia y significación aquel en el que ponderó la eficiencia del capitalismo chino, mérito que atribuyó a la única agrupación política que comanda la nación más poblada del planeta ininterrumpidamente desde 1949: el Partido Comunista de China (PCCH).
Hubiese sido interesante que desarrollara el concepto, cosa que no hizo, pero quedó flotando como una grave analogía si, tal como sugirió tácitamente, lo que pretendía era contrastar con la variedad de partidos políticos que caracterizan a la democracia occidental y que la hacen, en los tiempos que corren, cada vez más ineficiente. Para recibir el doctorado honoris causa de la mencionada casa de estudios, CFK eligió disertar sobre “la insatisfacción democrática”.
Si las tantas y variadas turbulencias institucionales no han logrado hacer mella en el sistema democrático que los argentinos hemos abrazado firmemente desde 1983, queda pendiente aún resolver la naturaleza intrínseca del peronismo.
Podría suponerse que la mención al “partido único” fue una alusión al paso, casual, atrevida y sin mayores consecuencias de las tantas a las que nos tiene acostumbrados la actual vicepresidenta.
Pero no: sin querer, o queriendo, Cristina Kirchner remite a la idea original de Juan Domingo Perón, el “Partido Único de la Revolución” (primer nombre del que luego sería el Partido Peronista o Justicialista). Son hechos que sucedieron hace 77 años, y cuatro años antes de que Mao proclamara la República Popular China, comandada desde entonces, y hasta ahora, por el Partido Comunista. A Perón se le ocurrió primero, podrían jactarse sus seguidores.
La historia nunca se repite de la misma manera, pero es innegable que episodios de la vida actual cuentan con un innegable déjà vu. En aquel momento, Perón era el poderoso vicepresidente de facto de la Nación. Al acumular, además, los cargos de ministro de Guerra (lo que hoy es Defensa) y secretario de Trabajo y Previsión (el área que lo catapultó a la presidencia, en 1946), opacaba del todo al gris presidente Edelmiro J. Farrell, compañero de armas, totalmente leal y sumiso al “coronel del pueblo”. Su presidencia solo se recuerda porque fue -17 de octubre mediante- la extraordinaria rampa de lanzamiento de Perón como el más importante caudillo político argentino del siglo XX.
Las coordenadas de la “carta astral” del peronismo son más bien inquietantes: nace en el seno de una dictadura militar, fundado por un coronel, que impone una verticalidad férrea e incuestionable a su nueva agrupación. Y eso se ha mantenido a lo largo del tiempo aún, cuando tras la muerte de Perón, en 1974, otros líderes tomaron esa posta.
Lo que se constata, sin excepciones, es que el peronismo resulta exitoso cuando quien lo maneja es un líder absoluto y hegemónico. Las pruebas están a la vista: Perón (tres presidencias), Carlos Menem (dos presidencias) y Cristina Kirchner (dos presidencias y “creadora” de la actual, aunque reniega de ella, y está replegada a vice de insuperable influencia).
Por el contrario, quienes no demostraron suficiente fortaleza -Héctor Cámpora, Isabel Perón, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde y ahora Alberto Fernández- tienen un paso por el poder frágil y sufrido. Es de esperar que no padezca el actual presidente lo mismo que sus antecesores de rubro (ninguno terminó su mandato, por muy distintas razones). Especialmente que nadie trunque su gestión, como le sucedió a Cámpora, por un “golpe de palacio” (que ocurre cuando un sector más fuerte de un mismo gobierno desplaza del poder al más débil). “Yo siempre hablo de tres mandatos”, fue el mayor desprecio que pronunció al comenzar a hablar anteayer la vicepresidenta y aludir a las administraciones kirchneristas, desconociendo a la actual como tal.
Perón tuvo la habilidad de ganar elecciones dentro del sistema democrático, si bien forzándolo, al deteriorar algunas instituciones y con un discurso poco amistoso hacia la oposición y la prensa. Pero murió invicto: nunca perdió.
Lo que viene observando con preocupación Cristina Kirchner es que el peronismo enfrenta derrotas electorales cada vez más seguido y que su base electoral se achica dramáticamente. De allí también su oposición férrea anteayer al proyecto impulsado por la oposición de que la próxima elección presidencial, el año próximo, sea mediante boleta única.
No le dan los números, pero Cristina Kirchner y varios de sus adláteres fantasean con una nueva Constitución Nacional (en su alocución le dio vueltas al tema). Mira a China y añora su partido único, ahora que las urnas se muestran tan esquivas.
*NA