1 mayo, 2021
La pandemia ha trastocado nuestras vidas, ha cambiado muchos planes, nos ha obligado a adaptarnos y a ser pacientes y resilientes. Muchas personas, además, creen que, de una forma u otra, les ha echado años encima.
Tras casi año y medio de pandemia y restricciones, el que más y el que menos siente que esta le ha pasado factura psicológica.
Dejando aparte a los grandes damnificados: personas que han perdido a algún familiar a causa del Covid-19, se han quedado sin trabajo o han tenido que cerrar su negocio; hay una sensación generalizada de agotamiento mental. La incertidumbre sobre el futuro, la imposibilidad de hacer planes a medio plazo, la escasez de contacto social, las restricciones de movilidad… es la fatiga pandémica que la mayoría padecemos.
Con la ilusión un poco mermada o una cierta sensación de tristeza y desconcierto ¿quién no ha oído decir o ha pensado que esta situación, que ha puesto patas arriba la vida que conocíamos, y le ha echado unos años encima?
Según la psicóloga Ana Villarrubia, que acaba de publicar el libro «Aprende a escucharte» (La Esfera), hay que resistir a esta consecuencia no deseada que está ocasionando el virus en el mundo.
P: ¿La pandemia nos ha hecho ‘envejecer’?
No me atrevería a hablar de un envejecimiento generalizado, aunque algunos pacientes en la consulta sí me lo han referido exactamente en esos términos, hablando del cansancio que sienten y de lo mucho que les cuesta hacer algunas cosas en el día a día. Lo que sí tengo muy claro y es palpable en la mayor parte de la gente es la sensación de vida detenida, de tiempo robado, de desorientación en el espacio y en el tiempo.
P: ¿Afecta a todos por igual?
En función de la edad o del momento vital, puede tener unas consecuencias u otras. En los jóvenes, por ejemplo, especialmente en los adultos jóvenes, que, además, han tenido la mala suerte de vivir dos grandes crisis de manera consecutiva, esta sensación de paralización es demoledora porque les ha llevado a modificar todas su expectativas y aplazar la construcción de su proyecto de vida. Sienten una profunda sensación de injusticia, de agravio comparativo especialmente dirigido a ellos. Por eso, en ocasiones, se rebelan torpemente, dando lugar a comportamientos incoherentes, incívicos o egoístas. Pero la mayor parte de ellos racionaliza la situación con estoicismo, con responsabilidad y con el ánimo de poder adoptar pronto, de nuevo, una perspectiva constructiva sobre el futuro.
¿Qué pasa con los mayores?
La indefensión es la consecuencia de la rabia y el hartazgo sostenidos en el tiempo, de la decepción con la vida por haberles privado de tanto en unos años tan importantes, por haberles privado de compartir con los suyos, de sus rutinas diarias, de sus relaciones sociales y sus actividades de disfrute, especialmente en unos años que estaban llamados a ser los del descanso, la placidez y el acompañamiento familiar. Esos años que tanto merecían y que, de un modo u otro, se han visto cercenados.
Salir muy poco, tener relaciones sociales escasas, estar en alerta ante el contagio posible y desatendernos en el entrecasa… ¿nos hace envejecer?
Nos hace envejecer, pero lo peor de todo es que nos hace envejecer mal. Nos aísla de nuestra red de apoyo y nos priva de muchos estímulos y refuerzos que antes dábamos por sentado. Si entendemos el proceso de envejecimiento pasivo como un proceso de pérdidas frente a las cuales nos resignamos, y que nos desmotivan hasta el punto de perder fuerzas y horizontes, entonces sí podemos llamarlo de ese modo.
El mayor estímulo del que disponemos es precisamente la relación con los otros, la vinculación al mundo y el enganche a la vida pasa por la vinculación con nuestro entorno y todos los que nos rodean. El envejecimiento activo y saludable pasa por envejecer acompañado, y ello tiene relación con un menor deterioro cognitivo y con la mejora de la satisfacción con la vida en todas sus áreas relevantes.
¿También les pasa a los niños y adolescentes?
Son etapas vitales en las que las relaciones sociales cobran una dimensión extraordinaria: los niños a partir de los 3 años y, muy especialmente, los adolescentes. Para ellos, en pleno proceso de edificación de su personalidad, la identidad se construye, reivindica y ejerce en el grupo de iguales, su referencia. Ellos no habrán envejecido en este sentido, sino más bien al contrario: es posible que acumulen ciertas carencias que, aunque no son insalvables, sí que interfieren en su proceso de madurez y han obstaculizado la sana adquisición o el perfeccionamiento de muchas habilidades sociales.
¿Cree que a los jóvenes les ha hecho madurar esta situación inesperada?
En un primer momento no, más bien todo lo contrario. Sin embargo, una vez inmersos en la crisis, como a todos, les toca gestionarla. Y es en ese proceso de gestión emocional, y de expectativas, de autocontención y de autorregulación, donde sí surge una oportunidad para el cambio, para la proactividad, para la adquisición de responsabilidades y para la madurez. Al final las crisis no nos derriban directamente, sino que es la gestión que hagamos de ellas la que determina sus secuelas. Y en todo conflicto surgen oportunidades para entrenar nuevas estrategias de afrontamiento que nos hagan más robustos psicológicamente, que nos enriquezcan y que nos permitan ser más adaptativos ante contextos vitales más variopintos.
¿Cambiará el cliché que asocia la juventud con salir mucho, estar con mucha gente, trasnov¿char…?
No tiene por qué. Lo que los jóvenes han demostrado es tener una gran capacidad de adaptación, de renuncia y de aceptación de la imprevisibilidad. Pero eso no quiere decir que, en circunstancias de normalidad (que volverán, no tengo ni la más mínima duda) no recuperen ellos también sus viejas inercias. Todo dependerá de que no acumulen miedos, evitaciones u otras vulnerabilidades psicológicas y, a partir de ahí, con nuevas herramientas para la vida, serán ellos quienes vayan experimentando en qué estilo de vida se sienten más cómodos y qué patrones de comportamiento y de relación social quieren mantener o modificar.
¿Vamos a ser distintos cuando se supere la pandemia?
Honestamente, y sé que me agarro mucho los dedos con una respuesta contundente, creo que no. Ahora bien, que no se entienda esto desde la frivolidad. Quienes han sufrido muy de cerca, quienes se han sentido más vulnerables y abandonados que nunca, quienes se han visto privados de las despedidas y condenados a duelos complicados e inhumanamente dolorosos, quienes han temido la muerte de un modo que jamás antes habían experimentado o quienes han sentido que la sociedad les daba la espalda y les condenaba a la miseria, todos ellos sí habrán reestructurado sus esquemas sobre el mundo. Cambiarán quienes no se hayan sentido mínimamente arropados y hayan construido un esquema extremadamente hostil del mundo. Es responsabilidad de todos que eso no pase, que nadie se quede atrás, que nadie sienta que dejó de estar en el mismo barco que el resto del mundo para perderse a la deriva.
Sus recomendaciones para no sentirnos con diez años más
Ante todo, permitirnos expresar nuestras emociones, sin que ello genere vergüenza ni culpa, y permitirnos pedir ayuda. La búsqueda de apoyo social se asocia erróneamente con fragilidad cuando, en el fondo, es la estrategia de afrontamiento más madura y más eficaz de todas las que dispone el ser humano.
Además sugiere:
. Mantenernos centrados en el aquí y el ahora.
. No perder de vista los objetivos que teníamos planteados, pero estar preparados para flexibilizar su consecución.
. Valorar los pequeños pasos del día a día y reforzarnos por ello.
. No renunciar a ninguna gratificación.
. No renunciar a ninguna relación social, aunque aun hayamos de adaptar nuestras formas de compartir y de comunicar.
. Recuperar todo aquello que era parte de nuestra identidad, aunque creamos que no nos apetece, pues la propia pérdida de estimulación genera más desidia y desmotivación.
. Aceptar que no siempre podemos con todo y tener una mirada más compasiva o menos exigente hacia el interior.
. Ocuparnos de lo que está en nuestra mano asumir, por poco o mucho que sea, sabiendo que eso es todo lo que podemos hacer y que lo que no depende de nosotros no tiene más remedio que esperar o ser integrado.
*Telva