23 septiembre, 2025
El domingo que quebró la magia. El nuevo escenario: economía, confianza y ausentismo y los escenarios posibles para el Gobierno Nacional
Por Sergio Marcelo Mammarelli*
Las elecciones en la provincia de Buenos Aires no fueron una elección más. Fueron el golpe seco que dejó al descubierto lo que hasta ahora parecía inexplicable: un Gobierno sin estructura política, sin intendentes, sin gobernadores, sin partido, había logrado sostenerse durante casi dos años solo con un relato de épica personal y un programa económico que prometía dolor como vía de redención. Pero el domingo 7 pasado, el hechizo se rompió.
La Libertad Avanza y sus socios del Pro cosecharon apenas un 33–34%, frente a un Peronismo unido que rozó el 47%. Una diferencia que no puede minimizarse como accidente ni atribuirse solo a errores tácticos. Fue un plebiscito a la gestión de Milei en el distrito más poblado del país. Y lo más grave para el oficialismo: no se trató de una derrota provincial, sino de un mensaje nacional.
La relación entre economía y política nunca fue lineal, pero en este caso los números hablan por sí mismos. El Índice de Confianza del Consumidor de la Universidad Torcuato Di Tella cayó 14 puntos entre julio y agosto. El de Confianza en el Gobierno, lo mismo. Y esos relevamientos son previos al escándalo de los audios de Diego Spagnuolo, donde se menciona un presunto sistema de coimas administrado por Karina Milei y los Menem.
La consultora Casa Tres, de Mora Josemi, mostró un dato demoledor: el 65% de los bonaerenses admite haber resignado consumos en los últimos meses. La “mejor política” del Gobierno, según el 29%, fue la baja de la inflación. La peor, para el 25%, el recorte a los jubilados. Esa grieta entre el orgullo del Presidente y la vida cotidiana de los votantes es la que explica el dato final: 51% anticipa que en octubre votará contra el oficialismo.
En este contexto, se suma otro fenómeno silencioso: más de 2 millones de bonaerenses se ausentaron respecto a 2021. ¿Quiénes son? Desde las oficinas de Mauricio Macri sostienen que son ex simpatizantes del expresidente que en 2023 votaron a Milei para evitar a Massa, pero que ahora se sienten defraudados. Es decir, voto prestado que ya comenzó a fugarse.
La elección de octubre tendrá una novedad institucional: la boleta única de papel. Su impacto puede ser decisivo. En un país donde la movilización, el clientelismo y la fiscalización eran piezas claves, la BUP convierte al elector en protagonista solitario. Ya no habrá punteros que entreguen la boleta en la puerta de la escuela ni fiscales cuidando cada lista. El elector entrará con una lapicera y decidirá si marca por nombre, foto, color o, en el peor de los casos, cualquier cosa. Ese cambio favorece a las estructuras políticas con mayor organización territorial, experiencia y capilaridad social: el Peronismo, las fuerzas provinciales, los partidos tradicionales. Para Milei, que carece de todo eso, puede ser un abismo, aunque también puede ser la sorpresa.
Lo único cierto es que las últimas semanas reconfiguraron el horizonte de octubre donde hay más que razones para pensar en tres escenarios posibles. El primero y más deseable, la recuperación, aunque sea parcial. Milei logra estabilizar la inflación, muestra alguna mejora simbólica, y evita un derrumbe electoral. Pierde bancas que podría haber ganado, pero mantiene un núcleo duro, con una elección no del todo victoriosa pero digna. Con este escenario, Milei abre una nueva etapa, más pragmático, obligado a negociar, pero con una enorme posibilidad de enderezar y hasta modificar las tendencias. Diríamos que sería toda una oportunidad y que nada está perdido por ahora.
Frente a esa posibilidad, hay otro escenario posible. El bloqueo y estancamiento. La economía no mejora lo suficiente e incluso consolida la depresión de la microeconomía. Mientras tanto, la oposición gana bancas claves en la elección de octubre y controla Diputados con mayor consistencia. En esta opción, el Gobierno queda atado, sin poder impulsar reformas estructurales. El Congreso se convierte en un campo de bloqueo y negociación permanente. Milei se transforma en pato rengo con la única aspiración de ser otro presidente no peronista en solamente poder concluir su mandato y nada más.
Sin embargo, todavía, hay un escenario peor. La derrota contundente. La primera consecuencia: El malestar social explota. La inflación persistente no baja, aunque se mantiene, pobreza creciente, escándalos sin respuesta. El Peronismo logra una mayoría sólida, los gobernadores se despegan del Presidente, y la oposición controla el Congreso. Se instala la idea de que Milei ya no gobierna, sino que sobrevive. Se disparan rumores de juicio político y hasta nombres alternativos para una sucesión. En conclusión, el final se acelera.
Con los datos de hoy, los indicios ubican a la Argentina entre el escenario A y B. Nadie presagia una derrota contundente y los rumores de caída solo le pertenecen a impresentables de la política. Aun así, octubre se presenta como un futuro incierto bastante diferente de las encuestas y presagios de apenas unos meses atrás, donde observaban las elecciones de medio término, como un simple trámite que consolidaría al Gobierno a través de un verdadero plebiscito favorable.
Tal como ocurrió tantas veces en nuestro país, el caso Milei nos enfrenta a preguntas de fondo que deberíamos hacernos con más frecuencia. ¿Hasta qué punto la democracia legitima un programa económico cuyo costo lo pagan principalmente los más débiles? ¿Existe un límite moral para imponer sacrificios estructurales en nombre de un futuro incierto?
En lo personal, mi respuesta fue insistente y reiterada a lo largo de estos dos años. ¿Dónde está el límite de tolerancia de la sociedad? Milei prometió sangre, sudor y lágrimas. Lo sorprendente fue que amplios sectores aceptaron esa promesa en 2023. Pero toda promesa es un contrato social implícito: si el dolor no trae resultados palpables, el contrato se rompe. Y cuando el contrato se rompe, el poder se evapora.
Lo extraordinario de Milei, su rareza, su condición de outsider, fue su principal fortaleza. Pero esa rareza, sin eficacia, se transforma en debilidad. El hechizo dura mientras se cree en la magia. Y el domingo, el público comenzó a descubrir los trucos.
El lunes tal como lo había anunciado, Milei habló por cadena nacional, para presentar el presupuesto nacional para el 2026. Fue un discurso raro, breve, leído hasta el detalle, sumamente sobrio y absolutamente reprimido desde el punto de vista de la expresividad emocional. Para sintetizarlo, Milei parecía que no era Milei. Y el rey león que acostumbramos a ver, el lunes parecía indefenso o como diría el general Perón, herbívoro. Sin embargo, en esas palabras, había un mensaje mucho más fuerte escondido. Por primera vez, el Presidente tomó conciencia de que su programa económico ha perdido consenso. Lo que escuchamos el lunes, fue un presidente que se dirigió a la sociedad tratando de conseguir más tiempo y que sigan apoyando su política. Está más que claro que Milei, el domingo 7 de septiembre recibió la mayor de las derrotas desde que asumió su gobierno que desembocó en lo que Carlos Pagni en Odisea Argentina, tituló “Milei ya no es emperador”.
El resto del mensaje, como la síntesis del presupuesto, estuvo teñido por la ocasión. Partiendo de que el ancla de este Gobierno es fiscal, ratificó el equilibrio fiscal, aunque por primera vez va a haber un gasto mayor en áreas sensibles, que coinciden con los puntos que lo hicieron perder hasta acá. Mas gastos en universidades, aunque al otro día, la totalidad de las Universidades ya anunciaron que solo significa la consolidación de un ajuste brutal; en jubilaciones, aumentos por encima de la inflación, cuyo impacto todavía es imposible de calcular; y también en salud, educación y en discapacidad, que le dieron el distanciamiento y quiebre en el Congreso.
En lo personal, lo que más me impactó es que esta vez, lejos de hablar de la casta inmunda y las ratas del Congreso, prometió que va a trabajar codo a codo con los gobernadores, diputados y senadores. Como comentó Carlos Pagni, “uno podría decir que es un plan Larreta porque en su campaña hablaba de que el 70% de la clase política tenía que estar ordenada detrás de un programa de gobierno”. El segundo dato a favor, que formó parte de mi insistencia hace rato, es que por primera vez se habló de obra pública, más allá de una forma de financiamiento que todavía no sabemos cómo podrá ser.
En síntesis, un Milei irreconocible, al punto que ni siquiera cerró con su clásico y combativo “viva la libertad, carajo”, ni se rodeó de sus funcionarios, como en otras cadenas. Solo se animó a vaticinar que “lo peor ya pasó”, plagiando un discurso de Mauricio Macri del 2018. El único dato de color como bien lo advirtió también Pagni, Milei no pudo contenerse al exabrupto de ser el primer gobierno con superávit fiscal en los últimos 120 años, cuando ya Roberto Lavagna, ministro de Eduardo Duhalde y después de Néstor Kirchner, inauguró una política de superávit fiscal y superávit de cuenta corriente, de lo que se llamaban superávits gemelos. Dicho de otro modo, aún en esa represión verbal y prolija lectura, Milei es Milei.
En definitiva, de todas las reacciones que podían esperarse del Presidente, claramente el lunes vimos el “mejor costado”. Sin embargo, hay una pregunta que ni él ni nosotros podemos contestar. El cambio es real. El cambio fue a tiempo o la suerte ya está echada. Solo el 26 de octubre sabremos la respuesta, aunque su resultado solo será un dato para los años que le quedan de gobierno y nada más.
La caída del oficialismo en Diputados frente a la pulseada de los vetos, que al día siguiente se replicó en el Senado, no solo desnuda su fragilidad política sino también refleja que el mercado, lejos de comprar discursos emocionales, ajusta las cuentas con la frialdad del bolsillo. La conclusión de todo esto, la gobernabilidad está en jaque, y no solo en las bancas.
La frase inmortalizada por Pugliese vuelve como un boomerang cruel sobre la política argentina. El oficialismo creyó que la épica podía reemplazar a la aritmética parlamentaria y que la narrativa podía torcer al mercado. El resultado fue todo inverso. Derrota en Diputados y en el Senado. Es evidente que el corazón no paga sueldos, no liquida deuda y no compra votos. El bolsillo, en cambio, ajusta cada número, sanciona sin indulgencia y deja al descubierto que los discursos huecos no mueven la aguja ni en el Congreso ni en la City. Y esa combinación, en Argentina, suele ser preludio de tormenta.
El riesgo país se mantiene altísimo. Pero más grave es el riesgo Milei. El riesgo de un presidente que, sin partido, sin estructura, sin autocrítica y sin resultados palpables, puede enfrentar en octubre un voto castigo que lo deje sin gobernabilidad.
Si el domingo fue un anticipo en la provincia de Buenos Aires, octubre será el veredicto. Y el veredicto puede ser brutal. Porque si Milei pierde fuerte, no habrá segunda oportunidad. El experimento libertario quedará reducido a un recuerdo excéntrico en la historia política argentina, y la democracia volverá a sus viejos jugadores. Y ahí está la gravedad del asunto.
La gran ironía de Milei es que llegó para enterrar al Kirchnerismo, pero puede terminar resucitando una nueva versión de Peronismo más fuerte que nunca. Y entonces, los que votaron “contra la casta”, descubrirán que la verdadera magia no era el león rugiendo en los escenarios, sino el eterno retorno de los mismos de siempre. Una verdadera pena si ello ocurre.