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19 junio, 2023

El adiós a Cormac McCarthy, el escritor que mejor supo retratar la violencia en la sociedad americana

El novelista estadounidense falleció en su casa de Nuevo México el martes pasado. Poseedor de una escritura descarnada y precisa, con personajes de vidas simples pero pensamientos complejos, en sus ficciones el sufrimiento y los actos heroicos están repartidos por igual entre buenos y malos. Hace poco se habían publicado sus dos últimos libros.

Cormac McCarthy, el escritor que mejor supo retratar la violencia en la sociedad americana

Por Omar Genovese*

El escritor estadounidense Cormac McCarthy ha muerto a los 89 años. Esa es la cruda noticia, breve, como sentencia lúgubre de alguno de sus personajes. De inmediato estalló el reconocimiento mediático en todos los sitios web de noticias, extractando la sucinta biografía de Wikipedia. Puede el lector, allí, concluir que no solo era un escritor ermitaño que rechazaba el contacto con escritores, sino también con los lectores: se negó sistemáticamente a dar cursos de escritura creativa. Y que también conoció la fama de las ventas de manera tardía, como la paternidad. También que sus novelas retrataron de una manera impiadosa tanto la violencia como las situaciones de poder en la sociedad americana, todo esto escribiendo en una máquina Olivetti vendida en subasta por más de un cuarto de millón de dólares.

Nacido en una familia católica irlandesa luego de la Gran Depresión, Cormac se crió en el sur, en donde renegó de la educación formal. En el plano universitario, estudió ingeniería y ciencias, abandonando la formación por su carrera como escritor: en lo posible sin trabajar, decidido a soportar una vida pobre para una perspectiva estadounidense, acaso austera. A través de becas, viajó a Europa y vivió en Ibiza, hablando con fluidez el castellano.

Antes, y al igual que Thomas Pynchon, sirvió en las Fuerzas Armadas, pero en una base en Alaska, donde se dedicó a la lectura.

En la tradicional actitud por clasificar a un escritor, la crítica de su país ha destacado su crudeza estilística, como heredero de William Faulkner, pero obviando otras lecturas, así como su notoria influencia sobre un arte que sí lo hizo famoso, el cine. McCarthy publicó No es país para viejos como novela luego del film con que los hermanos Ethan y Joel Coen obtuvieran el reconocimiento de los premios Oscar. La locura (psicópatas e irracionales de toda laya) y el desamparo de las víctimas identifican su sino, en tramas donde la irracionalidad es la base del destino, como el guión que McCarthy escribió para El abogado del crimen, filmada por Ridley Scott en 2013.

Existe en su obra un aire contaminado por el realismo sucio, más precisamente la influencia del escritor negado por la crítica: John Fante (1909-1983). De ahí las huellas de la marginación, la operación ambiciosa donde la riqueza arrasa con cualquier sueño americano, que queda en la memoria como una ilusión perdida en el desprecio material, concreto. Más aún, la Gran Novela Americana, especie de objetivo entre chauvinista y autoestima excesiva, ubica a McCarthy como su representante con Meridiano de sangre, hermoso título por cierto, pero no exaltado debido a la diversidad lingüística del escritor, ni por su trama que parece una amplificación orquestal y reproductiva de Historia universal de la infamia de Borges. Por caso, McCarthy vivió en El Paso, límite con México, frontera permeable al tráfico humano sin eufemismos, donde merodeó en busca de esos lenguajes mixtos, como las relaciones de poder y humillación resultante.

El carácter sociológico de su exploración también implicó la influencia del castellano en cierta fluidez de la prosa, obviando puntos y comas, extendiendo las oraciones con el uso del “y” como nexo hacia cierta continuidad del advenimiento inconsciente del lenguaje, incluso utilizando citas en dicha lengua sin traducir al inglés.

Tal vez como corolario de su carrera como escritor, luego de 16 años sin publicar, hacia fines del año pasado Random House lanzó dos novelas consecutivas, editadas en nuestra lengua en un mismo tomo: El pasajero / Stella Maris. Las noticias de prensa destacan que son el resultado de cuarenta años de trabajo y múltiples correcciones. Según el crítico francés Jean-Francois Schwab de Le Temps: “Está estructurada como un rompecabezas intelectual que plantea cuestiones filosóficas, científicas y espirituales reuniendo, a lo largo de más de 700 páginas, matemática, física cuántica, religión, psicoanálisis, conciencia, lenguaje, música, fe y locura.” El eje de ambas novelas son dos hermanos, el hombre aventurero obsesionado con el destino de su hermana, cuya virtud desmadrada es el genio precoz que se convierte en locura. Stella Maris es la “precuela” de El pasajero y, en concreto, consiste en la transcripción de las sesiones de esa mujer genio con su psiquiatra en la internación hospitalaria de la que saldrá muerta.

La versión en nuestra lengua de este díptico ha sido víctima de lo que el poeta argentino Horacio Zabaljáuregui denomina el estigma McCarthy, quien ha sido “sometido a apremios ilegales, tortura y maltrato de sus textos por parte de sus traductores españoles”. Alcanza citar lo que han hecho, en este caso, ni bien comienza El pasajero: ““Estos van a por el puto amo. Polvo loco en la Savana, Hannah. Oh, y tías a porrillo pese a que las cienciafeministas siempre están gimoteando.” Parafraseando a cierta consigna marxista disidente: McCarthy en castellano de un solo país, dentro de poco tendremos McCarthy en castellano de una sola calle.

Esta última obra, donde explora el devaneo del inconsciente humano en su manifestación discursiva, plantea otro referente literario, también del sur americano, y como él ganador del Pullitzer: William Styron (1925-2006). Más allá de su excepcional Esta casa en llamas, Styron se ocupó de la oscuridad de la mente, desde su experiencia, al sufrir depresión severa en Esa visible oscuridad: memoria de la locura. Pero el paralelismo biográfico entre ambos escritores es también sorprende, hay algo allí, una frontera disolviéndose. Tal vez por ello la Gran Novela Americana no es de un solo autor, y tampoco de una sola lengua, cuestión que deberíamos considerar incluyendo al escritor brasileño Wilson Bueno (1949-1950) en esa hipótesis, al fin, en su novela Mar Paraguayo (Interzona, 2020) constituye un lenguaje red entre el portugués, el castellano y el guaraní, donde el lector encuentra el sentido a lo narrado en la fusión de tal diversidad.

McCarthy poseía un oído particular para esos cruces, como su personaje femenino en Stella Maris, un oído absoluto. Esa es la pérdida que sufrió la literatura universal; pero está su obra, a la espera de un reconocimiento mayor desde nuevos lectores.

*EP