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23 octubre, 2025

El desencantado: los dilemas de octubre y la confesión de un votante que no lo votará

“¿Por qué soy un desencantado?”. La pregunta no es solo personal, es social. No se trata de un arrepentimiento tardío ni de un pase a la oposición: es la confirmación de dudas que estaban latentes en la primera vez y que solo la amenaza de la continuidad kirchnerista me llevaron a silenciar. Ese voto personal del 2023 fue de descarte, nunca de convicción. Me costó decidir votarlo, pero al final lo hice. Hoy, dos años después, ya no queda resto de crédito. Y no soy el único.

Por Sergio Marcelo Mammarelli*

El voto de la bronca y el voto del temor

La sociología electoral explica que la segunda vuelta del 2023 no fue un plebiscito positivo sobre Milei, sino un plebiscito negativo contra Massa y el Kirchnerismo. El 26% adicional que se sumó a los libertarios no lo hizo por adhesión ideológica ni por enamoramiento político, sino por miedo, hartazgo o como último recurso ante un sistema que parecía agotado. Ahí está al menos la explicación de mi voto. Fue la expresión más genuina por votar al menos malo dentro de opciones que no convencen.

Esta sensación de hecho fue muy heterogénea. Se juntó una “clase media urbana” cansada de la inflación y de la presión impositiva. Jóvenes precarizados que nunca habían tenido expectativa en la política. Sectores conservadores que vieron en Milei un ariete contra el “populismo”. Y una porción de independientes o de otras expresiones políticas que simplemente no querían volver al Kirchnerismo. Lo que unió a todos fue el rechazo, no la adhesión. Y como suelo sostener siempre, “el pueblo nunca se equivoca” y votó la mejor opción que le pusieron por delante.

El desencanto como proceso social

El desencanto no estalló en una semana, se fue incubando en silencio. En mi caso, lo fui adelantando en cada editorial durante estos dos años. El votante que prestó su apoyo esperaba tres cosas básicas que, lamentablemente, no se cumplieron:

  • Orden macroeconómico real, no solo motosierra discursiva.
  • Estilo democrático en la gestión, que no existió nunca.
  • Un horizonte de inclusión social, aunque fuera a largo plazo, que fue objeto de agresión permanente.
  • A lo largo de estos 18 meses fuimos asistiendo a un constante desencanto que en lo económico se tradujo en la siguiente frase del propio Jefe de Gabinete, “la macro no llegó a la micro”.

En mi caso, la explicación es otra. La motosierra era originalmente para los privilegiados y la casta. No era para los jubilados, los discapacitados, los médicos, los obreros, los albañiles, las empleadas domésticas o los menos favorecidos de la Argentina. De este modo, lo que se fue consolidando fue una suerte de injusta conclusión: la gente pauperizada de los conurbanos no estaba prevista en el modelo libertario, que solo se enfocó en el campo, la minería y el petróleo. El que mejor lo explica, es el jesuita Rodrigo Zarazaga. La diferencia entre los pobres y la clase media son ocho días. Los primeros llegan hasta el 12 y los segundos hasta el 20.

El resultado de este lento proceso se visualizó de golpe en la provincia de Buenos Aires. Dos millones de bonaerenses, dolidos con Milei, no fueron a votar el domingo y algunos otros eligieron incluso votar al Justicialismo por las mismas razones que habían votado a Milei en 2023. No fue un plebiscito positivo sobre el Peronismo sino un plebiscito negativo contra Milei y su modelo. Un Gobierno que eligió la polarización permanente, que despreciaba a sus aliados, que se encerró en la lógica de “ellos o nosotros”. Ese votante hoy, en una inmensa mayoría, se siente estafado en la promesa de cambio institucional, y no solo en la económica, que lo castigó sin descanso. El desencanto, por tanto, es más sociológico que económico: nace de la frustración de un contrato simbólico roto.

El espejo bonaerense: la aritmética del desencanto

Las elecciones en la provincia de Buenos Aires fueron el espejo cruel. Allí confluyeron tres decisiones sociales:

El rechazo al ajuste, expresado en el núcleo duro Peronista.

El retiro de aquel voto prestado que había llegado por descarte, que se manifestó no solo votando otra opción, sino fundamentalmente no concurriendo a votar.

Y la persistencia de un tercio fiel a Milei, dispuesto a bancar cualquier costo. Nada diferente al porcentaje obtenido por Milei en la primera vuelta.

El resultado mostró algo sociológicamente clave: la mayoría electoral de Milei nunca fue sólida, fue un espejismo sostenido por el miedo a otra opción. Cuando ese miedo se desvaneció, apareció el vacío.

¿Quiénes somos los desencantados?

El desencanto no es un bloque homogéneo y todos somos distintos de alguna forma, y componemos diversos grupos sociológicos, además de pensar muy diferente. Algunos son simplemente, pragmáticos de la clase media, que esperaban estabilidad, menos impuestos, menos inflación y mejor nivel de vida. Todos ellos no recibieron respuestas en su vida diaria y se sienten defraudados. Otros son los broncos desencantados, compuestos por todos los jóvenes que votaron a Milei para romper el sistema, pero que hoy ven que la motosierra no construye nada y que las redes sociales no alcanzan para pagar el alquiler y las cuentas del mes. Su desilusión es distinta del primer grupo y, en algunos casos, se transforma en visceral. Por último, también están los institucionalistas moderados, en general antiperonistas, que quisieron darle una oportunidad al outsider, pero que ahora se horrorizan con el estilo autoritario, los vetos y el desprecio al consenso que mostró Milei en estos dos años. En todos estos sectores, por una razón u otra, opera una misma sensación que nos une. Milei destruye, pero no sabe construir. Es la síntesis que todos sentimos y por la que nos cuesta ver un Milei diferente en los dos años que le quedan de mandato.

En todo esto, hay algo de culpa de nuestra parte

A fuerza de ser sincero, debo admitir que Milei jamás nos mintió. Es más, contó sus ideas electorales con sinceridad brutal, incluso ganando el último debate presidencial haciendo gala de su gran ignorancia política y demostrando una absoluta falta de experiencia de gestión. Para decirlo de otro modo, votamos a conciencia un líder anti política, sin experiencia de gestión que nos anunciaba las medidas más desaprensivas y extravagantes.

Ahora, muchos de nosotros le pedimos a ese mismo outsider desaprensivo y extravagante que gestione con experiencia y buen tino el Estado (al que vino a destruir) y se interese por la política (cuando les encantaba oír que le aburría). Dicho de otro modo, ahora nos asombramos que Milei no logre consolidar una gobernabilidad parlamentaria y le reclamamos que dialogue y esté abierto a consensos.

En fin, en cierto modo, me siento como un amante sorprendido, que se desilusiona por aquello que me habían prometido.

El dilema de octubre: ¿para qué?

Hoy muchos repiten: “hay que darle más poder legislativo al Presidente”. Sin embargo, los desencantados respondemos casi al unísono, ¿para qué?

¿Para seguir vetando leyes que nacen del consenso democrático, dañando aún más la institucionalidad?

¿Para profundizar el aislamiento político del Presidente y su entorno?

¿Para blindar sospechas de corrupción en su entorno familiar, evitando un posible juicio político?

¿Seguir apostando por alguien que no cubrió casi ninguna de nuestras expectativas?

¿Por miedo a que vuelva un Kirchnerismo que sabemos no tiene posibilidad de volver, con Cristina presa, la Cámpora en absoluta decadencia, Massa escondido y un Peronismo que todavía no tiene capacidad siquiera de consolidar un nuevo líder o construir un plan económico para el Siglo XXI?

La paradoja es brutal: el miedo al Kirchnerismo unió lo que Milei no supo sostener. ¿Y ahora vienen a pedir más poder para un Presidente que no sabe usar el que tiene?

En este nuevo escenario, Milei está obligado a desandar el camino de malas maniobras que terminaron uniendo a toda la oposición en el Congreso, reconfigurando la campaña electoral, que ahora juega su estabilidad como presidente si al menos no lo intenta. La tarea es dificilísima, puesto que el dato de una oposición dividida y dispuesta a negociar con los libertarios fue borrado por el propio oficialismo en esta larga secuencia de errores políticos, cometidos particularmente este año. A ello le unimos la dificilísima tarea de llamar a gobernadores que había despreciado como socios. Es complicado pedirle ayuda a quien se eligió para derrotarlo en medio de una campaña electoral. Hasta el 26 de octubre serán los días más solitarios de los libertarios en el poder. Y lo peor para el Presidente es que la necesidad de recuperarse lo encuentra en el peor momento de su plan de estabilización.

El desencanto no es oposición, es advertencia. Milei todavía tiene la oportunidad de demostrar que no es solo destructor, sino constructor. Que detrás de la motosierra puede haber un proyecto de país y no solo un baldío. Pero mientras no lo haga, mientras siga apelando al grito, al veto y a la soberbia, el desencanto crecerá. Y lo peor, no hay ninguna razón para, esta vez, apoyar al Gobierno.

Y entonces, la verdadera pregunta de octubre no será si Milei consigue más legisladores, sino si logra convencer a los desencantados de que todavía vale la pena prestarle crédito. Porque, de lo contrario, darle mayoría legislativa a Milei será como entregarle fósforos a un incendiario: nunca se sabe si calentará la casa o la prenderá fuego.

 

*Abogado laboralista, especialista en negociación colectiva, ex Titular de la Catedra de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad Nacional de la Patagonia, Autor de varios libros y Publicaciones, Ex Ministro Coordinador de la Provincia del Chubut