Las obras destinadas a la infancia están muy atadas a una serie de normas y creencias sobre lo que es adecuado para los niños, sobre lo que es correcto para su formación y para su desarrollo, así como sobre lo que les gusta. Todas estas presunciones suelen estar ligadas a la idea de un lector modelo, con gustos uniformes que se pueden extrapolar a toda la población infantil.
Por ejemplo, editoriales y mecanismos de recomendación parecen coincidir en que los libros infantiles deben estar llenos de color (¡alejen esa monocromía de las jóvenes criaturas, por dios!). O que los tonos, además, deben ser brillantes, muy saturados. Basta con revisar los estantes de las secciones infantiles para percibir cierta homogeneidad en las propuestas estéticas.
Pero cabe suponer que el público infantil es tan heterogéneo como el adulto y que, por lo tanto, afirmar “a los niños les gusta…” o “a los niños no les gusta…” parece una generalización poco realista.
Colores brillantes, historias felices
Diversos investigadores del área de la literatura infantil han percibido que se tiende a relacionar la infancia con inocencia e inexperiencia, lo que hace que tenga que ser guiada y tutelada. Bajo el paraguas de la protección, se busca a veces limitar, por ejemplo, historias o argumentos que pudieran provocar reacciones emocionales aparentemente no deseadas en la infancia, como podría ser el miedo o la tristeza. En la mediación lectora, ya sea la realizada por las familias o en las propias escuelas, no es raro que este tipo de obras queden algo relegadas por considerarse demasiado complejas o poco adecuadas.
Y sin embargo, históricamente, los personajes malvados tenían un rol central en el cuento folclórico maravilloso y predominaban en general en las historias destinadas a los niños. En las últimas décadas se ha seguido una tendencia opuesta y los adversarios han ido desapareciendo de la literatura infantil.
Cada vez menos “malvados”
Varios estudios han mostrado que la presencia de adversarios en las obras destinadas a la infancia o a la juventud quedaba reducida a poco más de un tercio de las obras; así sucedía, por ejemplo, en el análisis de 150 obras premiadas o recomendadas entre 1977 y 1990, o en la actualización del mismo estudio con obras publicadas entre 2003 y 2013, así como en una investigación centrada en 100 obras de literatura infantil y juvenil catalanas publicadas entre 2002 y 2006.
La misma tendencia se observa en los álbumes ilustrados particularmente premiados o reconocidos entre 2000 y 2019, donde solo en un cuarto de los más de 100 títulos analizados aparecía un antagonista.
Los adversarios no son solo amenazadores como los lobos o los ogros de las historias clásicas. En este último trabajo citado, por ejemplo, se identificaron cuatro tipos de adversarios en las obras:
- Clásicos, villanos típicos del cuento folclórico, como el ogro que aparece en Issun Bôshi.
- Paródicos, representaciones humorísticas o inversiones de roles estereotípicos, como el monstruo que resulta ser la mascota sumisa de la protagonista de ¡Ñam!.
- Realistas, personajes humanos dentro de narrativas históricas o sociales, como los nazis en Humo, una historia sobre el Holocausto.
- Y simbólicos, proyecciones de una lucha interna de los protagonistas, como los diferentes personajes de ficción que representan las pesadillas del niño protagonista de ¡¡¡Papááá…!!!.
¿Un mundo feliz?
Es necesario preguntarnos qué tipo de imaginario queremos que las generaciones más jóvenes habiten: uno edulcorado, libre de cualquier peligro o dificultad, o uno que plantee situaciones adversas a las que se debe hacer frente, quizás más cercano a la realidad que nos circunda.
Bruno Bettelheim, en su famosa obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas, planteaba la extrema utilidad de obras que mostrasen el lado negativo del mundo, para ofrecer a los pequeños un campo seguro en el que enfrentarse simbólicamente a sus propios miedos.
Esta obra se centra en los cuentos de hadas y valora particularmente el hecho de que planteen situaciones donde no todos los personajes son buenos por naturaleza, sino que existen comportamiento cuestionables, así como dificultades y situaciones doloras y complejas. Estas tramas ayudan a los niños a entender sus propios sentimientos (como cuando sienten ira o celos) y a no demonizarlos, así como a desarrollar herramientas y posibles estrategias para hacer frente a los diversos temores que puedan tener, en el entorno seguro de un regazo.
Es posible que no sea el público infantil quien más miedo tenga a desafiar a brujas malvadas o terribles fieras, sino los adultos que quizás desconfiamos de nuestra capacidad de guiarlos y acompañarlos en semejantes lances.
* Marta Larragueta Arribas, Profesora Doctora en la Facultad de Educación, Universidad Camilo José Cela