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7 junio, 2021

Día del Periodista: La puerta de la verdad se abre desde adentro

Por Marisa Rauta

Esta conmemoración del Día del Periodista ‘con tapabocas’ es todo un marco de reflexión y simbolismos. Nos agarra cumpliendo un rol en el discurso unificado que alguna vez les tocó a los chasquis criollos, pastizones quechuas que corrían por el Tahuantinsuyo para decir, o a los emisarios de los dominios más notables, e incluso a los profetas de lo posible: anoticiar la cantidad de muertos y heridos que iban quedando. De la guerra, de los destripes del poder, de la puja entre el bien y el mal, o incluso de la peste, como en nuestro caso.

Es increíble que siempre el decir que nos unifica en la profesión esté vinculado al ‘Ser o no Ser’, esa duda que dejó institucionalizada William, el Shakespeare que no tiene que ver con el difunto primer vacunado de covid, sino con el del otro drama no menos instituido para el Occidente de más de 20 siglos: la locura de los caínes y abeles, Hamlet y Claudio, la muerte entre medio de los hermanos…Precisamente el ser y el no ser que arrastra la transformación en el dolor y la desmesurada ira, naturalezas profundas del humano que se amalgaman en el cotidiano cuando hay traición, venganza y un destile de corrupción moral del que no estamos exentos en la línea de tiempo.

Decir siempre ha implicado emitir sentencia de una u otra forma, creando con la palabra una catarsis aleccionadora a través de la historia. Un desafío probablemente abrazado por pocos con la épica que se merece.  Desde la oralidad a la escritura, desde el garabato rupestre del Habilis y la pintura del Greco hasta la radiografía instantánea de Salgado, desde el silencio sepulcral del origen a las sinfónicas sol sol sol mi que marcan los raperos del destino todos los días…, decir -queridos amigos- implica un ritmo de existencia.

De allí que el periodismo sea algo más que la búsqueda de la primicia que nunca lo es absolutamente. “Lo importante no es ser el primero, sino el definitivo”, rezaba un grafiti en las calles del nunca más, que alguien vinculó solitariamente con la supervivencia y tantos otros con la crisis del amor exclusivo que alguna vez nos mintió el patriarcado.

El periodismo que es decir (y no reproducir) es una construcción entre el Ser y el no Ser que implica profundizar adentro, y no afuera. “Para que el decir sea transformación implica menos mente y más corazón”, repetía uno de los bardos que anticipó la llegada del mago tres veces grande, sin errarle ni un milímetro a esa flecha sentenciosa.

Aquella piedra fundamental en la construcción del pensamiento filosófico universal que labraron los egipcios a la par de las espectaculares baterías triangulares, fue el profundo amor hacia el conocimiento, al que se llegaba sin embargo desde las profundidades donde los monos indicaban el camino más corto, anulando lisa y llanamente los sentidos. Ni ver, ni escuchar ni repetir dejan saber ‘lo que es’. Los habitantes del Nilo le conferían un valor mágico a la palabra y por ende al nombre, que era el modo de mantener vivo a alguien a través de la evocación. De allí que el silenciamiento sea la muerte. Y que omitir en lugar de emitir en periodismo sea complicidad con el asesinato del conocimiento, que es el sentido último del tránsito. (Aunque a algún que otro dios no le gusten las serpientes, y a los reptiles no le gusten los credos).

La teoría de la reminiscencia del griego que salió de la caverna, la razón de los gnósticos, los ícaros de los chamanes, el aín que flota en las sefirá de los cabalistas, la ciencia de ihsan del sufismo islámico y el culto al Verbo único creador del cristianismo, todo va para ese lado. No se puede saber ´lo que es´ sino labrando la minúscula letra de uno mismo con los tintes supremos.

No se hace periodismo con el intelecto, sino con el corazón. El único órgano por cierto que los atonianos consideraban imprescindible conservar con los cuerpos embalsamados para ‘seguir siendo´. Mantener el ‘hardware’ del corazón que nos mantrea con unos 3 mil millones de latidos en promedio en el transcurso de una vida, y extirpar el ‘software’ circunstancial que es el cerebro, el sistema que nos opera, no era sólo una ocurrencia prosaica, definitivamente.

Es la diferencia entre saber y conocer. Los datos abren ventanas, conocer abre la puerta.

Para pasar por esa puerta, no hay manera de hacer periodismo sin pincharse cada día con el tridente de la verdad, el bien y la belleza. ¿Cómo? No hay modo de errar el estocaso de la verdad, si se apunta al bien común. En ese territorio no hay ‘medias verdades’. Todas las demás noticias son amagues de cachetadas al aire que no lograrán correr el Velo de Isis ni un ápice. Y la prueba de ese éxito es el bello rostro que devuelve la empatía del receptor, que es la intuición masificada y multiplicada por cientos de verdades, y no sólo más ‘me gusta’.

La búsqueda de la verdad no ha sido ni es una tarea fácil precisamente porque está adentro, y no afuera. El tamiz es cada uno. Y recorrer el infierno de uno mismo -como decía Eliot- es un tránsito que nos lleva gran parte de esta vida. Sólo a la luz de esas llamas dantescas que genera el alma caminando hacia el bien de todos, la intuición periodística puede alumbrar bellas verdades que horaden la piedra como una gota, humildemente poderosa.

Porque ‘lo que es’ está enterrado en aerolitos de silencio y apatía. Como decía Michelangelo ‘buen aumento’, sólo hay que tomar el cincel y sacar lo que sobra del frío mármol para que se vuelva una piedad.

Por todo eso, al cumplirse justamente hoy un año de Chubutline.com , un verdadero renacimiento en esa búsqueda que no claudico, deseo a mis colegas infinitos o en plena supervivencia en este día de reflexión profesional, un camino pleno de trabajo intuitivo, de épica y de pasión, las únicas condiciones que no pueden ni podrán sustituir los algoritmos por largo tiempo.  Que así sea…!