22 julio, 2020
Por Pilar Serrano
“¿Qué sentía por entonces y qué lo impulsaba? Una curiosidad extraordinaria”. De este modo Marcel Duchamp (1887- 1968) revelaba al periodista Pierre Cabanne los motivos que le hicieron romper moldes a principios del siglo XX.
Las reflexiones del artista que puso barba y bigote a La Gioconda o que convirtió en obra de arte un urinario que bautizaría como La fuente, se recogen en Conversaciones con Marcel Duchamp, un libro que permite conocer un poco más a este genio inclasificable y provocador, cuya obra se expone estos días, y hasta el 5 de enero de 2015, en el Centro Pompidou de París bajo el nombre ‘Marcel Duchamp. Painting, even’.
Yvonne y Magdeleine recortadas, 1911
“Creo que un cuadro al cabo de unos años se muere como el hombre que lo hizo”
“Pintas porque, supuestamente, quieres ser libre. No quieres ir a una oficina todas las mañanas”. Será por ello que, a pesar de la oposición paterna, Duchamp y sus dos hermanos mayores eligieron convertirse en artistas. El mayor adoptaría el nombre de Jacques Villon mientras que, el mediano, el de Duchamp-Villon. Pero fue Marcel el que, tras beber de muy diversos movimientos artísticos, revolucionaría la pintura para siempre: “creo que la pintura se muere, ¿sabe? El cuadro se muere al cabo de cuarenta o cincuenta años porque se le va la lozanía. También la escultura se muere. Es una manía mía que nadie acepta, pero me da igual. Creo que un cuadro al cabo de unos años se muere como el hombre que lo hizo; luego, se llama Historia del Arte (…) Los hombres son mortales, los cuadros también”.
Joven triste en un tren
Joven triste en un tren, obra de 1911, es considerada por muchos como la primera manifestación del cambio radical que sufriría y que le haría crear un lenguaje propio, aunque el propio Duchamp sostendría que la época mas significativa de su aprendizaje como artista tendría lugar en 1912, año en el que pintó su Desnudo bajando una escalera, num. 2, obra que se puede disfrutar en el Centro Pompidou y que se vería influenciada por las imágenes cronográficas de Marey y Muybridge.
La Fuente, un mingitorio fue la primera obra de arte conceptual que patéo el tablero de lo permitido
Las excentricidades de Duchamp, que llegaría a ser considerado el hombre más inteligente del siglo XX por André Breton, fueron muchas. La creación de su alter ego Rrose Sélavy (la rosa es la vida), su obsesión por el número 3 (“Me hizo gracia. Eso de que me hiciera gracia fue siempre lo que me decidía a hacer las cosas, y a repetirlas tres veces…”) o por los títulos de sus obras bautizadas con nombres tan disparatados como ¿Por qué no estornudar?, Para mirar de cerca y con un ojo durante casi una hora o Anticipo de un brazo roto, son sólo algunas de ellas.
“No hay que fiarse, porque uno deja, incluso a su pesar, que lo invadan las cosas pasadas”
A pesar de ello, Duchamp explicaba con total sencillez cada una de sus creaciones que, de un modo u otro, agitaban el panorama artístico del momento. Sobre los objetos en serie y el ready-made señalaba “cuando coloqué una horquilla hacia abajo no existía ninguna idea de ready-made ni tampoco de cualquier otra cosa, fue sencillamente un entretenimiento”. Posteriormente, Duchamp cambiaría sus parámetros de nuevo en un deseo continuo de reinventarse.
“En La Novia, en el Vidrio, intento constantemente dar con algo que no recuerde lo que había ocurrido antes. Estaba obsesionado con no usar las mismas cosas. No hay que fiarse, porque uno deja, incluso a su pesar, que lo invadan las cosas pasadas”, afirmaba el artista.
Duchamp prohibiría hacer fotos a su última obra «Dado que…» durante 15 años
Este espíritu innovador le acompañaría hasta su muerte ya que, aunque durante mucho tiempo se creyó que el artista había dejado de trabajar (“Desde que los generales ya no mueren a caballo, los pintores no están en la obligación de morir ante el caballete”), lo cierto es que su última obra fue realizada en secreto durante 20 años. Bajo el nombre de Dado que…: 1. La cascada, 2. El gas de alumbrado, esta composición emplea materiales muy diversos como madera, ladrillos, ramas o plexiglás, y sólo es posible observarla espiando a través de dos agujeritos que, al nivel de la mirada, se muestran en una puerta que mandó traer desde Cadaqués, donde pasaba los veranos.
Duchamp redactaría unas instrucciones de uso de la instalación, que entregaría por elementos sueltos, y prohibiría hacerle fotos durante 15 años. “No es, efectivamente, ni un cuadro, ni una escultura, ni un entorno, ni un ejercicio mecánico u óptico, sino todo a la vez”, afirmaba Cabanne. Podría decirse que es un cuadro mortal realizado por un Duchamp que se forjó, en vida y con toda modestia, la capacidad de ser inmortal.
*Másdearte