—Eres veterinario, activista y escribes textos literarios ¿por qué?
—Empecé a escribir incitado por Arcadi Oliveres. Me resultaba sorprendente que las explicaciones que nos daba Arcadi y otras personas en espacios compartidos, como la Federación Catalana d’ONGD, no llegasen a los medios convencionales, que la mayor parte de la gente no tuviese la posibilidad de conocer sus visiones. Le insistí a Arcadi que había que escribir y él me retó a que lo hiciese yo. Poco después me di cuenta de que aquello sobre lo que nosotras reflexionábamos o proponíamos no podía apelar solo a los datos, a lo cognitivo. Teníamos que tocar el corazón, rozar las pieles. Las cosas primero entran por el corazón y después vienen los argumentos.
—¿Por qué has centrado tu trabajo en lo rural?
—Fui un niño con pueblo. Siempre pasaba allí el verano, pero fue el trabajo en el ámbito de la cooperación al desarrollo la que me llevó a reconocer sus valores. Pude asistir a los primeros años del nacimiento de la Vía Campesina y las reivindicaciones en torno a la Soberanía Alimentaria. Todo este movimiento me conectó con la relación que se establece entre los campesinos y campesinas y sus territorios. En realidad, me conectó con mi yo rural y, a partir de ahí, se despertaron los valores éticos y políticos relacionados con ellos. Cuando el vínculo afectivo con el río o las abejas adquiere dimensión política, algo muy fuerte explota en nuestros cuerpos. No puedo evitar descubrir mensajes políticos al hablar con pastores o trabajando en el huerto.
—¿Por eso tu último libro, Cuentos del progreso, se plantea como un diálogo con un pastor? ¿Por qué los pastores?
—Y las pastoras. Porque, como dijo el poeta, no vivimos una época de cambios, vivimos un cambio de época y es preciso hacerse las grandes preguntas y buscar respuestas. El pastor representa a quien vive en contacto con la naturaleza, de hecho duerme a la intemperie. Son personas que han sido marginadas de la sociedad, es decir, ya tienen algo de refugiadas, algo que en breve nos ocurrirá a todas. Están en trashumancia, en constante migración, y ahora que migraremos de una civilización a otra, su mirada es esencial. Cuando trato con ellos, me resulta inspiradora esa mezcla de ternura revestida de mal genio, el uso del humor para transmitir sabiduría…
—En un momento en tu libro dices: “La meteorología, como todas las ciencias, dice que nos ayuda a progresar, pero ¿es un progreso dejar de interpretar el cielo?”
—Aquí quiero cuestionar el mito del progreso en su dimensión simbólica. La ciencia puede ayudar, claro, pero hemos perdido la virtud de mirar y saber interpretar lo que nos dice el cielo. Delegar y perder ese conocimiento nos desconecta de la Naturaleza y asienta un antropocentrismo que hace creer que se tiene respuesta para todo.
—Te preguntas también si ante la que está cayendo no sería más sencillo dejar de innovar…
—Los pastores o pastoras no dejan de inventar e ingeniar, pero en sus trayectorias saben poner límites a esos avances. Por ejemplo, si tienen más ovejas de las que pueden manejar, antes de resolverlo con cualquier “avance tecnológico”, buscan a otro pastor que, a su vez, haga del cuidado de ese rebaño su medio de vida. No entienden que haya granjas de miles de animales gestionadas por un robot. Consideran absurdo cambiar medios de vida por máquinas y con su práctica cuestionan el dogma de acumular dinero para sostener la vida.
—Dice el pastor de tu libro: “Ya que no puedo evitar la extinción de nuestra especie, colaboro en que otras no desaparezcan…”
—El pastor entiende de los ciclos naturales porque los sufre y los disfruta, los vive. Y tiene claro que la vida se basa en la biodiversidad y en una Gaia completa. El pastor siembra árboles porque será la sombra que sus ovejas necesitan. Devuelve materia orgánica a la tierra para “abonar” los frutos que ésta le entregó… Ahora que se habla tanto del agotamiento de los fertilizantes de síntesis, él camina largos trechos con unos seres prodigiosos que fertilizan la tierra y siembran semillas a la vez, sus ovejas.
—También dice que “el último árbol del planeta lo talará un proyecto de energía sostenible”.
—El pastor dice que antes que renovar las energías hay que renovar la sociedad. Pone en valor su fuerza de trabajo, que como la lana (con la que por cierto está hecha la portada del libro), el calor de las ovejas o las heces de las vacas son fuentes energéticas absolutamente ecológicas y renovables. Que no todo pasa por la electricidad. Él dice que en nuestra cultura solo sabemos hacer cosas si “estamos enchufados.” Es decir, nos advierte de que las actuales propuestas de transición energética no cuestionan que lo principal pasa por renunciar a ciertos privilegios. Tal y como se están planteando no sustituyen a las energías fósiles. El molino es la imagen falocéntrica de una daga, cual pozo de petróleo, clavándose en la tierra. Son proyectos que consolidan los privilegios del Norte rico nutriéndose de los bienes expoliados en el Sur, ahora con minas a cielo abierto. Y, desde luego, reproducen los privilegios de lo urbano frente a lo rural. Como leí a John Burroughs, “sangre arterial cuando ingresa, sangre venosa cuando regresa”. Pensemos que el ataque a lo rural deriva de que el rural bien entendido es el mayor desafío al capitalismo. En lo rural hay una fuerte autoorganización, se saben resolver las necesidades vitales, no se depende exclusivamente de los que se puede comprar… De ahí, me dice el pastor, de la ridiculización de la cultura rural.
—En esta línea, dice el pastor: como la palabra sostenibilidad se ha convertido en sinónimo de “mantener privilegios”, yo prefiero hablar más claro. Hay que volver a la “sobriedad”, que fue la forma de vida propia del medio rural.
—Sí, la sostenibilidad que (también) nos están “vendiendo” es una excusa para “sostener” privilegios. Si de verdad se quieren disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, dejemos de importar soja del Brasil para comer y exportar carne barata o de aspirar con electricidad verde en lugar de barrer con escoba. El lema del pastor es “dedicar más energía en vivir, no vivir con más energía”.
—Otras afirmación tremenda que pones en boca del pastor es: “Se vendió el mito del progreso, nos venden el mito del regreso, ergo la cuestión es vender”.
—En este momento en el que se habla tanto de vuelta al campo, esta vuelta no “reVuelve” nada, al contrario es una nueva colonización por parte de la cultura urbana. Y es peligrosa. Si se acaba con la cultura rural, la posibilidad de recuperar formas naturales de vivir, será cada vez más difícil. Debajo del discurso de la despoblación hay un relato que pretende que esa “España vaciada” se pueda rellenar de cualquier cosa: macrogranjas, infraestructuras energéticas o turísticas, vertederos… El problema no está en que en los pueblos falte gente, sino en la España llena y su avance depredador sobre lo rural.
—¿La cosa es entonces cuándo dejar de empujar para empezar a frenar?
—O ni una cosa ni la otra. La cultura rural no ha caído en los esquemas de tiempo lineal. El tiempo es circular. El círculo es lo único que permite caminar indefinidamente. No sienten la necesidad o la obligación de tener que avanzar. A quienes llegamos de la ciudad a lo rural, esto nos cuenta mucho. A mí me ha sido más fácil acercarme a las diferencias en la concepción del espacio, pero es mucho más difícil en lo temporal. Mi vecino Magí, cuando dice “no sé en qué día vivo” no usa una frase hecha, constata una realidad. Me gusta defender el concepto de la DesCivilización y para este tránsito debemos inspirarnos en las pastoras, en los pastores, en la gente dedicada a la agricultura… Son las primeras actividades que situaron al humano a cierta distancia de la Naturaleza pero hoy son, paradójicamente, las que pueden permitirnos reconectar. Creo que la infancia debería tener pastores entre sus referentes. Para aprender a reconocer plantas. Aprender a construir un muro seco. Pastores como maestros o maestros pastores… Mi hija, cuando era pequeña, conjugó muy bien realidades y ensoñaciones, decía que de día quería ser pastora y de noche, cuando sale la Luna, astronauta.
—¿Cómo es la relación del pastor con los animales? ¿No es también una relación instrumental antropocéntrica la que establece con ellos?
—Es una relación de sinergia, de reciprocidad. De hecho, en mi experiencia, lo que he visto es que la pasión, sensibilidad y preocupación de los pastores por el cuidado del terreno, la naturaleza y los animales es integral. El pastor evita el sufrimiento pero no le da miedo la muerte porque la considera el principio de la vida. La muerte forma parte de la trama de la vida, aunque el progreso haya querido eliminarla de la ecuación. Superar el prejuicio de la muerte nos ayudaría a crecer como sociedad.
*EP/ CTXT “El rural bien entendido es el mayor desafío al capitalismo”