La psicosis colectiva que llevó a las personas a adoptar protocolos sin sentido y que generó trastornos obsesivos compulsivos durante la pandemia de covid-19 es un fenómeno poco estudiado aún. Una de las adelantadas en la revisión de esta realidad es la psicóloga clínica española Lourdes Relloso.A través de sus redes sociales comenzó tempranamente a alertar sobre los mecanismos utilizados en este maquiavélico plan. Lo hizo a pesar de las censuras que han ejercido estos canales de comunicación, un intento de silenciamiento que forma parte de ese plan bajo el pretexto de proteger a la población de información errónea.
En una entrevista con La Prensa, la autora del libro “Escapa del mal trato” detalla de qué manera se ha logrado manipular a la humanidad y cuáles son los daños de los que habrá que recuperarse.
P: – ¿Cómo se trabajó, desde el punto de vista psicológico, durante esta pandemia para lograr el control social de las poblaciones? ¿Por qué parecería que fue tan fácil?
– Lo increíble del ser humano es que cuando está colapsado por una emoción, responde de modo instintivo. Esto tiene una explicación: el cerebro está dividido en una parte cognitiva, que es la más reciente, y otra parte más primitiva -el paleoencéfalo y mesencéfalo-.
Cuando las personas se sienten en un estado de alerta, de alarma, de miedo, de alguna forma colapsan y únicamente responden desde esa parte muy instintiva. Siempre pongo el mismo ejemplo: es como un fóbico que comprende perfectamente que su fobia no tiene ningún sentido -imaginemos una persona que tiene aracnofobia- y, sin embargo, cuando se presenta el estímulo, su respuesta no tiene nada que ver con su lado cognitivo, sino que es absolutamente emocional. Esto es muy importante de entender para que no consideremos que somos ignorantes o menos inteligentes por ser fácilmente manipulables. Todas las personas tenemos esa respuesta instintiva, independientemente de nuestra inteligencia.
Dicho esto, si nos tenemos que plantear cómo se crea una psicosis colectiva, podríamos decir que hay que seguir cuatro pasos de una forma continuada en el tiempo: en primer lugar, hay que aislar a las personas y el hecho de que un sujeto tenga únicamente una sola fuente de información, es el aislamiento perfecto. Es decir que el aislamiento no solo tiene que ver con el aislamiento social sino también con un aislamiento de información -que es lo que se puede dar en una secta, cuando a mí se me repite un mismo discurso una y otra vez-. Esto es suficiente para que una persona no tenga una capacidad crítica. Si, además, ese discurso le genera permanentemente miedo, tensión, angustia, esa persona está en ese estado en que la parte cognitiva está bloqueada. Por lo tanto, si el primer punto es el aislamiento, el segundo punto es ese estado de miedo permanente que hace que la persona esté únicamente en ese rapto emocional y la parte cognitiva, la parte crítica, no pueda funcionar.
Una tercera parte importante es que la persona no tenga la posibilidad de mantener una situación equilibrante. Es decir, todo aquello que tiene que ver con lo social, con el vínculo, con lo cotidiano, lo conocido, lo predecible… yo espero saber qué voy a hacer mañana, sin embargo, el mañana es siempre impredecible. Esa impredecibilidad hace que la persona no tenga posibilidad de equilibrio. Esa comunicación esquizofrénica que hemos tenido todos, en la que de pronto nos dicen una cosa, luego nos dicen otra y es todo lo contrario, incluso en un mismo mensaje se nos dan dos informaciones contrarias, hace que la persona no sepa a qué atenerse y que esté en una permanente situación de desequilibrio.
La cuarta parte para una psicosis colectiva es que una figura de autoridad me ofrezca la solución a mi miedo, a mi problema, a mi angustia, a mi ignorancia. Entonces, de alguna manera, todos nos ofrecemos a ella, sin meditar, sin cuestionar.
– Una vez logrado eso, ¿qué sigue?
– Ya no estamos en esa psicosis colectiva. Estamos en lo que es un TOC, un trastorno obsesivo compulsivo. ¿En qué consiste? En que cuando yo considero que algo terrible me puede pasar, y me aferro a una solución externa, momentáneamente me quedo más tranquilo. Pero cuando busco mi confianza y mi seguridad en esa situación externa -bien puede ser un barbijo, un alcohol en gel, una PCR, una inoculación-, mi capacidad para confiar en mí, en mi salud, se va deteriorando cada vez más.
De forma que llega un momento en que ya no tengo ninguna confianza en mi salud, tengo un miedo permanente y una necesidad de que una prueba externa me saque de mi angustia. Ocurre que cualquier persona que para mí sea una amenaza y que no se ajuste a estos rituales preventivos, va a ser mi enemigo potencial, la posible muerte, el posible contagio.
Así es que ponemos en práctica diferentes rituales preventivos: la distancia del otro, el rechazo hacia el otro, la PCR para que me diga cómo estoy, el barbijo para protegerme… es decir, cuando todo esto pase y nos digan ‘señores, pueden ustedes confiar en su salud’, el problema es que ya no vamos a poder confiar en nuestra salud porque cuanto más he recurrido yo a una solución externa, mi confianza se ha deteriorado más. Cuanto más he evitado un miedo, el miedo va aumentando y mi capacidad para soportar el miedo va a disminuir. Con todos estos protocolos, estos rituales preventivos, con cada evitación ante ese miedo que se nos ha generado, hemos ido aumentando nuestro miedo y perdido capacidad para confiar en nuestra salud.
Es decir que somos clientes potenciales de las farmacéuticas porque somos nosofóbicos potenciales, hipocondríacos potenciales. Solo unos pocos han tenido la capacidad de no caer en la tentación de recurrir a una prueba externa… pocos pueden decir que han pasado por todo esto sin hacerse una PCR o sin decirle a un no vacunado que no vaya a su casa en Navidad. Hay rituales preventivos que en realidad nos han ido erosionando.
Esto genera una lesión psicológica total. Porque cuando digan que tomemos esto como una gripe, lo podrán tomar como una gripe los que no tengan su confianza lesionada. Los que hayan erosionado su confianza y que mentalmente hayan ido enfermando, van a tener que trabajar esto como cualquier hipocondríaco o como cualquier nosofóbico lo ha tenido que hacer toda la vida.
– Aquí en Argentina, por ejemplo, hace varios meses no es obligatorio el uso de barbijo al aire libre y, sin embargo, en las calles la mayoría de las personas sigue usándolo. ¿De qué manera se puede revertir este temor tan grande del que fue víctima la humanidad?
– Hay que entender que cualquier persona que tenga totalmente lesionada su confianza y su seguridad, si quiere volver a la normalidad, lo hará cuando tenga la capacidad de tocar ese miedo -no va a poder no tener miedo- sin caer en la tentación de buscar rituales preventivos o reparatorios. Cada vez que yo, ante el miedo a contagiarme y a morir, recurro a bastones, la fuerza de mis piernas se va a debilitar. Uno tiene que entender que con cada tentación de hacérselo más fácil, es pan para hoy y hambre para mañana. ¿Qué tendríamos que hacer? Soportar ese miedo, soportar esa duda de ¿y si me contagio?, ¿y si me enfermo? Si caigo en la tentación de ir a los rituales, ir a la compulsión, la compulsión se irá haciendo cada vez más grande.
– Hablemos del daño provocado a los niños durante estos dos últimos años y que a poco de iniciar un nuevo ciclo escolar no ha cesado. Por ejemplo, les siguen pidiendo que asistan con barbijos pese a que la evidencia científica no avala dicha medida. ¿Será posible repararlo?
– En los niños el daño es muchísimo mayor. Los niños muy pequeños, con dos meses de edad, se sociabilizan a través de la sonrisa. Si un niño sonríe, nosotros le sonreímos y así va aprendiendo a tener habilidades sociales, a tener asertividad, a conectarse con el otro.
Cuando el niño no tiene una respuesta ante su sonrisa porque el adulto tiene un barbijo, lo que va ocurriendo es que no se está reforzando su habilidad social, su asertividad, no se refuerza su capacidad de comunicación. Por lo tanto, con los más pequeños es como si hubiéramos ido creando un autismo.
El problema que tenemos es que las fases del desarrollo, cuando no tengo el estímulo necesario, pueden sufrir una atrofia. Y esa atrofia puede ser difícil de compensar con el tiempo. Es como si en el cerebro hubiera un daño que muchas veces puede ser irreparable. ¿Vamos a poder reparar esto que ha podido ocurrir en los niños en los primeros meses de edad? Pues no se sabe. Tendremos que ver si con el estímulo somos capaces de compensarlo.
Algo que se ha visto es que los niños han tenido un aprendizaje más tardío del lenguaje, porque cuando no te veo, cuando no te escucho, estamos ante exactamente el mismo problema.
Pero lo grave es que la parte del cuerpo que más oxígeno necesita es el cerebro. Y un niño necesita mucho más oxígeno que un adulto porque está en desarrollo. Es decir, que el hecho de que un niño no tenga el suficiente oxígeno, que ese cerebro se esté adaptando a una cantidad menor de oxígeno, le puede generar un daño que se verá con el tiempo. Se ha demostrado que hay muerte de neuronas del hipocampo cuando la cantidad de oxígeno es más baja de la que debería.
Además, cuando ese niño no tiene suficiente oxígeno, no se puede generar un neurotransmisor -el gaba-, que es el que me ayuda a sosegarme en estados de alerta. Lo que se está viendo es que hay muchísimos niños con edades muy precoces que empiezan con autolesiones, con ataques de ansiedad, con trastornos de sueño, al no generarse ese neurotransmisor. Entonces, si no entendemos que ese neurotransmisor es vital para que un niño pueda descansar, pueda estar tranquilo, si no entendemos que ese barbijo lo está dañando, estamos con la mejor de las intenciones haciendo algo que probablemente no tenga vuelta atrás. Estamos creando niños con trastornos mentales pero que no los hubieran tenido si no les sometemos a estas condiciones.
Por otra parte, los niños de Suecia en el momento de mayor riesgo, estaban escolarizados, sin barbijo, y todo fue normal. Es una paradoja absoluta. Estamos enfermando con los protocolos.
– Esta situación ha sido catalogada por numerosos especialistas como un gran experimento a escala universal. ¿Qué interpretación hace como psicóloga sobre los resultados obtenidos en este ensayo? ¿Qué podemos esperar a futuro?
– Se han confirmado muchas cosas que ya se sabían. Se ha confirmado que en rapto emocional no pensamos. Una vez que nos generan miedo, si se nos quiere llevar hacia un abismo, se nos va a llevar a un abismo. Se ha confirmado que estamos tan acostumbrados a obedecer, que no nos cuestionamos lo que nos dicen que tenemos que hacer. Se ha confirmado que tenemos un gran miedo al qué dirán. Por lo tanto, una técnica de manipulación es la moral, la ética, el civismo, la responsabilidad social… son chantajes emocionales, palancas perfectas para llevarnos hacia donde se nos quiera llevar porque somos un animal gregario, luego nuestro miedo a quedar excluidos del grupo, a que el mundo piense mal de nosotros, es tan grande como el miedo a morir porque es una muerte social.
Se ha confirmado que las palabras mordaza hacen que las personas no hablen. Estos términos descalificativos “negacionista”, “antivacunas” hacen que el mundo tenga absoluto pánico a mostrarse y ser etiquetado. Si tengo una persona crítica y yo he utilizado una palabra mordaza que lo desacredita, esa persona va a callar. Se han demostrado muchas cosas que en psicología ya se sabían.
Creo que también saben que, si creemos que se ha hecho justicia, nos quedamos totalmente tranquilos como una persona maltratada cuando recibe flores y vuelve a confiar. Entonces, la puede seguir maltratando. Creo que harán algo para que parezca que nos quieren, que nos protegen y que nos cuidan, para volver a parecer fiables, para que nos quedemos en ese sistema perverso. Ya saben que confiaremos. La gran mayoría de la población lo verá como que ocurrió algo, que ya ha habido un juicio, que ha habido una consecuencia y que podemos seguir confiando.
– Se advierte una negación absoluta ante la posibilidad de aceptar que uno fue engañado en cuanto a las opciones que se presentaron como soluciones y no fueron tales. ¿Por qué se da esa negación?
– El libro que escribí, “Escapa del mal trato”, habla precisamente de esto. Muchas veces uno dice ¿pero esta persona cómo no lo ve?, ¿cómo no ve esto que vemos todos y que es obvio que es evidente? Hay una situación que ocurre dentro de la persona, que se llama disonancia cognitiva. Cuando he hecho algo voluntariamente a cambio de nada y de alguna forma tengo una sensación de que lo he elegido yo y nadie me ha presionado, no me puedo creer que yo sea estúpido, o que sea demasiado crédulo, que no sea crítico.
Las personas, por un problema de ego, no podemos creer que nos hayamos equivocado, que hayamos confiado cuando no deberíamos. Hay una pelea dentro de nosotros entre la emoción y la cognición. ¿Qué gana siempre? La emoción. Muchas veces utilizamos frases como “no me lo puedo creer”, “es que no puede ser”, “no puede ser que ser que esto sea verdad”, es como una negación. Y efectivamente no me lo puedo creer porque emocionalmente hay un rechazo. Es como el síndrome del avestruz: si yo no lo veo, no está. Si no me lo creo, me quedo tranquilo.
Por eso cuando me preguntan ¿Cuándo se va a dar cuenta la gente? Pues exactamente lo mismo que en una relación de maltrato: vas a salir de una relación de maltrato por saturación. Hay personas que se saturan en la primera paliza, otras en la décima, y otras las están maltratando toda la vida y aguantan.
Aquí una emoción que nos ayudaría es la rabia, el enfado. Si legitimáramos el enfado, nos ayudaría a romper las cadenas. Hay personas que tienen una educación muy castrante donde de alguna forma la tolerancia, el aguante, se legitima como algo positivo mientras el enfado, la rabia, se les dice que es algo negativo.
En esa mal llamada “gestión emocional” se nos está amaestrando para la negación de emociones que son instintivas y que nos protegen de una forma natural. La emoción de rabia, cuando estoy sobrellevando una injusticia por mi cabeza, si la legitimáramos, sería una emoción de defensa. Si me dicen que no debo sentir rabia, que tengo que mantener la calma ante una injusticia, están haciendo una castración emocional. ¿Entonces cómo me vuelvo reactivo ante una injusticia? Difícilmente.
En los últimos años nos hemos estado acostumbrando a escuchar que “hay que gestionar las emociones”, sin entender que una emoción, una respuesta de enfado ante una injusticia, se tiene que legitimar, porque si no nos quedamos completamente desprotegidos. Y así, cuando yo esté frente a una injusticia, voy a tener una reacción excesivamente pasiva. Y vamos a crear pusilánimes, personas que ante el miedo o la injusticia van a tener con exceso esta respuesta de no implicación. Esa es la educación que únicamente favorece a los injustos, a los que nos atropellan.