26 octubre, 2020
Por Fernando Gutiérrez
Se cumple una década desde la muerte de Néstor Kirchner y será un aniversario muy distinto al que Cristina Kirchner había soñado. Sin ir más lejos, el último 27 de octubre había coincidido con el día de la elección que consagró vencedora a la fórmula Fernández-Fernández y que parecía reivindicar todo lo que el matrimonio Kirchner había plasmado durante la llamada «era K».
En aquel día eufórico, Cristina había posteado una foto de Néstor en medio de militantes que lo querían abrazar, junto a la frase: «Siempre en el corazón de los argentinos y las argentinas». Y por la noche, ya con el resultado que confirmaba su regreso al poder, al saludar a la multitud que festejaba la victoria electoral, agradeció por la alegría: «Nunca pensé que en esta fecha iba a estar tan contenta; esta fecha siempre me encuentra bajoneada».
En esa ocasión pidió colaboración de todos los militantes para con Alberto Fernández, a quien le esperaba, según su definición, «una tarea ciclópea, que va a requerir de esfuerzos inimaginables, un país arrasado más allá del marketing, una tarea muy difícil que requerirá la ayuda de todos los argentinos, los que lo votaron y los que no también».
Un año después, lejos estará Cristina de poder mantener esa alegría ni, mucho menos, de hacer un balance positivo del primer año del gobierno. Pobreza récord, desempleo en alza, turbulencia financiera y, para colmo, el desastre de la pandemia no dejan margen para festejo de ningún tipo.
Más bien al contrario, la crisis actual acentuarán el recuerdo de Néstor Kirchner y de los mejores días del «proyecto nacional y popular», cuando la economía crecía a «tasas chinas», la soja ayudaba al boom consumista, había «colchón» para pisar dólar y tarifas sin un riesgo inminente. Los lejanos días del «modelo de inclusión social» que la militancia K extraña y, cada vez con menos disimulo, reclama a las nuevas autoridades.
Cristina, replegada en un estratégico segundo plano, recuperará el centro de la escena, sabiendo que cada palabra, cada insinuación o crítica velada será minuciosamente registrada por la opinión pública, y en especial por un mercado financiero en estado de híper sensibilidad.
La expectativa está generada, sobre todo, por el hecho de que Cristina ha venido marcando discrepancias con la estrategia y con el estilo de gestión de Alberto Fernández, a quien indirectamente le ha reprochado su dialoguismo sin resultados y una actitud que, desde el punto de vista kirchnerista, es de tibieza para enfrentarse a «los poderes concentrados».
Tal vez el punto de quiebre haya venido con la frustración ante el retroceso del Presidente en la estatización de Vicentin y con la convocatoria a la dirigencia empresarial para un acuerdo nacional.
En aquel momento, la vicepresidente se limitó a elogiar, retuitear y recomendar «para entender y no equivocarse», la lectura del economista Alfredo Zaiat, que advertía sobre el error estratégico de acercarse a empresas con las cuales no habría una posibilidad real de acuerdo, porque siempre se opondrán a cualquier plan de reformas que implique una drástica redistribución de la riqueza.
Luego vino la saga de gestos, señales y mensajes por vía de terceros con los que Cristina se encargó de marcar cada discrepancia antes situaciones que la disgustaron. Por ejemplo, la carta de Madres de Plaza de Mayo en repudio por la invitación de Alberto a los empresarios del G6 el 9 de Julio. O la ruidosa renuncia de Alicia Castro a la embajada en Rusia, en protesta por el voto argentino condenatorio al régimen de Nicolás Maduro por las violaciones de los derechos humanos en Venezuela.
Además, estuvieron los duros editoriales de referentes del kirchnerismo, que fustigaron la persistencia en un afán dialoguista del Presidente al que no le encuentran sentido en medio de la crisis económica. Lo cual incluyó un recordatorio de que no se estaría atravesando la actual emergencia de falta de reservas si se hubiese persistido en la pelea política por la estatización de Vicentin.
Por no mencionar las críticas al equipo económico cuando se insinuó un recorte en los programas de asistencia financiera estatal -como el IFE- para los más afectados por la cuarentena. Ni los reclamos, desde medios afines al universo K, por el hecho de que se siga beneficiando al multimedios Clarín con el reparto de la pauta publicitaria estatal.
Todos esos mensajes se dieron mientras Cristina mantuvo un estratégico segundo plano. Al decir de Beatriz Sarlo, «una manera de no perder la centralidad». Según la ensayista ese silencio «le da una expectativa muy grande y le aumenta el precio a cualquier movida política que haga».
Lo cierto es que, desde esa posición, Cristina se las ha ingeniado para transmitir mensajes. Como en el reciente Día de la Lealtad. Su ausencia del acto en la CGT dio lugar a especulaciones respecto de si no quería opacar a Alberto Fernández o que, más bien, estaba marcando una distancia respecto del Presidente y la cúpula sindical.
Por lo pronto, fue sugestiva su forma de festejar la principal efeméride del peronismo. Apenas un ambiguo mensaje en las redes sociales, reforzando su estilo de vínculo directo con la base militante.
«Que la lealtad a las convicciones, al pueblo y a la Patria sigan inalterables en tiempos de pandemia. Con la misma pasión y el amor de siempre», escribió Cristina, junto a una foto de Néstor Kirchner.
Ni una mención a Perón y a Evita. Ni un pedido de sostén para la debilitada gestión de Alberto, en un mensaje que difícilmente pueda interpretarse como un apoyo al Presidente. Más bien al contrario, la apelación a mantener «la lealtad a las convicciones» parece reafirmar el reclamo de la base electoral kirchnerista sobre la necesidad de una mayor voluntad de confrontación contra «los poderes concentrados».
Pero ahora llega el aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, esa fecha que marcó el nacimiento del mito kirchnerista y que terminó de consolidar la mística de la militancia K y el carisma de la ex presidente como conductora. Cristina sabe que en esa circunstancia tendrá que salir del ostracismo y que, necesariamente, se esperará de ella no sólo el recuerdo sobre el legado de su fallecido esposo, sino la inevitable comparación entre las peleas políticas que dio Néstor y el turbulento momento actual.
Es por eso que la expectativa está puesta en la disyuntiva de Cristina: ¿dar una nueva señal de unidad? ¿O marcar sus diferencias, en un reclamo por una radicalización del Gobierno? Todo parecería ser lo último más que lo primero.
En el anterior aniversario de Néstor, en medio del festejo por la victoria electoral, la ahora vice había pedido «a todos los hombres y mujeres que hoy están aquí que por favor nunca más rompan la unidad que se requiere para enfrentar estos proyectos neoliberales, que tanto dolor han causado».
Sin embargo, hoy ya se hacen indisimulables las divergencias de visión y empieza a notarse cierta demanda desde la base porque esas diferencias se hagan más explícitas. Lo cual contrasta con las renovadas muestras de «dialoguismo» por parte del Presidente, que legitimó con su presencia el Coloquio de IDEA, siempre catalogado por el kirchnerismo como una fuente de conspiraciones.
De hecho, desde las empresas y el sistema financiero, es claro que la manera de que Alberto recupere la confianza del mercado es distanciarse respecto de Cristina. En palabras del economista Gabriel Rubisntein: «La imagen de los empresarios e inversores es que estamos en manos del kirchnerismo, y todo el mundo tiene muchos fantasmas, entonces la gente se preocupa por saber si no hay una mente afiebrada en el Instituto Patria que quiere hacer algo con los depósitos en dólares».
Es en ese sentido que se intensifican los reclamos por cambios en el gabinete, que impliquen un giro más ortodoxo, por ejemplo con una figura de peso como Roberto Lavagna, que traería consigo cierta garantía de independencia del kirchnerismo.
Lo cierto es que la habilidad política de Alberto será puesta a prueba una vez más en el acto de homenaje a Néstor. Ante la estatua que se realizó para la sede de Unasur -y que ahora viajó para la ocasión desde Ecuador al Centro Cultural Kirchner-, parado al lado de Cristina, el Presidente deberá combinar el recuerdo a su líder sin que, al mismo tiempo, sus palabras puedan ser leídas como un gesto de radicalización.
Y, sobre todo, sin que se genere un choque visible con la ex mandataria, que será el centro de toda la atención nacional, aún sin estar presente. «En este momento no hay manera de generar confianza, salvo que aparezca la Doctora y hable. Que se sepa cuál es su modelo de país, porque no creo que lo único que le interese es la resolución de sus problemas judiciales», observó el analista Jorge Asís, al analizar la creciente debilidad política del Gobierno.
Pero el Presidente y su vice no son los únicos protagonistas del momento. De hecho, gran parte de la atención política está puesta en Sergio Massa, la tercera pata de la coalición gobernante, sobre quien una parte del empresariado ha generado expectativas de que pueda oficiar como contrapeso al kirchnerismo y asumir mayor responsabilidades, en alianza con los gobernadores provinciales.
No por casualidad, junto con la vuelta de Lavagna a economía, una de las versiones más difundidas fue la posibilidad de que Massa retomara la jefatura de gabinete, en un fuerte mensaje de cambio de timón en la conducción gubernamental.
Y Massa, a su modo, también ha enviado señales. Cada vez va trascendiendo la mera función legislativa en Diputados para empezar a levantar el perfil en actos de gobierno. Por ejemplo, al encabezar un acto para presentar líneas crediticias a pymes. Allí, al lado del ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, y del titular del BICE, José de Mendiguren, negó que el de Alberto sea «un gobierno antiempresa».
Ya antes, Massa había sido uno de los impulsores de que se llegara a un acuerdo con los acreedores de la deuda, cuando sobrevolaban los fantasmas de un nuevo default. Y, además, hizo de articulador para que empresarios se reunieran con Máximo Kirchner.
Será en ese contexto de turbulencia económica y política que Cristina ocupará, una vez más, el centro de la escena, como viuda y como heredera política. En un acto de alto voltaje emocional para ella y su militancia, deberá decidir si priorizará el pragmatismo de los acuerdos o la mística del kirchnerismo peleador. Aunque su carta preconmemorativa y su ausencia lo anticipa casi todo.
*NA, PP